Rolando Cordera Campos

Estrategias y ambiciones

Eso de cambiar un régimen sin ‘romper un vidrio’ resulta ser tentador para mentalidades ambiciosas y osadas, pero muy doloroso para buena parte de la comunidad.

Interesante sugerencia de René Delgado cuando nos convoca a evaluar la conducta del presidente a partir de unos objetivos articulados por la convicción de cambiar al régimen y no solo al gobierno. Ello, sugiere René, pondría bajo la lupa del análisis y la crítica otros criterios de evaluación y, tal vez, otro tipo de debate sobre la política y la estrategia del presidente y su coalición. (El Financiero, 13/05/22, p.13).

De aquí parece obligado atender con cuidado y con el mayor detalle posible la falta o insuficiencia de referencias a algunos de los componentes considerados primordiales de una posible estrategia revolucionaria. ‘Pacífica’, como la promulga el Presidente, pero no por ello menos costosa para el país, la economía y sobre todo sus muy sufridos y precarios grupos sociales que forman la enorme base de los pobres y vulnerables de esta sociedad.

Eso de cambiar un régimen sin ‘romper un vidrio’ resulta ser tentador para mentalidades ambiciosas y osadas, pero muy doloroso para buena parte de la comunidad. Hablamos aquí no sólo de los que “pueden circular por otra calle” como muchos lo hicieron en 2006 tras cuarenta y ocho días de plantón en la céntrica Reforma, sino para los cientos de miles de oficinistas, empleados, estudiantes, repartidores, el pueblo todo que hoy como ayer, sale diariamente a ganarse la vida.

De hecho, con este tipo de convocatorias que parecen a bote pronto, se corre el peligro de perder los equilibrios básicos, ahora un tanto vapuleados, que dan cohesión a un conjunto de por sí variopinto, cruzado por diferencias de ingreso, oportunidades, servicios, hasta lenguajes y cada vez más divergente en lo que a visiones sobre el presente y el futuro se refiere.

Es posible que los actuales dirigentes cubanos sigan siendo beneficiarios del ‘carisma’ fideliano, pero los testimonios de viajeros atentos y cuidadosos con sus apuntes nos informan de un malestar denso y subyacente, nada profundo, que suele centrarse en unas juventudes sin aliento ni perspectiva y sí mucha desazón y rencor apenas cuidado. Como nos lo transmite el gran Padura en cada ocasión.

Empeñarse en lo que puede ser un salto al vacío, con un anticapitalismo corriente y apenas asumido por sus propios dirigentes, puede acabar por ser una desventurada ansia, fruto del desvelo, el autoengaño o el despecho. Más allá de si lo advirtió con tiempo el máximo dirigente o no, lo que urge es tomar nota todos, incluido él mismo, de lo desolado y crispado del panorama mundial actual; de que la crisis global es para todos, pero se ensaña con los que menos tienen y que, en efecto, su cuidado y protección está en primer lugar siempre y cuando no se rompa el compromiso nacional que quiere decir todos. Qué mayor compromiso nacional puede haber que el empeño político comprometido de pasar pacíficamente de la igualdad en las urnas y la pluralidad política en vivo, a la igualdad de oportunidades.

Una reforma democrática a fondo que pase por una política en favor de la equidad, dirigida a reducir la desigualdad, dar curso a una genuina política en favor de la redistribución del ingreso. De aquí la legitimidad política e histórica de un cambio fiscal a fondo, que arranque de una reforma tributaria recaudatoria y redistributiva. Revolucionario paso, en vista de nuestra historia reciente, hacer de la lucha contra la desigualdad un factor estratégico para el crecimiento económico. Eje de un nuevo curso de desarrollo.

Los empeños, visiones y ambiciones de cambio revolucionario no pueden soslayar las enseñanzas ni los veredictos de la historia del siglo XX plagada de crueldades, empobrecimientos, guerra y muertes. Y no solo para el ejercicio obligado de la memoria, que exige la buena política, sino para comprometerse y volver a hacerlo en evitar que eso se repita.

La conversación debe rescatarse, pero por lo pronto el Presidente y su gente no lo quieren.

Una atenta nota:

Señor Presidente: muchos ciudadanos no celebramos su incontenible gana de decir lo que piensa apenas lo piensa. Quisiéramos que pensara y cuidara lo que dice, sobre todo cuando enjuicia y condena a personas e instituciones que discrepan de usted o supone usted que pueden hacerlo. En su embestida más reciente contra la UNAM se le descalifica injustamente y sin sustento y usted debería disculparse con la UNAM, sus estudiantes y profesores, autoridades y egresados. Una comunidad que usted sin razón alguna ha ofendido.

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