Rolando Cordera Campos

Sin horizonte y en la orilla

Si algo caracteriza al mundo de hoy es la navegación sin derroteros claros. Urge que nos preguntemos si con lo que tenemos es suficiente para calibrar la nave.

Pablo Pascual, a 25 años presencia fraternal

El 14 de abril murió el muy estimado y respetado economista financiero Ariel Buira. Fino estudioso y analista de las turbulencias y profundidades de la moneda, el crédito y las finanzas del mundo. Analista meticuloso: “(…) mayores recursos fiscales permitirían financiar mayor gasto en inversión pública, en mejorar la infraestructura, crecimiento, empleo, educación (…) El mayor crecimiento y empleo tendería a elevar la confianza en la economía, y por lo tanto la inversión privada (…) el gasto público debe estar orientado a actividades socialmente rentables (…)” escribía en “La inexplicable política macroeconómica mexicana”.

Funcionario eficaz y eficiente tanto en el Banco de México, donde fue miembro de su primera Junta de Gobierno en 1994, como del Fondo Monetario Internacional o del Grupo de los 77, Ariel hizo del análisis detallado y profundo un modo sutil de conocer y acercarse al mundo difícil en el que México y su banco central tenían y tienen que vivir y sobrevivir.

Ya en retiro, Ariel nos acompañó en la fundación y crecimiento del Grupo Nuevo Curso de Desarrollo, cuyas reflexiones e intercambios en los salones de trabajo del Consejo Universitario de nuestra Casa de Estudios, han recibido el apoyo de sus generosos rectores José Narro y Enrique Graue. Fraternal abrazo para la familia y nuestra tristeza solidaria con amigos por una pérdida sensible y valiosa.

No creo exagerar. Estamos tirando por la borda lo poco que tenemos de orden republicano; no me refiero a un orden democrático que poco nos ha ocupado en estos lustros de transición y alternancia pacífica en los mandos del Estado, sino de algo elemental y por eso fundamental. Subyace forzosamente a toda construcción simbólica o material que decidamos asociar con la idea de una edificación política diferente a la actual la que, muchos convenimos, no es ni la mejor ni la más idónea para siquiera soñar con un orden democrático.

Tampoco es una que se acerque a lo que llamamos un arreglo republicano con capacidades de durar en tiempo y consistencia para conformar los cimientos de una edificación superior: un Estado de derechos y derecho, moderno y democrático, constitucional y abierto a las transformaciones del mundo.

En repetidas ocasiones he propuesto que tal tipo de Estado debe verse, y en nuestro caso entenderse, como un Estado Social y Desarrollista, características que elevan las exigencias a la política y a los políticos y, consecuentemente, a todos los grupos y sectores de la sociedad. Mandato mayor que contrasta ampliamente al observar nuestros desempeños en las más recientes jornadas cívicas, relativas a la revocación de mandato y a la reforma constitucional sobre la energía. Diferencias mayúsculas que indican que no somos ni republicanos ni estamos a la altura de un Estado democrático propiamente dicho.

La “conclusión” del litigio energético no podía haber sido peor ni más adversa. Terminar un diferendo, que en este caso se quiere constitucional, tildando a los opositores de la iniciativa presidencial de traidores a la patria, no solo habla de un analfabetismo político y jurisdiccional alojado en los nichos profundos del alma mexicana, sino de unos arreglos estatales, por llamarles de algún modo, opuestos a la reconversión constructiva del orden y el Estado actuales en el sentido democrático y social descrito.

Sin pretender abusar de la compleja trama mundial que la crisis económica y sanitaria, primero, y ahora la guerra en Ucrania han tejido, urge que nos hagamos cargo de nuestros desfiguros y excesos y nos preguntemos con seriedad si con lo que tenemos de Estado y urdimbre política es suficiente para calibrar la nave y evitar quedar a la deriva de un torbellino cuyos alcances se apuntan ya como globales.

Los empeños y diseños para reconstituir un orden económico, financiero y político a la altura del desorden que se apoderó del mundo con la post Guerra Fría y las turbulencias económicas y financieras que le siguieron han quedado atrás. También corre ese riesgo el gran acuerdo inscrito en la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible, acordados en 2015 por la Asamblea General de Naciones Unidas. Pero de ninguna manera son expedientes resueltos, por el contrario. Si algo caracteriza al mundo de hoy es la navegación sin derroteros claros. Lo grave puede ser que, en vez de oleaje y mares de fondo, una mañana nos encontremos entre el Mar de los Sargazos y el Triángulo de las Bermudas.

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