Rolando Cordera Campos

Desde el páramo de las carencias

La numeralia del INEGI traza el aterrizaje forzoso de la sociedad en una economía deprimida que no da señales de tener el empuje suficiente para generar, por sí misma, una reacción positiva.

Panorama sombrío el que retrata INEGI, una caída económica que no parece todavía tocar fondo para recuperar el paso hacia el crecimiento de la producción y el empleo. A pesar de los muchos “brotes verdes” de reactivación, se mantienen los “debes”: desempleo masivo no superado del todo; emprendimientos pequeños y micros que desaparecieron sin dejar huella; dinámicas extraviadas en sectores y ramas importantes que no parecen dar visos de recuperarse.

De acuerdo con cifras del primer trimestre de 2021, en relación con mismo periodo del 2020, los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) son duros: la población económicamente activa pasó de 57 millones a 54.4 (1.6 millones excluidos); las reducciones han sido prácticamente en todas las ramas: actividades terciarias, 1.9 millones; sector comercio 712 mil; restaurantes y servicios de alojamiento, 656 mil. En micronegocios 924 mil, particularmente los que cuentan con establecimiento para operar, con 537 mil personas menos. La tasa de desocupación nacional pasó de 3.4 a 4.4 por ciento y la subocupación registra 2.7 millones.

Por entidad federativa, las tasas más altas de informalidad laboral las registran Oaxaca (79.7 por ciento),  Guerrero (76.1 por ciento) y Chiapas (74.2 por ciento); en sentido contrario están Chihuahua (34.3 por ciento), Nuevo León (34.9 por ciento) y Baja California (35.8 por ciento) con las tasas más bajas durante el primer trimestre de 2021. Y las ciudades con mayor subutilización de la fuerza de trabajo en el primer trimestre de 2021 fueron Ciudad del Carmen (42.6 por ciento), Ciudad de México (42.3 por ciento) y Coatzacoalcos (39.1 por ciento) y las tasas más bajas se ubicaron en Saltillo (13.1 por ciento) Aguascalientes (16.4 por ciento) y Ciudad Juárez (17.6 por ciento).

La numeralia del INEGI traza el aterrizaje forzoso de la sociedad en una economía deprimida que no da señales de tener el empuje suficiente para generar, por sí misma, una reacción positiva y sostenible en los flancos de la producción y la ocupación. De aquí el escenario yermo que ni los panoramas cercanos y probablemente provechosos del flanco externo, en especial los provenientes de la impetuosa economía estadunidense, parecen estar en condiciones de exorcizar.

El conjuro de un crecimiento renovado queda todavía bajo dominio de los brujos de Catemaco. Por lo pronto, hay que asumir que no vendrá de este mundo nuestro y, además, que su probable aclimatación puede darse lentamente, habida cuenta de los daños mayúsculos resultado de los tristes meses de inicios del 2020.

Somos el único país en el mundo cuyo Estado, frente a los embates de la pandemia y su secuela depresiva en lo económico, en vez de gastar con prontitud y eficiencia, ahorra para un “mejor mañana” o, supuestamente, para atender otras prioridades. Quizá también, sea el único que en vez de asumir la inevitabilidad de intervenciones “exógenas” del Estado, rechaza cualquier tentación de actuar contra un ciclo devastador y cargado de malos augurios.

El inventario de omisiones y distracciones que podría seguir de este recuento podría llevarnos a una circunstancia difícil de imaginar, pero siempre arraigada en los bajos fondos de una economía como la nuestra: abierta y de mercado; sumamente heterogénea y desigual y con un Estado institucionalmente frágil y financieramente pobre.

Las fuerzas depresivas pueden descubrirse superiores a las de la resiliencia y la recuperación y verse alentadas por el autismo político, incapaz de intervenir como exige nuestra circunstancia social y económica. El resumen malhadado de todo esto lo da el mundo del empleo, marcado por la subocupación y la precariedad laboral, así como por la acumulación de carencias en materia de acceso a bienes públicos fundamentales: la salud y su cuidado; la educación y sus adjetivos y sustantivos, dignos y prometedores.

Más que de saldos registrables en la partida doble de la economía, hay que hablar ya de vidas jóvenes sin presente. De esto precisamente trata y ha tratado la economía política: de toda política comprometida con la ciudadanía.

En vez de convocatorias a reconocer(nos) como formación social, sumamente deficitaria en los bienes y los satisfactores esenciales, seguimos “distraídos” con enfrentamientos un tanto pueriles, por lo primitivo del discurso y lo elemental de la retórica. Por esta vía es imposible empezar a generar dinámicas para la seguridad y el bienestar, tampoco para propiciar ánimos renovados e inspirados por la recuperación del mundo y de nuestro vecino y socio. Por lo pronto, bregamos en el laberinto de nuestra soledad.

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