Rolando Cordera Campos

La adversidad nuestra de cada día

Al país le urge reconstruirse y, para ello, debemos deliberar sin prisa, pero sin pausa; dar paso a un proyecto general, nacional.

Cercados ominosamente por una adversidad multidimensional es indispensable, vital, seguir insistiendo en que ahondar por la vía de acentuar diferencias y divisiones nos mantiene irremediablemente en callejones sin salida. O, peor aún, si permitimos que la necropolítica devenga la lingua franca de supuestos entendimientos.

El lenguaje está en el principio, pero también puede marcar el final de una fase histórica, de una amistad, de una adhesión o una lealtad. Por eso es crucial que no perdamos de vista las palabras con que nos expresamos ante el desastre o verbalizamos la desgracia y, frente a ellos, nos empeñamos en tejer algún lazo de comunidad que, a su vez, nos permita otear y trazar rutas de salida del círculo infernal en que estamos.

El encierro ha dejado de ser físico para pasar a una etapa ‘superior’ en la escala de corrosión y destrucción colectiva. Y, ahora se agrava hasta extremos desconocidos por la necedad de los que dicen estar en el juego de la representatividad y la representación políticas, pero no dudan de llevar agua a su molino usando impúdicamente la tragedia del día o la catástrofe por venir para sus fines.

Las expectativas de las empresas, recogidas antes de que viniera el desastre, parecen mejorar, como también lo hace el desempeño de la actividad económica, aunque con timidez. Así lo informa el Inegi con sus estimaciones del PIB o del clima empresarial que ahora priva y busca volverse tendencia. Enfocarse con enjundia y coraje a ayudar a dar durabilidad a ambas tendencias deberían ser empeño principal del presidente López Obrador y no mantener en el centro sus discursos bélicos. O la estigmatización como método de gobierno.

Se necesitan buenas dosis de coraje, disposición y voluntad políticas para lidiar, con algún viso de éxito, con esta coyuntura envenenada. De la pandemia sanitaria a la enfermedad económica; de la frase “yo tengo otros datos”, al juicio mañanero; del descalabro estructural en el Metro al uso político electoral de la desgracia. Y, en el centro, nuestras vulnerabilidades y carencias. Nuestros desencuentros y divisiones.

Por si hiciera falta, el desplome del Metro debería reforzar la idea de que al país le urge reconstruirse y, para ello, deliberar sin prisa, pero sin pausa; dar paso a un proyecto general, nacional, articulado por dos misiones íntimamente encadenadas: rescatar a los afectados y colapsados por la pandemia, la caída económica y ahora la del Metro para abordar una reconstrucción a fondo, institucional y de nuestra economía política, más allá de la reconstrucción física que reclama acciones inmediatas.

Aceptémoslo: la muerte se convirtió en la referencia inmediata de nuestras vulnerabilidades. Estadística en disputa, pero al fin subsumida por su magnitud. Ahora, contada una a una es otra cosa.

Esto debería advertirnos de lo nocivo que es en todos los casos, en las tragedias o no, apurar juicios y montar tribunales sumarios sin el menor cuidado por el rigor y la prudencia. Esto lo podemos lograr si llamamos a los ingenieros y otros profesionales afines, así como a los evaluadores de proyectos y los auditores de desempeño, a hacerse cargo de las ponencias maestras para un examen que habrá de ser colectivo o no será.

La desgracia ocurrida en la Línea 12 del Metro no debe convertirse en línea Maginot, ni Tláhuac en escenario bélico poblado de trincheras. Una lectura cuidadosa de nuestro presente nos puede ayudar a entender nuestra realidad, saber cómo y por qué hemos llegado a dónde estamos.

La elección de junio no puede con este encargo. La manchó el gobierno con sus maximalismos aberrantes (conmigo o contra mi), pero la redujo a su mínima expresión una supuesta oposición que no acierta a encontrar su nombre.

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