Cronopio

Conciencia trágica

Roberto Gil Zuarth analiza a la sociedad que hace relativa la violencia y que no tiene margen de lo tolerable.

En la segunda entrega de la trilogía sobre sus Pensares (Pensar México, Taurus, 2017), Maruan Soto Antaki afirma que México carece de las nociones trágicas más básicas. Somos un país en el que "la más clara tragedia pierde su carga trágica". Un país sin conciencia sobre lo inaceptable, sobre lo que hace daño, sobre los márgenes de lo tolerable. Una sociedad que relativiza las desgracias. El paisaje de la violencia, de la corrupción, de la desigualdad, no incomoda a nadie. Transcurrimos sin memoria y aprendizaje. Nuestra resistencia no se ha puesto a prueba. Tampoco sentimos vergüenza. Y quien no se ve en el espejo de sus desdichas atesora muy poco. "La tragedia de los pueblos exige y provoca conciencia social; un impulso de unión que define los límites", dice Soto Antaki. En la asimilación de la tragedia está el camino a recorrer para que nunca regrese. Ahí radica el punto compartido de no retorno. La posibilidad de restauración de una sociedad que enfrenta sus traumas.

1994 fue un año trágico. El levantamiento zapatista, el homicidio de un cardenal, la ejecución de un dirigente partidario, el asesinato del candidato presidencial del PRI. Una sucesión bajo la sospecha del ajuste de cuentas. La ruptura radical de los equilibrios básicos que mantuvieron la larga hegemonía del sistema de partido único. Una elección manchada por la violencia política, la inequidad, la corrupción. Los síntomas visibles del agotamiento del régimen político, pero también de la ausencia de una alternativa que lo sustituyera. El déficit crónico de la condición de legitimidad para contener el impulso salvaje de los intereses. El vacío de la mínima condición de eficacia para poner en orden a las fuerzas que se disputaron el control, legal y extralegal, del Estado.

No logro entender la evocación de la tragedia colosista en la defensa de la causa del candidato del Frente opositor. Alguna pretensión habrá tenido la decisión de colocar al hijo del candidato asesinado en la primera fila de la indignación, a pocos días de cumplirse otro año de Lomas Taurinas. Algo más: la fotografía se enmarca en el contexto de una desafortunada declaración pública, en el sentido de que la muerte es la única distancia entre el candidato hostigado y la boleta. En política, los símbolos son mensajes, piezas de la razón que se pretende discernir, telones de escenografía que tonifican la fuerza persuasiva de la denuncia. Luis Donaldo Colosio Riojas no es sólo un candidato más del Frente (y adversario electoral del PAN en Nuevo León, por cierto): es el hijo de un candidato presidencial que fue victimado en plena campaña electoral, cuyo móvil y autoría es quizás una de las mayores interrogantes de la historia contemporánea del país. Para la gran mayoría, el caso Colosio es un crimen orquestado o alentado por un régimen acosado por las traiciones, amenazado por la urgencia de la renovación, secuestrado en el instinto de la sobrevivencia. Fue el zarpazo final de una fiera herida de muerte. El estruendo que anticipa el colapso de un edificio en ruinas. La caída trágica de un símbolo.

Es indefendible la actuación de la PGR en el caso de las imputaciones que pesan sobre Ricardo Anaya. Lo es, entre otras razones, por el poco escrupuloso cuidado de la secrecía de la investigación y por sus usos mediáticos. Pero suena a broma macabra usar la efigie de Colosio como escudo de defensa ¿O a cuáles demonios se pretenden exorcizar? ¿Qué dimensión tiene el hijo y sus aliados sobre lo que le aconteció a su padre? ¿Es válida la relativización de un hecho que además de la pérdida de una vida humana, marcó la deslegitimación final del régimen autoritario al revelar la crueldad de su entraña criminal? ¿El candidato de la oposición necesita sostener su discurso sobre el cadáver de un candidato priista asesinado?

1994 no puede perder su carga trágica. La muerte de Luis Donaldo Colosio significó mucho más que el presunto hostigamiento judicial de un candidato. No empecemos a devaluar las desgracias sobre las que debemos sentir vergüenza. Por más que sean útiles en campaña.

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