Roberto Escalante Semerena

Trump y Marx

 

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Las recientes elecciones en los Estados Unidos de América han dejado no sólo atónitos a muchos en el mundo, ha reverberado en la socioeconomía y en la política.

Como varios han señalado, Trump es un millonario mentiroso que ha sabido capitalizar el descontento de las clases medias trabajadoras de los Estados Unidos que, con la globalización, perdieron sus fuentes de empleo a manos de otras áreas del globo que pueden proveer las mismas mercancías a costos más bajos. Así Trump se ha convertido en el líder de los trabajadores del país del norte a contrapelo de lo que la teoría, entre ellas el marxismo, posuló desde hace varias centurias. Es el Lenin de la globalización, al menos en Norteamérica.

Resulta extraño, por decir lo menos, que los trabajadores norteamericanos depositen en un magnate como Trump las esperanzas de un futuro mejor cuando muchos de sus postulados apuntan a ser más ricos a los ya ricos de los Estados Unidos. Recuérdese, por ejemplo, su propuesta de devolver impuestos mediante tasas impositivas más bajas, medida por la cual, con simple aritmética, sabemos que los que más ganan tendrán que pagar menos tributos al Estado. Otro ejemplo lo constituye la promesa 'trumpiana' de desmantelar el Obamacare que le permitió a muchos norteamericanos tener cobertura en salud, y así otras medidas.

Uno cavila las razones tan primarias que llevaron a esas masas de personas norteamericanas a pensar que un individuo como Trump podrá, en verdad, devolverles el bienestar perdido. El líder de los trabajadores, un individuo que a la marxista se diría lidera la extracción de plusvalía absoluta y relativa a los trabajadores, es pensado como su salvador. Es como si los patos le tiraran a las escopetas. Increíble, pero así es.

De cualquier manera ex-ante a tomar la presidencia, Trump ha iniciado acciones, presiones, para que empresas, principalmente las automotrices, regresen sus inversiones a territorios norteamericanos donde se ubican los olvidados, como él les llamó, y regresarles, así, aunque de manera exigua, algunos de sus trabajos. Cabe resaltar que mientras miles de trabajos directos e indirectos se crearían en la planta de Ford en San Luis Potosí, México, sólo 700 serán realidad en la planta que la misma Ford establecerá en Michigan. No importa el número. Lo que cuenta es que Trump le cumple al electorado, a los trabajadores.

Lo anterior puede, seguramente tendrá, consecuencias económicas. La contabilidad de costos es inevitable. Si cuesta más caro producir un Ford en los Estados Unidos vis-à-vis lo que cuesta en México, alguien tendrá que pagar la diferencia. En este caso serán los consumidores norteamericanos, porque, hasta ahora, no se conoce a empresarios que, de manera consuetudinaria estén dispuestos no sólo a sacrificar ganancias, si no a sacrificar su capital. Y si Ford pretendía exportar esos automóviles, no podrá hacerlo porque seguramente habrá competidores de sustitutos casi perfectos que los manufacturen más baratos. Trump le responderá a su electorado de trabajadores pero traicionará a los de su clase, los empresarios. No se puede tener el pastel y comérselo.

Al final del día, muy probablemente, lo economía será lo que determine la política. Hasta ahora no hemos visto que los empresarios tengan la bondad de sacrificar sus ganancias en beneficio de los trabajadores.

Trump lo sabe, porque lo practica y la inevitable traición u olvido de promesas se cumplirá. En el mediano plazo, es decir, en uno o dos años, el proyecto político de Trump no tendrá alternativa. ¿O sí?

El autor es profesor de tiempo completo de la Facultad de Economía – UNAM.

Contacto: semerena@unam.mx

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