Sobreaviso

Estado de alerta

Condenar el pasado y adorar el futuro no cambia la realidad. Ello exige actuar con claridad en el presente. En ese espacio se define si se transforma o trastoca un país.

En vez de condenar a diario el pasado aborrecible y adorar el futuro incierto, más conviene declarar el estado de alerta en el presente.

La circunstancia nacional y la internacional urgen a tomar providencias y revisar en qué capítulos se puede conjurar que la adversidad hinque sus dientes sobre la estabilidad política, económica y social. Si en los últimos meses la incertidumbre selló el acontecer nacional, la invasión rusa de Ucrania agrega peligrosos ingredientes al momento. ¿Qué política a seguir ante la nueva circunstancia?

Por la respuesta a la agresión militar, el conflicto reviste un carácter financiero, alimentario, logístico, cibernético, energético e industrial y, desde luego, humanitario. De la velocidad, duración, intensidad y dimensión de aquel dependerá su desastrosa consecuencia. Mejor actuar con precaución.

De la amarga y dolorosa experiencia de haber minusvalorado el efecto de la pandemia sobre la salud y la economía es obligado derivar lecciones. No repetir errores a causa de la aventura militar emprendida por Vladimir Putin, justo cuando aquí cruje la estrategia ante el crimen y la corrupción en un marco de fragilidad económica y desencuentro político.

El inventario nacional de pendientes por resolver y problemas por llegar insta a realizar ajustes, recalcular los pasos y dejar de perder tiempo en lances secundarios o verdaderamente absurdos.

Si es posible que los índices de inseguridad hayan disminuido ligeramente, también lo es que la violencia criminal impacta cada vez más a la economía y la gente. Si es cierto que los adversarios del gobierno aprietan el ritmo y no pierden oportunidad para golpearlo, también lo es que el gobierno descuenta aliados sin necesidad. Si no hay duda de la honestidad presidencial, sí la hay sobre cercanísimos excolaboradores del mandatario. Si la política exterior no es área que domine el presidente López Obrador, mejor dejar su manejo a los profesionales y evitar contradicciones. Si bien el sector eléctrico exige una reforma, es menester reconocer que la propuesta hecha requiere un replanteamiento, sobre todo, a la luz del conflicto desatado por Rusia. Si bien el país se recupera a paso lento, también acecha el peligro de una recaída.

En esos campos –por no decir, problemas– es menester revisar la situación y operar ajustes, al tiempo de contener acciones y posturas que solo tensan las relaciones políticas y distraen la atención de lo fundamental. Actitudes como las de los gobernadores de Veracruz, Puebla y Morelos son un ultraje al derecho y la razón; hostigar a la autoridad electoral de cara a un ejercicio sin sentido, como el de revocar o ratificar el mandato presidencial, revela miedo al fracaso; lanzar puyas diplomáticas a países amigos exhibe falta de jerarquía en las prioridades; nombrar embajadores a la carrera en plazas donde se requieren embajadores de carrera hace del servicio exterior agencia de colocaciones…

Qué bueno darle buena cara al mal tiempo, pero exagerar ese optimismo no tranquiliza, inquieta. Refugiarse en el pasado, atrincherarse en el presente no garantiza construir un futuro mejor y distinto, sobre todo en estos días oscuros. Cuando se niegan errores desde el monumento a la infalibilidad, es muy difícilmente tener aciertos.

En el manejo de los tiempos se está yendo el sexenio sin cristalizar –como dice el posicionamiento de Morena– la esperanza de México y cuanto más se aproxime el mandatario al final de su gestión, más difícil le va a resultar tomar decisiones para salvaguardar la estabilidad.

Si bien la situación recomienda diseñar un plan de emergencia económica por si es necesario, hay tres frentes donde también urge actuar de inmediato: el del sector eléctrico, la seguridad pública y el combate a la corrupción.

La reforma del sector eléctrico cumple ya un año de generar incertidumbre. Fracasó al plantearse al nivel de la Ley de la Industria Eléctrica y se dobló la apuesta, elevándola a rango constitucional para empantanarla en la Cámara de Diputados. Ahora ha finalizado el Parlamento abierto y, curioso, las diputaciones de Morena y el PRI no han hecho saber cuál es su conclusión. No dicen qué van a dictaminar, sólo discuten cuándo. ¿Se puede dictaminar una reforma cuando las condiciones de su diseño han cambiado? ¿Es imposible modificar el mercado eléctrico a través de una negociación política y atemperar la incertidumbre que retrae la inversión y frena el crecimiento?

La estrategia de seguridad –si la hubo– ya entró en crisis. No sólo cobra vidas, extorsiona y desplaza gente, también desestabiliza a gobiernos estatales recién llegados y golpea a la economía, al tiempo de abrir la puerta a la injerencia de Estados Unidos. No se reconoce, pero es evidente un giro en la política oficial frente a ese problema y, ahora, el coordinador de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, anuncia la revisión de esa estrategia. Ojalá se tomen en serio el asunto porque, a lo largo del siglo, lo ocurrido en ese campo constituye un fracaso del conjunto de la clase política, por no decir, del Estado. Si se va a revisar ese problema, debe convocarse y considerar al conjunto de las fuerzas políticas para elaborar una política de Estado transexenal y no ajustar el enfoque de una política de gobierno sin destino.

Y del combate a la corrupción ni qué decir, la red de complicidades no solo atrapa al pasado sino también el presente y, ante ello, el gobierno está obligado a actuar con consecuencia, así sean hermanitos del alma los involucrados.

Es hora de actuar en el presente y, quizá, dejar de hablar del pasado y el futuro porque en estos días se define si el país se transforma o se trastorna.

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