Trópicos

Las dos Cubas

Está la Cuba que conquistó utopías y fue ejemplo dentro de una América Latina sumida en dictaduras; y la otra Cuba, de la escasez desesperante que suma dudas de cómo han sido gobernados.

Siempre los gobiernos, propios y extranjeros, se han impuesto sobre su historia y su sociedad, y nunca los cubanos a ellos. Primero el colonialismo, después el imperialismo, y finalmente el comunismo. Largos periodos de control y saqueo, de abusos y carencias en nombre de ideologías que se han ensañado con un pueblo encantador y fuerte.

Hoy se sigue analizando, y con preocupación, el último periodo que corresponde al instaurado de 1959, cuando la Revolución cubana, encabezada por los hermanos Castro, se impuso después de seis años de combatir una insensata dictadura que finalmente fue derrocada, ante el júbilo de medio mundo.

Pero al día de hoy, y después de 62 años, la revolución ha envejecido de una forma dramática. A pesar de que la dignidad de su gente se mantiene intacta, aquel sueño que inició un primero de enero, y fue heredado de generación en generación, se agotó en medio de carencias sistemáticas en necesidades básicas como alimento, vivienda y salud. Contradicciones que se aglutinan frente a un siglo que avanza feroz entre la pandemia por Covid-19 y un sinfín de cambios tecnológicos, y que hace apenas cinco décadas parecían ciencia ficción.

Por un lado, está la Cuba que conquistó utopías y fue ejemplo dentro de una América Latina sumida en dictaduras y muertes. Inspiró cambios que hoy en día se han constituido en democracias, quizá imperfectas, pero que al menos les han permitido a diversas poblaciones latinoamericanas construir un mejor nivel de vida, moverse con libertad, más allá de sus fronteras, y desarrollar un pensamiento abierto y crítico.

Está la Cuba que ha inspirado los sueños de muchos, como el de aquel Hemingway que llevó a todo lo alto su narrativa a través de Santiago, uno de los personajes literarios más profundos del siglo XX por las emociones que emanan tras la batalla entre él, el mar y su presa. Un retrato que sigue siendo vigente al mostrar la esencia de la gente que aún habita la isla.

Está la Cuba de Silvio, Pablo y Acuérdate de abril, que junto con la vieja trova cubana y el son, ratificaron que la música es más fuerte que cualquier discurso político y que el amor trasciende cuando los cantautores toman la guitarra. Su expresión artística fue parte de la transformación y el cambio.

Está la Cuba que ha tejido una sociedad inmensa, cultural y deportivamente. Su cine con obras maestras como Fresa y Chocolate; o su literatura como la de Lezama, Carpentier o Padura. Y por supuesto, ahí están sus glorias olímpicas, o aquellos peloteros que año con año llegan a Grandes Ligas, a pesar de que varios cruzaron en pequeñas embarcaciones los mares que rodean la isla.

Y está la otra Cuba. La de la escasez desesperante y que día a día suma dudas de cómo han sido gobernados, junto a la estupidez del embargo económico que sólo los gobiernos de Estados Unidos pueden seguir manteniendo, absurdamente, para asfixiar a la sociedad y darle alas al comunismo. Ambas cosas, el orden ya no importa, han hecho de Cuba una calamidad a pesar de que muchos lo siguen viendo y analizando con romanticismo.

Las recientes marchas, válidas y necesarias a partir del básico derecho humano de la libre manifestación, deben ser analizadas fuera de los anacrónicos discursos del imperialismo vs. la revolución. Es hora de que surjan nuevos puentes para que primero, internamente, la sociedad cubana y sus frágiles instituciones celebren un cambio de sistema político, que favorezca una transición que les permita llegar a una democracia real donde sea la gente quien decida cuándo y cómo formar su gobierno.

Si lo logran hacer, aún validarían la Revolución cubana, como parte de un proceso de transformación que llevó a cubanas y cubanos hacia un mejor nivel de vida. De lo contrario, será vista como un modelo que no supo resolver, por lo que originalmente lucharon: la libertad de su pueblo y revertir las necesidades de su gente.

El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.

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