Trópicos

México no supera su historia

El PRI, PAN y PRD (sinónimo de cambio en la década de los noventa) se reciclan en lo peor de sí mismos; Morena los emula.

México, al igual que el resto de los países del mundo, sientan las bases políticas y económicas de lo que va a ser el futuro próximo, sobre todo, después del fin de la pandemia y una realidad indiscutiblemente compleja. Los sistemas democráticos son puestos a prueba, en primer lugar, por sus fallas de origen, evidentes en nuestros tiempos ante una desigualdad social que aumenta, pero que también abre las puertas a políticos autoritarios, que traen bajo el brazo formas de gobierno que rechazan los equilibrios e independencia de las instituciones del Estado.

El imprescindible historiador Yuval Noah Harari escribió hace tres años en su libro 21 lecturas para el siglo XXI: “Gobiernos en apariencia democráticos socavan la independencia del sistema judicial, restringen la libertad de prensa y califican de traidor a cualquier tipo de oposición”. Reflejo de las ambigüedades dentro del modelo liberal, después de la caída del muro de Berlín, aunque venciera, indiscutiblemente, los ‘relatos’ que impulsara el fascismo y después el comunismo. ¿A qué países nos recuerda esta premisa?

Liberal, desde el punto de vista de los sistemas de gobierno que la aplican, “celebran el valor y el poder de la libertad”, pero que ha venido perdiendo credibilidad a partir del triunfo de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos, y del Brexit, que con el voto de una ciudadanía desinformada, orilló al Reino Unido a desprenderse de la Unión Europea. Ejemplo claro de que un supuesto ejercicio democrático no necesariamente arroja resultados positivos, sobre todo en la era de la posverdad o la información falsa que se anida peligrosamente en las decisiones de la gente.

Estos dos eventos prendieron las alarmas, al contrariar los avances conquistados a favor de las libertades individuales, después de que se desataran furiosas campañas para disminuir la integración de los migrantes, frenaran la libre movilidad entre países, limitaran el intercambio al conocimiento y al trabajo; hasta en los preceptos económicos, al frenar el multilateralismo y la vigorosidad del comercio en la región, dejando en el limbo cientos de miles de empleos. Con Trump, los migrantes fueron equiparados con terroristas, y bloquear el comercio con otros países fue una de sus amenazas favoritas.

El liberalismo en México fue desaprovechado durante las décadas pasadas al no garantizar esos valores individuales que nos permitieran transitar hacia una sociedad más autónoma, y al mismo tiempo protegida por el Estado. Hemos confundido que, con el voto de la gente, pudimos celebrar la consolidación de nuestra democracia a partir de la llamada ‘alternancia partidista’, al pasar primero del PRI al PAN, después del PAN al PRI, y finalmente del PRI a Morena.

Nada más erróneo y falso. La alternancia no es más que la fusión y reacomodo de los mismos políticos en distintas nomenclaturas. Los avances de la sociedad se deben a las bases sociales que, independientemente de su formación política y activismo, se han atrevido a impulsar una transformación a favor de las minorías. No se entiende que un gobierno que se dice transformador, de izquierda y progresista, no impulse la legalización del aborto, las energías renovables y la independencia de los poderes del Estado mexicano.

Alterar el orden institucional y constitucional, a partir de la poca coherencia ideológica por parte de grupos políticos que durante más de tres décadas nos han gobernado, también nos deja poco aliento para creer que las cosas van a cambiar en el mediano plazo, mucho menos ante una época que abre puertas a realidades que Yuval Noah Harari define como inevitables: la infotecnología y biotecnología, y que a pesar de sus ventajas, al mismo tiempo ponen en riesgo millones de empleos, la llegada de ‘dictaduras digitales’, y la ‘irrelevancia’ de la gente.

¿Entenderán los políticos y gobernantes de México estos nuevos retos que el mundo enfrentará y urgen sean descifrados, o vivirán aún en el pasado doméstico y anacrónico de una historia que debe ser renovada?

La respuesta es no. No, cuando vemos que nuestros ‘líderes’ de partidos políticos, del Ejecutivo, del Legislativo y del Judicial, juegan a que avanzamos sin avanzar, a que nos transforman sin cambiar, a que se distinguen sin diferenciarse. Siguen anclados a la inmediatez de sus puestos. Basta echar un ojo a las cada vez más mediocres campañas electorales, para darse cuenta del nivel intelectual ínfimo, como aquellos candidatos que manosean a mujeres, abusan sexual y económicamente, bailan por votos, o actores que mientan la madre a diestra y siniestra.

No, ante el engaño que quieren que validemos, después de que una supuesta mano independiente del servicial Partido Verde, introdujera un transitorio bajo las faldas del Legislativo para alargar dos años más la presidencia de Arturo Zaldívar en el Poder Judicial, y con el aval incondicional del presidente, y el silencio cómplice o amordazado de los ministros. Una jugada orquestada en Palacio Nacional y que aún creen que les creemos.

No, cuando el PRI, el PAN y el PRD (que fuera sinónimo de cambio en la década de los noventa) ahora se reciclan en lo peor de sí mismos, apostando por proxenetas de la política como renovadores de su plataforma.

No, cuando Morena sigue el mismo camino y seguramente correrá con la misma suerte después de atrincherarse en sus galimatías. No, así no avanzamos.

El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.

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