Mauricio Jalife

¿Un IMPI de izquierda?

Mauricio Jalife indica que el IMPI deberá recuperar el nivel de independencia que le corresponde, y no seguir siendo el mandatario de la Secretaría de Economía, de manera que pueda erigirse en bastión de defensa de los derechos que regula.

La si no violenta, al menos sí, radical transición que están sufriendo diversas dependencias del sector público federal, con nuevas misiones, estructuras y personal, plantea que en cada caso sean revisados los fundamentos en los que individualmente se sostienen. En muchos de los casos será necesaria, al menos, una redefinición de tareas y objetivos.

El caso del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial es particularmente representativo, dada la clara vocación capitalista a la que obedece desde su génesis. Esta entidad paraestatal fue la respuesta más elocuente que nuestro gobierno ofreció a los sentidos reclamos de sus socios comerciales para contar en el país con mejores niveles de observancia en materia de Propiedad Intelectual. Como parte de ese esquema, contar con una autoridad reguladora eficiente, moderna y proactiva resultaba indispensable en el cumplimiento de las nuevas metas.

Puede sin temor afirmarse que, en sus primeros 15 años de vida -de los 25 que acaba de cumplir-, el IMPI fue uno de los hijos predilectos de un régimen que apostó con energía por la apertura de mercados y la internacionalización de nuestra economía. Sin un régimen jurídico consolidado de protección y respeto a derechos de autor, patentes y marcas, las apuestas por inversión e intercambio comercial habrían quedado truncas. En esos años, el IMPI triplicó su base de gestión, desarrolló los fundamentos para servicios en línea, capacitó examinadores de patentes en diversas áreas, fundó oficinas regionales en 5 puntos del país, y realizó una meritoria labor de difusión que captó la atención, también, de empresarios nacionales alertados por los beneficios del sistema.

Hoy, en un discurso tutorial completamente diverso, del que están desterradas alusiones a la innovación y la competitividad, la labor del IMPI parece declinar en protagonismo. Enemigo de la informalidad y el tráfico ilegal de productos falsificados que la fomentan, no parecen los siguientes años ser los mejores para el discurso de los derechos exclusivos que recompensan la creatividad. Más allá de ello, en un ambiente de austeridad, los recursos del Instituto representarán una tentación para alimentar a otras dependencias menos productivas.

En la redefinición ideológica que le imponen los nuevos tiempos, el IMPI deberá recuperar el nivel de independencia que le corresponde, y no seguir siendo el mandatario de la Secretaría de Economía, de manera que pueda erigirse en bastión de defensa de los derechos que regula. Si claudica, si acepta recular de su función esencial, estaría firmando su mimetización con un sistema que no suscribe en forma alguna el ideario de la Propiedad Intelectual; o el IMPI sale en defensa de la relevancia de su misión, o regresará a ser la intrascendente oficina de registro de marcas que era antes de 1993.

En ese propósito, la primera defensa que se debe enarbolar es la de los recursos técnicos, materiales y humanos que la institución ha desarrollado a lo largo de 25 años, empezando por la formación experta de sus operadores. Muchos de ellos, con formación internacional y con amplísima experiencia en administrar las complejas contiendas que involucran derechos de este tipo. Afuera, países como China, Corea, India y Rusia, trabajan intensivamente en las patentes que les darán riqueza en los próximos 25 años.

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