Retrato Hablado

‘El cáncer me dejó la semilla de la voluntad por la salud’: Arturo Erdely

Al cumplir los treinta, decidió consagrarse a su vocación, la docencia y la investigación, y a construir su trayectoria académica.

--¿Por dónde quieres empezar?--, le pregunto.

--Por lo lógico--, responde.

Es la respuesta de matemático.

Arturo Erdely es un sobrevivente, como sus abuelos paternos, una pareja de judío-húngaros que emigraron apenas fue derrotado el imperio austrohúngaro en la Primera Guerra Mundial. “La postguerra es dura para todos, pero se ensaña con los perdedores”, apunta Erdely, quien relata que la pareja se conoció en la Ciudad de México, ambos pertenecientes a la comunidad que se estableció ahí tras su desembarco en el Puerto de Veracruz.

No pudo ser más dura la vida de los Erdely. Jorge Erdely, mercadólogo, se suicidó, derrotado por las drogas. Graciela Ruiz perdía un empleo tras otro porque cayó más hondo en un alcoholismo que la aquejaba tiempo atrás. “Me vi forzado a madurar demasiado pronto”, confía Arturo Erdely, responsable desde los 11 años de su hermana menor, con el soporte de su abuelo y el hermano de su papá, padres ambos para él.

“Después de años en psicoanálisis y psicoterapia, supe que, afortunadamente, cuando mi padre me dijo que él y mi mamá eran el vivo ejemplo de lo que yo no debía ser, me liberó de una carga y me hizo posible buscar mi propio camino y tratar de ser mejor. Eso me permitió también verlos como lo que son: seres humanos imperfectos, con fallas”.

En la adultez, Erdely se encargó también de administrar el patrimonio familiar. Estudió actuaría, en la UNAM, y la licenciatura en piano, en el Conservatorio Nacional de Música. Terminó la primera y se quedó en el séptimo año de piano, al que dedicaba la menor parte de su tiempo. “Yo estaba lejos del nivel de talento que se requiere para sobrevivir como profesional. Mucha gente cree que con mucho trabajo y disciplina se puede alcanzar, pero eso es falso para el arte”.

Erdely había sido advertido: como matemático o como músico no podría sostener a los suyos, así que, durante seis fastidiosos años, trabajó en el mundo financiero, primero en casas de bolsa y luego en un banco. Al cumplir los treinta, decidió consagrarse a su vocación, la docencia y la investigación, y a construir su trayectoria académica.

Obtuvo el doctorado en Ciencias Matemáticas en la Universidad Nacional. Primero dio clase en la Universidad Anáhuac, pasó por la UAM y finalmente concursó por una plaza de tiempo completo en la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán, donde permanece hasta ahora.

Aparentemente, el rumbo de su vida se enderezaba, cuando Erdely experimentó algunos síntomas extraños en la boca. Meses después, fue diagnosticado con un cáncer en la lengua que ya estaba en una fase intermedia de avance. “No estaba en etapa terminal, pero tenía media estocada. El panorama se tornó muy complicado, muy incierto, porque un oncólogo difícilmente se va a comprometer a decir algo rotundo; son cautelosos porque el cáncer es una enfermedad muy traicionera”.

Erdely consultó a siete médicos más. Todas las opiniones apuntaron a un escenario delicado: el cáncer de lengua se asocia a fumadores --no era su caso--, a personas que padecen de un alcoholismo severo --tampoco era su caso-- o a personas infectadas con el virus de papiloma humano, lo que quedó descartado. Dado que su cáncer no era producto de lo ‘usual’, se pronosticó una mayor agresividad.

Arturo Erdely se sometió a siete cirugías en dos años. Cada una era una batalla contra la incertidumbre, propia de este tipo de procedimiento, y el dolor insoportable en una de las zonas más enervadas del cuerpo.

La ortodoxia oncológica recomendaba quitarle la mitad de la lengua y tratar después el órgano con radioterapia. Su médico, sin embargo, procedió de una manera distinta y amputó solo una tercera parte: “Me dijo que por la vía tradicional no se me iba a entender nada cuando hablara, y como soy profesor, no me hubiera muerto de cáncer, sino de depresión”.

El matemático tiene una ligera secuela. Él sostiene que no habla tan claro como antes, pero para alguien que apenas lo conoce es imperceptible.

--La recuperación debió ser espantosa...

--Conocí lo que es dolor. Fue un encuentro con el dolor físico como nunca lo hubiera imaginado. Tuve la fortuna de que me acompañara una psicoterapeuta especialista en pacientes con cáncer, porque el estado de ánimo hace una gran diferencia para no derrumbarse. Todo eso me generó una sensibilidad muy especial respecto de la vida. Yo era ateo, pero el cáncer me puso por primera vez de rodillas, y me di la oportunidad de acercarme al cristianismo.

Quince días después de cada intervención, el maestro volvía a sus clases, se paraba frente a su grupo y hablaba, una verdadera tortura. “Me dolía hasta el alma, y me aguantaba, pero así es como se recupera la lengua”.

Ederly ha cumplido ocho años en remisión. En ese lapso, fue contratado para participar en la campaña de Livestrong, lanzada por el exciclista Lance Armstrong (varias veces ganador del Tour de France y posteriormente acusado y sancionado por dopaje) y la empresa deportiva Nike en 2004 para recaudar fondos para la investigación del cáncer.

“En los spots y los espectaculare de Livestrong, aparecían sobre todo mujeres. A los hombres casi no les gusta hablar de cáncer; lo asocian con debilidad”, explica.

Desde entonces Ederly fue un asiduo de las redes sociales. “Soy sensible a los problemas de salud, quizás por eso me di a conocer cuando apareció el COVID. No pude evitar involucrarme desde el día uno, desde mi campo, en el tema de la epidemia. El cáncer fue lo que me dejó la semilla de la voluntad de participar en temas de salud pública”.

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