Costo de oportunidad

El fracaso petrolero mexicano

Produce menos crudo, y parece estar invirtiendo en todo menos en las herramientas y activos que le permitirían extraer más petróleo.

La única pregunta que tiene que responder un banquero es si sus deudores pueden pagar sus obligaciones con él. También esa es una pregunta importante para los proveedores del deudor en cuestión, quienes no podrán venderle bienes o servicios a una persona o empresa que no tiene solvencia para pagarles. Igualmente, el gobierno del país donde esté esa persona o empresa también tiene que preocuparse por la liquidez y rentabilidad del negocio, o no podrá cobrar impuestos. Por último, los trabajadores y los socios de la empresa, que normalmente ríen al último, y no necesariamente mejor, también deben preocuparse de la capacidad del negocio para producir utilidades.

Todo esto parece habérsenos olvidado a los mexicanos al hablar respecto a Pemex. Y es curioso que se nos olvide, ya que todos los mexicanos somos acreedores, financiadores, recaudadores, proveedores, trabajadores o socios de la paraestatal. Obviamente, todos tenemos distintos niveles y grados de conexión con la empresa de todos los mexicanos. En mi caso, solamente me interesa el ángulo fiscal (si Pemex me va a costar más en impuestos), y el societal (dado que, en principio, soy dueño de una cienmillonésima parte del capital de Pemex).

Entre reportes de que no hay abasto suficiente de gasolina en el centro del país, que estamos enviando el combustible a Cuba, que no hay suficientes pipas para la distribución de los productos de la empresa, que sus inversiones recientes como la refinería de Paraíso no están funcionando, que la empresa no paga a sus proveedores, y que es altamente posible que caiga en impago de acreedores bancarios y no bancarios, sería difícil no preocuparse por Pemex hoy en día, sobre todo si eres mexicano. La empresa cada vez produce menos crudo, y parece estar invirtiendo en todo menos en las herramientas y activos que le permitirían extraer más petróleo de la tierra, su línea de negocio más rentable. En años recientes, el Estado mexicano le ha invertido mucho dinero a la paraestatal, y la compañía se volvió una carga para el contribuyente. ¿Hasta qué momento los mexicanos debemos mantener la ilusión de que ese negocio volverá a ser productivo?

Esta columna tratará de dar consejos a Pemex, como si sirvieran de algo, o como si la empresa estuviera en posición de escucharlos e implementarlos. A la mejor los consejos le llegan ya tarde. A la mejor el gobierno corporativo de la empresa no está en la misma frecuencia que este economista, o a la mejor las recomendaciones no llegan porque quienes toman las decisiones no leerán este periódico. De cualquier forma, ahí van:

Pemex tiene que bajar su endeudamiento, sin matar al Estado mexicano en el proceso. Para ello, tiene que deshacerse de costos innecesarios en la operación. El Estado es el dueño de los recursos petroleros, y sería sensato que la empresa se los devuelva a la Comisión Nacional de Hidrocarburos para que esta los concesione a las empresas privadas que estén en capacidad de pagar regalías anticipadamente y explotarlos rápidamente. Con las regalías y derechos de las concesiones, el Estado tiene que liquidar deuda de la paraestatal. Esto tiene que hacerse tan rápido como sea posible.

Una vez que Pemex ya no le deba nada ni a banqueros, ni a tenedores de bonos, ni a proveedores, la empresa tiene que pensar en sus perspectivas de largo plazo. Separarla de su responsabilidad fiscal con el Estado mexicano es indispensable, al menos hasta que encuentre nuevas oportunidades. Hay que comprarle a Pemex espacio para que desarrolle nuevos negocios y mercados.

Hay un universo de fuentes de energía ilimitadas, a las cuales la humanidad no puede acceder, debido a restricciones tecnológicas. México no es famoso, como país ni como colectivo, por su acumen científico especializado en energía. Más aún, Pemex no es conocido por utilizar tecnología de terceros ni por desarrollar la propia. Ahí es donde está la restricción más grande para el futuro de la petrolera mexicana: nuestro límite es de imaginación y de capacidad de convertir ideas en negocios viables.

Ninguna de estas cosas ocurrirá bajo el gobierno nacional actual. Bajo semejante golpe de realidad, queda solamente una opción: cerrar la empresa petrolera de todos los mexicanos. Mientras más nos tardemos, más grandes serán sus problemas, y más costoso será cerrarla. Ojalá el Congreso y la Presidenta así lo vean, y no se aferren a salvar a un ente insalvable.

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