Costo de oportunidad

Caemos redonditos

El país vio renacer un régimen que creíamos muerto, y que sigue usando los mismos métodos para distraernos. Para evitar que concentremos nuestra atención en un solo tema.

Mientras la opinión pública estaba ocupada debatiendo los gustos y gastos de una conductora de televisión en bolsos de pieles y marcas exóticas, o mientras veíamos la toma de protesta de la gobernadora Salgado en Guerrero, y a su papá y copartidarios aplaudiéndose entre ellos, algunos mexicanos estábamos discutiendo un proyecto de contrarreforma en la industria eléctrica. Incluso, este columnista, el fin de semana, se topó con este párrafo en el Financial Times, en un artículo que hablaba sobre las nuevas megaplantas de construcción de autos eléctricos de Ford en Tennessee y Kentucky (traducción libre):

“La electricidad para la industria cuesta 7.2 centavos (de dólar) por kilovatio-hora en Michigan, en comparación con unos 5.3 centavos tanto en Kentucky como en Tennessee, según la Administración de Información Energética de los Estados Unidos. La Autoridad del Valle de Tennessee, de propiedad federal, genera la mayor parte de la energía del estado utilizando recursos nucleares e hidroeléctricos, un atractivo para los fabricantes de automóviles que desean reducir las emisiones de los procesos de fabricación junto con sus productos”.

Y de ahí, este columnista se iba a seguir con la retahíla del bodrio legislativo del presidente y el priista más antiguo del gobierno: los hogares en realidad pagan mucho menos por kwh que la industria conectada a la red de CFE, por los subsidios cruzados que están implícitos en las tarifas, y por eso la industria ha tenido incentivos a generar su propia energía. El punto no es que la generación privada es más barata que la de CFE en México (que sí es). El tema es que a los costos de CFE, México no puede competir en América del Norte. Ni con Estados Unidos, que es un país caro. Por eso no atrajimos a la nueva manufactura de autos eléctricos de la legendaria Ford.

Pero, también, esta columna y yo caímos redonditos. Como bien decía Macario Schettino en estas páginas, la iniciativa eléctrica tampoco tiene muchas posibilidades de pasar. Igual que los legisladores de la oposición, nuestro análisis se centró en las locuras del momento (como Emilio Lozoya cenando pato en el Hunan).

A lo que había que ponerle atención era a la miscelánea fiscal. Sí, esa que no requiere mayorías calificadas para su aprobación y que espera recaudar unos 7 mil 500 millones de pesos más de nuestros bolsillos. Ah, sí, y esa también que reduce significativamente la deducibilidad de los donativos privados, especialmente de empresas, a las organizaciones de la sociedad civil.

El gobierno mexicano históricamente no ha sido favorable a que los agentes privados le disputen espacios de poder. De hecho, hay una frase atribuida a nuestro prócer eléctrico, cuando era gobernador del estado de Puebla. Solamente el tocayo, el licenciado Manuel, puede afirmar la veracidad de la cita: “El Estado mexicano tiene tres antagonistas históricos: los empresarios, los intelectuales y los Estados Unidos”. Por eso, en el siglo XX no desarrollamos muchos espacios culturales, de negocios y de integración con nuestro próspero vecino del norte. ¿Para qué tener un mercado de crédito desarrollado? Que los bancos se dediquen a ser policías fiscales. El que quiera poner un negocio, que venga y le ruegue al Estado. ¿Para qué vamos a tener instituciones de asistencia pública? El Estado es el único benefactor. ¿Para qué queremos gente que opine y piense de manera independiente? Cooptación de la academia, de las instituciones de investigación, de la prensa.

El PRI era una dictadura participativa (permitía rotación del poder entre camadas revolucionarias), pero no dejaba de ser un régimen autoritario, quizá con aspiraciones totalitarias. Podías ser libre, mientras que no opinaras sobre el poder o sobre los asuntos del Estado.

Como bien explica Federico Reyes Heroles en su nuevo libro Ser liberal, una opción razonada (Penguin Random House) ser liberal no es un insulto. El desprecio al liberalismo se origina en gobiernos con antojos totalitarios. No quieren empresarios, no quieren organizaciones de la sociedad civil, no quieren ciudadanos libres y críticos, injerencia del exterior ni transformación del país que sea distinta a la suya.

El país vio renacer un régimen que creíamos muerto, y que sigue usando los mismos métodos para distraernos. Para evitar que concentremos nuestra atención en un solo tema. Como esta columna.

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