Fuera de la Caja

Nuestro momento: el origen

La dirección que tome el país todavía más poderoso del mundo repercutirá por lo menos toda la presente década.

En dos semanas ocurrirá la elección en Estados Unidos. Su importancia no puede sobreestimarse. Para ese país, para el mundo entero, y para nosotros. La dirección que tome el país todavía más poderoso repercutirá toda la década, al menos.

Como usted sabe, encuestas y apuestas dan como ganador probable a Joe Biden, pero Donald Trump ha rechazado aceptar su posible derrota. Evidentemente, no tengo idea de quién ganará, ni si las amenazas del actual presidente pudieran concretarse. Lo que sí podemos hacer es intentar entender por qué Estados Unidos ha llegado a este punto, lo que eso implica, y de ahí imaginar los escenarios futuros. Pero no es un tema sencillo, de forma que lo haremos en varias entregas. Desde ya me disculpo por ello.

El punto de partida, en mi opinión, debe ser el reconocimiento de que vivimos un momento de transformación en occidente, producto del cambio en las tecnologías de comunicación. No me refiero con esto al caso específico del uso de redes sociales para apoyar a uno u otro candidato, ni a la supuesta desintegración causada por esas redes. Ambas cosas ocurren, pero no son el origen del fenómeno, ni parece que su importancia sea mayor (a pesar de lo que pregona un reciente 'documental' de Netflix). No es ése el fondo del problema.

La relevancia de la comunicación en la forma como la sociedad se organiza tiene que ver con la manera en que nos ayuda a construir una explicación de la realidad que podamos entender. Los seres humanos no estamos hechos para eso, no entendemos nuestro entorno, y eso nos aterra. Aunque le tenemos miedo a arañas y serpientes, a inundaciones y volcanes, nuestra mayor amenaza no viene de ese mundo. La mayor amenaza somos nosotros mismos. Identificar en quién se puede confiar y de quién hay que cuidarse es determinante para los primates como nosotros. Pertenecer a un grupo, y dentro de él ubicarse en lo más alto posible, es una necesidad de vida.

De forma natural, podemos identificar a un máximo de 150 personas, y saber si son o no confiables. Según Robin Dunbar, es lo más que da la corteza cerebral. Por eso nuestros antepasados vivían en bandas de unas pocas decenas de individuos, y así también los grupos de cazadores-recolectores documentados hace un par de siglos. Y por eso usted mantiene relación cercana con un número de personas inferior a ese límite, aunque use redes sociales.

Romper esa barrera nos costó 95 por ciento de nuestra existencia como especie. Encontrar cómo confiar en los demás viviendo en grupos mayores no fue nada sencillo. Ocurrió hace 15 mil años, y la idea brillante fue imaginar que uno de los antepasados, al morir, no dejaba de existir, sino que se trasladaba a otra dimensión desde la cual podía vigilarnos, y castigarnos en caso de no ser dignos de confianza. Así, cuando empezamos a creer en eso, ya no necesitábamos recordar a las personas y su relación con nosotros, bastaba saber que teníamos el mismo antepasado para hacerlas confiables.

La idea evolucionó por milenios: convertimos a los antepasados en dioses locales, luego dioses morales, y hace dos mil años, en dioses universales. Y con cada nueva configuración, nuestra sociedad podía ser un poco más grande. Se podía saber que los creyentes en los mismos dioses eran más cercanos a nosotros, más confiables, que el resto de los humanos.

Hace 500 años, esta secuencia llegó a su fin, gracias a un cambio en tecnología comunicacional: la aparición de la imprenta. Y eso nos trajo problemas diferentes, que le platico mañana.

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