Fuera de la Caja

Cuentos e ilusiones

La pandemia y la depresión económica que la acompaña requieren explicación.

Ya usted sabe que los seres humanos somos incapaces de entender la realidad. Lo que hacemos es inventar cuentos, historias, narraciones que nos permiten darle sentido a algo incomprensible. Y es sobre esos cuentos que nos movemos. Por eso, más que la realidad, lo que importa es el cuento.

Como todos los animales, los humanos tenemos la ilusión de causalidad. Asociamos causas con efectos, existan o no. En algunas ocasiones tenemos razón; en otras, nos quedamos con ideas sin sentido por mucho tiempo. Como los otros animales sociales (que no son muchos), tenemos la ilusión de agencia: creemos que detrás de cualquier cosa que ocurre hay un miembro de nuestra especie que lo provocó. Tiene sentido esta ilusión, porque entre los primates la causa de muerte más probable es el ataque de otro primate. Entre humanos es igual. A diferencia de todos los demás animales, nosotros hablamos, y eso nos ha dado una ilusión adicional: creemos que somos racionales.

Nuestros cuentos están hechos alrededor de esas tres ilusiones: causalidad, agencia y racionalidad. Cualquier cosa que ocurre, buscamos sus causas probables, o nos las imaginamos. Le asociamos personas detrás, responsables de lo que ocurre. Y, finalmente, le damos una manita de gato racional: le imponemos cierta lógica al cuento.

Por eso somos tan proclives a las teorías de conspiración: necesitamos un cuento, que suene lógico, que tenga personas detrás y que conecte causas con efectos. Evitar esto requiere ser consciente de que la causalidad es menos frecuente de lo que imaginamos, y de que es difícil de probar. Exige aceptar que muchas cosas ocurren sin personas de por medio. Y exige entender que la racionalidad requiere un esfuerzo muy serio, tiempo, recursos. Pensar duele.

Algunas personas tienen más facilidad que otras para inventar historias. Algunos lo hacen para entretener, o para buscar lo estético. Otros, para obtener poder. El tipo de historias cambia conforme la sociedad está más o menos dispuesta a poner en duda sus ilusiones. Cuando tiene miedo, rechaza el esfuerzo y se dirige de lleno al pensamiento mágico: causalidad, agencia, racionalidad. Es en esos momentos que los cuentos más básicos, las conspiraciones más turbias, los discursos más populistas tienen éxito. Ese momento vivimos desde hace una década en el mundo entero.

Ya hemos comentado que estamos entrando a un momento de definición. La pandemia y la depresión económica que la acompaña requieren explicación. Habrá una disputa internacional por el cuento, y hay cuatro fuentes diferentes de donde éste puede surgir: autoritarismo (China, Rusia), democracia conservadora (Japón, Corea), democracia liberal (Francia, Alemania), y populismo (Italia, España, Estados Unidos, México, Brasil, India).

El populismo está construyendo un cuento simple, apropiado para el momento. Están tratando de convencer al mundo de que el virus fue creado en China, o al menos no fue combatido. Para dar idea de causalidad, le asocian fenómenos económicos, falsos o malinterpretados, argumentando que China buscaría con esto convertirse en la única potencia global. Pero como en los países gobernados por populistas el impacto de la pandemia ha sido mayor que en el resto del mundo, le suman además culpas al pasado: el neoliberalismo en el caso de España o México, el 'socialismo' en el caso de Brasil o Estados Unidos. Para completar, algunos refuerzan el miedo al otro: a migrantes como en Italia o a otras religiones como en India.

Es un cuento sin un gramo de verdad, pero con toneladas de las ilusiones naturales de los humanos. Por eso lo compran millones de personas, especialmente aquellas con menor facilidad para construir sus propios cuentos. Así se alzaron los totalitarismos del siglo XX, con el cuento del comunismo soviético, el fascismo italiano y el nazismo alemán. No se deje engañar.

Consulta más columnas en nuestra versión impresa, la cual puedes desplegar dando clic aquí

COLUMNAS ANTERIORES

Populismo
La cuarta

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.