Suele uno creer que lo que se conoce es lo que siempre ha existido, y no es así. Buena parte de lo que conocemos, de la forma como nos organizamos, tiene apenas un siglo de existir. Todo indica que su fin ha iniciado, y la creciente distancia entre lo que sabíamos y lo que ahora existe nos produce disonancia cognitiva, es decir, incertidumbre y angustia.
La aparición de los medios masivos de comunicación a inicios del siglo XX (cine, radio, telégrafo) y su expansión (TV) pocas décadas después implicó que el flujo de información ocurriese de unas pocas personas a millones de ellas. En México, por ejemplo, una sola persona nos informaba a todos, Jacobo Zabludovsky, pero era lo mismo en países europeos (todos con una sola cadena de televisión, del gobierno) o en Estados Unidos (con tres cadenas, pero el mismo noticiero de las 18.30).
Para que una sola persona informase a millones, era necesario que la información fuese sencilla, atractiva, accesible: unas pocas ideas que le interesaran a todos. Ése es el origen de las ideas nacionales, que antes no existían: salarios, empleo, impuestos. Esas pocas ideas eran la base sobre la cual los partidos políticos construían una plataforma de gobierno, le añadían un candidato, y con eso competían.
La aparición de la comunicación interactiva (1999, Big Brother), pero sobre todo de las redes (2006) y el teléfono inteligente (2007), derrumbó el modelo de comunicación. Desde entonces, hay cientos, miles de ‘informadores’, que comunican muchas ideas, muy dispersas. Eso provocó lo que he llamado ‘archipiélago' de información, donde cada isla tiene sus propios temas: perros, gatos, toros, cambio climático, bicicletas, parques, agua, energía, lo que usted quiera.
Con el golpe de la Gran Recesión de 2009 se hizo evidente la disonancia, e inició un proceso de furia contra los partidos políticos. Desde entonces, en todas las democracias, la gente no quiere a los partidos de siempre, porque ya no son capaces de ofrecer lo de antes. Y es que nadie puede hacerlo, nadie puede organizar las miles de ideas que, además, interesan sólo a un pequeño grupo cada una. Por eso, desde 2015 es más fácil ganar una elección si se viene de fuera de la política. Por eso desde 2018 es raro el partido que logra ganar estando ya en el poder. Por eso la demagogia aplasta las ideas.
En Estados Unidos, este proceso ocurrió de una forma muy particular debido al bipartidismo. En lugar de que apareciese una nueva formación política, hubo movimientos que intentaron colonizar los partidos ya existentes. En el lado demócrata, el “somos el 99 por ciento”, luego transformado en Social Justice Warriors, y finalmente en lo que ahora despectivamente se llama movimiento woke. Lograron controlar al partido en ciertos lugares, pero no de manera general. Lo impidió la coalición de la ‘Tercera Vía', creada por Clinton y continuada por Obama.
En el Partido Republicano, sin embargo, el movimiento Make America Great Again (MAGA) se impuso al liderazgo tradicional aprovechando al carismático de Trump en 2015. A pesar de su derrota en 2020, Trump mantuvo a los republicanos bajo control gracias al mito del fraude. Ahora, con su amplio triunfo en 2024, me parece que el Partido Republicano ha dejado de existir, y ha sido digerido desde dentro por MAGA. La vicepresidencia de JD Vance lo confirma.
Pero este triunfo implica una derrota considerable de los demócratas, y debe tener un efecto similar. Si, como creo, la causa principal de la derrota es el rechazo popular a lo woke, la nueva coalición demócrata debería construirse entre lo que queda de la Clinton-Obama y los republicanos expulsados de su antiguo partido. El problema para los demócratas se dará especialmente en la costa oeste, y tal vez un par de ciudades en el otro extremo del país. Pero si no hay ruptura con ese extremo, el riesgo de un derrumbe será inmenso. Veremos cómo se acomodan.