Fuera de la Caja

Destrucción de capital

Incluso en 1995, en la peor crisis financiera que hemos sufrido, el acervo de capital creció 1 por ciento y la inversión fija neta fue de 3 por ciento.

En 2020, por primera vez en la historia registrada, la acumulación de capital en México fue negativa. Esto significa que la inversión bruta fue tan baja que no alcanzó a cubrir el deterioro del capital instalado (que en la contabilidad se suele llamar ‘depreciación’).

Aunque no es un dato del que se hable con frecuencia, Inegi publica al menos dos series que pueden servir para comprobar esta afirmación. Por un lado, la inversión fija neta (que está enterrada en las Cuentas Nacionales), y por otro el acervo de capital (que forma parte del cálculo de productividad con el método KLEMS). Ambas fuentes apuntan a lo mismo, aunque la segunda, por la forma en que se calcula, no puede dar resultados negativos, de forma que reporta cero en la aportación de capital, pero en los acervos sí se refleja una contracción.

Para no aburrirlo con las cifras, nada más le comento que, entre 2000 y 2018, la inversión fija neta creció, en promedio, 6.3 por ciento anual, con lo que el acervo de capital se incrementó, también en promedio anual, 2.7 por ciento. Estos promedios corresponden casi exactamente con lo ocurrido en el sexenio de Vicente Fox. Tanto en el de Zedillo como en el de Calderón, las cifras son más elevadas, y en el de Peña Nieto inferiores, pero el promedio es el que le indico.

Durante el actual sexenio, la inversión fija neta promedia 1 por ciento anual, y el incremento en el acervo está en 0.4 por ciento, cada año. En 2020 hay un dato negativo, pero tanto en 2019 como en 2021 (mi estimación) las cifras son bastante malas: promedian 1.9 por ciento de inversión fija neta y 0.8 por ciento de incremento en el acervo de capital. No existe ningún año, desde hace 30, cercano a eso. Incluso en 1995, en la peor crisis financiera que hemos sufrido, el acervo de capital creció 1 por ciento y la inversión fija neta fue de 3 por ciento.

Lo que esto significa es que iniciamos este 2022 con una dotación de capital prácticamente igual a la que teníamos en 2018. Con ese acervo de instalaciones, herramientas y equipo, 20 millones de trabajadores formales lograron, en ese año, producir un crecimiento del PIB de 2.2 por ciento.

En estos tres años, los puestos de trabajo formales han crecido en 3 por ciento, y las remuneraciones en 7 por ciento (nominal, 0 por ciento real), mientras que las instalaciones, herramientas y equipo son prácticamente las mismas. Precisamente por eso no pueden contratarse más personas, ni tener incrementos reales en los ingresos, porque no hay más herramientas para trabajar.

En consecuencia, el crecimiento de la economía debería ser nulo, y así es. En octubre, el IGAE creció 0.3 por ciento a tasa anual, y lo más probable es que en noviembre (se publica la próxima semana) tengamos una contracción de la misma magnitud. No hay crecimiento desde hace un año. Si 2021 reporta 4.6 o 4.7 por ciento de crecimiento será sólo por la comparación con 2020, que tuvo un boquete de antología en el segundo trimestre (casi -20 por ciento).

Por razones inexplicables, las estimaciones de crecimiento para este año siguen siendo de 2, 3 o hasta 4 por ciento. Para crecer 2 por ciento en 2022, necesitaríamos un crecimiento en inversión cercano a 15 por ciento, que no hemos visto sino alrededor del inicio del TLCAN (analice los detalles en patreon.com/macariomx). Aun sin la actitud negativa del gobierno contra empresas e inversiones, sería un reto histórico. En las condiciones actuales, creo que es imposible.

Siempre se puede crecer de otras maneras, como consumiendo más con base en deuda, pero ahí estamos muy cerca del límite razonable para las calificadoras, pero también para los fondos, que han sacado recursos del país en niveles históricos. Creo entonces que el problema está claro, pero la solución que requiere exigiría un milagro.

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