Se cumplen dos semanas de la presentación de la reforma eléctrica. El rechazo ha sido prácticamente unánime. Expertos, académicos, empresarios, opinadores, han expresado de formas diferentes su negativa a que México se mueva en esa dirección. Concentrar el mercado eléctrico, dejarlo en manos de un organismo sin contrapesos, regresar privilegios al sindicato, sólo significa mayores costos, menor abasto y el desplome de la inversión.
Sin embargo, es lo que proponen el Presidente y su equipo, de forma que al menos ellos están a favor. Hay otros que, sin entender bien qué pasa, los apoyan. Y hay, finalmente, un grupo que entiende los riesgos, pero no se atreve a enfrentar al poder. Esos son los tres grupos que promueven, defienden o toleran la reforma.
Los primeros, quienes entienden los costos que implica la reforma, pero los consideran soportables a cambio de obtener algo, son los deshonestos. Encabeza este grupo el Presidente, quien ya sabemos que miente con gran facilidad (90 afirmaciones inexactas por mañanera). Inventa cifras, descalifica opiniones, acusa corrupción sin pruebas. Hay que sumar en este grupo de deshonestos a Bartlett, Nahle, Sheinbaum y varios jilgueros presidenciales que ocupan espacios en medios de comunicación o redes sociales precisamente con este objetivo: defender y apoyar siempre al Presidente. Cada uno de estos deshonestos sabe que la reforma provocaría un daño serio al país, pero no le importa, porque obtendrá algún beneficio personal: perpetuarse en el poder, demostrar que siempre tuvo razón, alcanzar una gubernatura o la presidencia, enriquecerse.
El segundo grupo lo conforman los ingenuos, por decirlo suave. Sin entender lo que ocurre, prefieren creerle al Presidente. No tienen tiempo o ganas de leer o escuchar opiniones diferentes, no acostumbran pensar en el futuro y son seguidores de la máxima ‘Dios dirá'. Los ha sorprendido la pandemia, los despidos, los menores ingresos, la inflación creciente.
Finalmente, hay un tercer grupo, los cobardes. Son aquéllos que entienden perfectamente el daño que se está haciendo, pero no quieren enfrentarse al poder. Tienen negocios con el gobierno, que no quieren ver afectados; temen que se use la Fiscalía en su contra, como ya se hizo costumbre; su pasado los persigue. Parece que Alito, el presidente del PRI, es el personaje más connotado de este grupo, pero sin duda no es el único. Políticos, empresarios, comentaristas; si algo abunda en México son los cobardes.
Observe usted que lo que acabo de describir, en referencia a la reforma eléctrica, es en realidad el panorama político completo. Esta propuesta de reforma ha descarado a López Obrador. Es tan absurda, autoritaria, pedestre, que me permite demostrar, sin necesidad de discutir mucho, que todos aquéllos que la apoyan son miembros de uno de estos tres grupos: deshonestos, ingenuos o cobardes. Pero la iniciativa es López Obrador, es la fementida transformación. No hay más.
Habrá quien diga que mi opinión sólo polariza, que es un insulto a millones de personas, que es resultado de algún odio oscuro. Nada de eso. Es simplemente el análisis lógico de lo que hemos visto en estas dos semanas, que no es sino reflejo de lo vivido en los últimos años. No hay otros datos, no hay otras conclusiones.
El intento de restauración autoritaria de López Obrador ha sido posible gracias a su deshonestidad y la de quienes lo acompañan, a la ingenuidad (rayana en la estupidez) de quienes no quieren hacer un mínimo esfuerzo, y a la cobardía de las élites políticas, empresariales, académicas, que rehúyen el conflicto, confiados en que a ellos, en lo personal, no los afectará.
No tenga duda. Si alguien habla a favor de la reforma, o más ampliamente, de este gobierno, o se abstiene de criticar, es un deshonesto, un ingenuo o un cobarde. Aléjese pronto.