Sobremesa

El hombre del brazalete tatuado

Con fines meramente periodísticos traté de retratar y de dejar testimonio de momentos únicos, que fueron complementados por familiares y amigos, comenta Lourdes Mendoza.

Esta columna se fundamenta en el testimonio de tres personas que portan o portaron un brazalete electrónico durante el tiempo en el que fueron investigados y acusados por autoridades mexicanas. Con fines meramente periodísticos traté de retratar y de dejar testimonio de momentos únicos, que fueron complementados por familiares y amigos.

RELATO 1

“Nunca imaginé que llegaría ese momento. El día en el cual llegaron a mi casa para ponerme el brazalete traté que fuera como cualquier otro. Mis abogados me habían alertado sobre este suceso; mi esposa e hijos –quienes se encontraban a miles de kilómetros de distancia– compartían mi dolor y mi miedo; mis contactos con el gobierno apaciguaban mi angustia al prometerme que sólo lo portaría unas semanas; mi padre, quien más me conocía, trataba de calmar mi soberbia; pero mi mente sólo se alimentaba del sentimiento de venganza…”.

Así comenzó este relato: ÉL se aferraba al poder. El convenio que había hecho con la autoridad le permitía pensar que asestaría un golpe letal contra todos sus detractores. No le importaba en lo más mínimo traer ese artefacto que simbolizaba actos supuestamente ilícitos y corruptos. No era el momento de verse débil. Sus enemigos debían sentir que podía acabarlos desde ultratumba.

El proceso de colocación duró 20 minutos y fue realizado por personal de la empresa que proporciona el servicio. Las autoridades supervisaron en todo momento. “Lo adecuaron al tamaño de mi tobillo y sirve –de acuerdo a sus indicaciones– para supervisar en todo momento la ubicación del acusado. Te advierten que debes portarlo en un área establecida (CDMX y parte de la zona metropolitana) porque el dispositivo transmite de manera constante tu ubicación mediante GPS”.

En la oscuridad de ese momento ÉL me compartió que “el brazalete electrónico es como un tatuaje, porque quien sabe que lo tienes te ve mal, se aleja, te discrimina. Cuando era joven leí Los hornos de Hitler y hoy te puedo asegurar que comparo mi situación a la que vivieron miles de judíos al ser marcados por los nazis. Me excluyeron de la sociedad y mataron mi libertad”. Ojo, son sus palabras textuales.

Los casos más emblemáticos de quienes portaron este dispositivo son la maestra Elba Esther Gordillo y Emilio Lozoya, pero hay muchos que los usan por periodos cortos. Ya les contaré en otra columna.

RELATO 2

ÉL se sincera, “es como un grillete, estás esclavizado, estorba, sabes que te monitorean todo el tiempo y, por lo mismo, te sientes presionado y acosado, bajo estrés continuo. Aprieta, genera comezón, raspa e irrita la piel. A las dos semanas pedí que me lo cambiaran de pierna para disminuir las molestias. Sólo fue una ocasión porque al final te acostumbras”.

Agrega que la empresa contratada para ofrecer el servicio envía reportes de monitoreo que son entregados a las autoridades y que, además del brazalete, un acusado debe presentarse ante las autoridades cada cierto periodo.

Alguna ocasión el equipo de ÉL se quedó sin batería, por lo que generó una vibración diferente para el usuario. Intentó rápidamente cargar la batería, pero a los pocos minutos llegó un operativo de seguridad para verificar que no se lo hubiera intentado quitar o alterar la señal.

RELATO 3

ÉL contrató abogados y funcionarios cercanos al poder de la Presidencia para despojarse del brazalete lo más pronto posible. ÉL era fuerte y poderoso, pero al paso de los meses se dio cuenta de que esos momentos quedaron en el pasado… “Cuando te lo quitan sientes una libertad absoluta, aunque al final, desde la oscuridad de la prisión, sabía que el tatuaje de la corrupción se quedó impregnado en mi vida. Era el inicio de un calvario que nunca acabará”.

COROLARIO…

Tras escucharlos puedo decir que el brazalete o la cárcel les queda para toda su vida, es una marca indeleble. Que son un antes y después de eso. Que los que lo han vivido lo traen a referencia constantemente, pues es parte de su vida. Pienso que debe ser una cosa como quien se convierte en un sapo (soplón), esa marca se les tatúa. Y no sé qué sea peor, sufrir un castigo (brazalete-cárcel) por algo que puede tener maneras de analizarse o ser un soplón, que es tu voluntad de traición por eludir un castigo que te correspondía.

EL MUNDO AL REVÉS

Qué tal que el también confeso Emilio Zebadúa, quien operó toda la trama y se benefició de la estafa maestra hoy es “héroe nacional” y Enrique González Tiburcio, quien denunció en su momento la falsificación de su firma ante el OIC de Sedatu, hoy es el acusado, y dependiendo de lo que diga el juez, mañana en su audiencia, podría ser… un perseguido.


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