La semana pasada, el INEGI le entregó a la 4T su carta de triunfo más poderosa: el Informe de Pobreza Multidimensional 2024. Entre 2018 y 2024, casi 14 millones de personas salieron de la pobreza. Dos millones escaparon de la pobreza extrema. Fácil de decir, pero difícil de dimensionar lo que eso significa para la vida de esos millones que esperaban a que alguien las volteara a ver. No hay nada que regatearle a la 4T en este que tal vez es su mayor logro desde que llegaron al poder con López Obrador.
Los números son contundentes, pero su importancia trasciende lo social. La fuerza política de la 4T no depende, al menos no solo, del carisma de su fundador o de una organización. Es inexplicable sin referencia a resultados tangibles en la vida de millones, gracias a políticas que han reducido la pobreza.
Los aumentos al salario mínimo, las transferencias directas y los programas sociales no son solo políticas públicas. Son la base de un proyecto político que ha logrado lo que el PRI y el PAN no pudieron en décadas: generar lealtad electoral masiva a través de mejoras en la calidad de vida y beneficios concretos a millones.
Desde 2008, cuando se instauró la medición oficial multidimensional, la reducción de pobreza había sido patética. Entre 2008 y 2018, apenas bajó de 44.4 por ciento a 41.9 por ciento. Poco más de tres puntos porcentuales en una década. Los avances del pasado palidecen frente a lo que ahora reportó el INEGI.
López Obrador rompió ese patrón. No con grandes reformas estructurales o complicados esquemas de mercado, sino con una fórmula más elemental: aumentar salarios y transferir recursos directamente. Y funcionó. Los tecnócratas más sofisticados del país, esos que advertían catástrofes por subir salarios, jamás hubiesen apostado por esa ruta.
Esta es una de las fuentes del poder continuado de Morena: su capacidad para conectar con los sectores populares e implementar políticas que les cambian la vida. Es tan simple como poderoso, aun cuando todavía haya grandes carencias, unas agravadas por decisiones del propio López Obrador.
Pero estos logros están siendo corroídos desde dentro. Los escándalos que han plagado a Morena en los últimos meses no son episodios aislados; son síntomas de una organización que pierde su ADN original.
El caso Hernán Bermúdez y la mancha en Adán Augusto; los dimes y diretes sobre la residencia de Beatriz Gutiérrez Müller; la ostentación de viajes, relojes y prendas carísimas. Cada escándalo es una grieta en la narrativa fundacional de la 4T: somos diferentes, honestos, austeros.
Lo más preocupante para Sheinbaum no son los escándalos, sino lo que revelan: falta de disciplina interna, ambiciones personales desatadas y erosión de los códigos que diferenciaban a Morena del viejo sistema. Cuando tus dirigentes empiezan a parecerse a los opositores que tanto criticaron, el discurso de la transformación pierde credibilidad.
Aquí radica la primera gran debilidad del régimen. Los números de pobreza pueden ser espectaculares, pero si los beneficiarios perciben que sus líderes se enriquecen, el apoyo puede evaporarse. Peor aún, si esas flaquezas llevan a fracturas internas, Morena podría implosionar, sobre todo conforme se acerquen las elecciones intermedias y luego las presidenciales.
El segundo riesgo es externo, pero igualmente grave. Trump no solo regresó; regresó con más poder y deseo de exhibirlo. No sé si su declaración de que México hace todo lo que Estados Unidos quiere es una estrategia calculada para mantenernos a la defensiva. Lo que es un hecho es que ese tipo de declaraciones exhiben a Sheinbaum como una presidenta débil frente al vecino del norte.
Peor aún: si las amenazas arancelarias de Trump continúan y la revisión del T-MEC se complica, el programa redistributivo de la 4T podría volverse insostenible. Sin crecimiento económico y con presión fiscal, mantener los programas sociales que son la base de su poder sería imposible.
Sheinbaum enfrenta una ecuación política compleja. Los resultados en reducción de pobreza le dan legitimidad y explican su apoyo. Pero esa fortaleza está amenazada por dos flancos: divisiones internas y presión externa.
El gran desafío de la presidenta será mantener el equilibrio: preservar las políticas sociales que son la base del poder morenista, mientras controla fracturas internas y resiste embestidas externas. Si falla en cualquiera de estos frentes, el edificio político de la 4T podría desmoronarse, a pesar de tener los mejores números de reducción de pobreza en la historia reciente.
La paradoja es doble: nunca habían tenido tanto que presumir, pero nunca habían estado tan amenazados. Y más irónico aún: Sheinbaum cuenta con más poder institucional que cualquier presidente desde Salinas —mayorías calificadas, judicial debilitado, oposición fragmentada—, pero enfrenta amenazas que ninguno de sus antecesores tuvo que sortear.
El poder absoluto en el papel, no así en la práctica.