El Globo

Un presidente no muy poderoso

El poderío de la Asociación Nacional del Rifle es tan extenso y musculoso que logra doblegar al hipotético ‘hombre más poderoso del planeta’, el presidente de EU.

A pesar de los insistentes llamados de Joe Biden para regular, aunque sea simbólicamente, el uso de armas automáticas o rifles de alto poder en Estados Unidos, el poderío de la NRA (Asociación Nacional del Rifle) es tan extenso y musculoso que logra doblegar al hipotético ‘hombre más poderoso del planeta’.

Tan sólo ayer lunes, nuevos tiroteos y víctimas en la ciudad de Chicago, en el marco del Día de la Independencia, demuestran hasta qué grado –en la misma fiesta nacional– la legalidad de las armas en la Unión Americana ha corroído el espíritu de libertades y derechos que su Constitución defiende.

En Estados Unidos hay más armas que habitantes. De los poco más de 301 millones de ciudadanos que el censo nacional registra en ese país, hay cerca de 320 millones de armas en manos de ciudadanos. Es decir, 1.2 armas por habitante.

Esto produce un clima de violencia extendido, matanzas, psicóticos y asesinos seriales que tienen acceso sencillo a armas de alto poder, y salen a practicar cuando la locura social los desquicia.

Los defensores de la Segunda Enmienda a la Constitución, que establece que todo ciudadano tiene derecho a poseer armas para su legítima defensa, sostienen que el fenómeno de las muertes y los tiroteos obedece a individuos con capacidades mentales alteradas o enfermas. No a la abundancia de armas entre la población.

Hipótesis que pudiera ser cierta, y muy probablemente lo es cuando observamos a adolescentes y jóvenes cometer crímenes de odio, de resentimiento social, racial o religioso. Pero el problema de fondo no es ése, puesto que hay enfermos y depredadores sociales en todo el mundo, pero ningún país presenta un fenómeno tan extendido como Estados Unidos.

La causa es simple, comprar un arma es más fácil que comprar cigarrillos o una botella de alcohol. Toda armería en Estados Unidos, ahora Walmart incluido, exige muy pocos requisitos, si no es que ninguno, para que cualquier persona pueda adquirir un arma.

Sin el acceso a las armas, el fenómeno se reduciría significativamente.

Pero sucede que es, además, un muy rentable y lucrativo negocio, que derrama miles de millones de dólares a la industria de la muerte y la sangre.

Hace poco más de un año sostuve una discusión con un ciudadano en Texas de ascendencia mexicana, educado en Estados Unidos, quien orgullosamente se precia de poseer una colección de más de 25 armas: cortas, largas automáticas, pistolas, ametralladoras. Todo lo que usted se pueda imaginar.

Le pregunté qué lo motivaba a tal ‘hábito’, y me respondió dos insensateces: la primera, para defensa, en caso de una invasión extranjera a territorio estadounidense.

En minutos, con sólidos datos históricos le demostré que eso, en 246 años de existencia de Estados Unidos como nación independiente, había sucedido sólo una vez (por el célebre revolucionario mexicano Doroteo Arango, conocido en la historia como Pancho Villa) en una incursión que duró apenas unas horas, y fue perseguido por el memorable general Pershing dentro de territorio mexicano. Sin éxito, por cierto; es decir, se le fue.

La segunda razón esgrimida por el patético coleccionista de armas, quien presumió además que sus siete hijos han sido entrenados y habilitados para el uso y la colección de armamento, fue para defenderse en contra del gobierno.

Una vez más le dije que esa patraña de las milicias americanas, defenderse de un gobierno que les retire sus libertades, cabía sólo en exveteranos muy dañados del Ejército y gente con bajos niveles educativos.

El egresado de Harvard tuvo que conceder. Nunca el gobierno americano o ningún gobierno estatal ha atacado a sus ciudadanos.

Pero de fondo, la cultura de las armas está tan asentada en la mentalidad conservadora, republicana y religiosa de Estados Unidos, que ni el propio presidente del país logra pasar una reforma para restringir, controlar o reducir el número de las millones de armas que circulan en Estados Unidos.

No sirve de nada la investidura, la Oficina Oval y el sello presidencial para remover un precepto distorsionado de derechos y garantías, libertades mal entendidas y un profundo culto a la violencia.

El dinero y las contribuciones a las campañas de los congresistas, además del vigoroso negocio de la industria armada en Estados Unidos, es de tal magnitud que ni el presidente puede hacer nada.

Se siguen matando, disparando, masacrando niños y estudiantes en escuelas, como un pueblo bárbaro del Medio Oeste.

El faro de libertades y democracia que alguna vez representó Estados Unidos para el mundo diluye su resplandor y su intensidad ante la peligrosa reaparición del conservadurismo más radical y corruptor.

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