Gustavo de Hoyos Walther

Fariseísmo diplomático

Si el gobierno mexicano no cuestiona la trasgresión democrática, significa que está de acuerdo con ella, y hace pensar que podría recurrir a las mismas argucias dictatoriales para mantener el poder.

En términos retóricos, la política exterior del pasado sexenio estuvo dominada por la insistencia del presidente de que ésta se fundaría en la Doctrina Estrada. En efecto, el mensaje verbal que se enviaba era que México no se entrometería en los asuntos internos de otros países.

Ya sabemos que este no fue el caso. Con discursos, cartas e incluso acciones de gobierno, respecto a los casos de Bolivia, Cuba, Ecuador, España, Estados Unidos, López Obrador no dejó de intervenir en los asuntos de otras naciones, de acuerdo al propio estándar que él mismo impuso.

La presidenta Claudia Sheinbaum parece haber adoptado la misma retórica farisea.

Esto lo vemos de manera más clara en sus recientes declaraciones respecto a la crisis política en Venezuela, en donde se manifiesta como más probolivariana que el anterior titular del Poder Ejecutivo. Recordemos que este último accedió a que México, junto con Colombia y Brasil, formaran un grupo para exigirle al gobierno de Nicolás Maduro que, entre otras cosas, transparentara la elección al aclarar los cuestionados resultados electorales en el país sudamericano, lo que hasta el momento no ha hecho.

Pues bien, ahora el nuevo gobierno decidió separarse de este grupo de países y ha informado que no continuará pidiendo al gobierno venezolano aclarar los resultados de la elección presidencial. La justificación del nuevo planteamiento fue la manida fórmula de siempre: el respeto a las decisiones soberanas de otros países. Que la presidenta adolece del mismo mal que su predecesor se comprueba al contrastar sus comentarios sobre España con sus referencias sobre Venezuela. Al demandar al gobierno español que este pida perdón por supuestas iniquidades cometidas hace siglos y al negarse a invitar al jefe de Gobierno a su toma de posesión, es claro que ella no tiene ningún empacho en entrometerse en los asuntos de un país con el que su gobierno tiene discrepancias ideológicas. Lo opuesto sucede con el caso de Venezuela, donde hay ojos ciegos ante la vulneración democrática en curso.

Por todo esto debemos concluir que la apelación a la Doctirna Estrada no es consistente y sólo se aplica en el caso de países o gobiernos afines ideológicamente al régimen que detenta el poder en México. Doctrina Estrada para los amigos autoritarios, pero intervención para los adversarios ideológicos. La disparidad en el comportamiento con diversos actores internacionales nos habla de deshonestidad política, una virtud que ha postulado como suya el propio régimen.

En el caso de Venezuela la actitud de avestruz sugiere algo más infamante. A saber: que el gobierno mexicano se identifica con el régimen chavista impuesto por ya un cuarto de siglo a los venezolanos. Esto es preocupante, pues por más que el pueblo venezolano ha intentado elegir a otros gobernantes no ha podido hacerlo en elecciones auténticas, ya que la tiranía chavista ha recurrido insistentemente al fraude y a la represión.

Si el gobierno mexicano no cuestiona la trasgresión democrática, quiere decir que está de acuerdo con ella, y hace pensar que, llegado el caso, podría recurrir a las mismas argucias dictatoriales para mantenerse en el poder.

Con el INE y la Comisión Nacional de Derechos Humanos capturados, con mayorías artificiales en el Congreso y con la próxima designación de jueces de consigna alineados al Poder Ejecutivo, no se vislumbra un futuro promisorio para México. Como nunca antes en nuestra historia contemporánea, el país requerirá de verdaderos patriotas dispuestos a dar una ardua lucha por la preservación de los valores democráticos, republicanos y liberales que deben nutrir nuestra identidad nacional.

Gustavo  de Hoyos Walther

Gustavo de Hoyos Walther

Abogado y Diputado Federal.

COLUMNAS ANTERIORES

Desafío al Estado mexicano
Trump: la tormenta perfecta

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.