CEO Founder LEXIA Insights & Solutions
Para hacer realidad el concepto Norteamérica en la mente y en los corazones de los habitantes de la región —adopción interna— y para los otros millones de seres humanos del planeta —percepción externa—, la geografía no basta, hay que crear una narrativa y múltiples acciones concretas para lograrlo.
Lo esencial es la convicción de que la integración regional es el mejor camino para traernos beneficios y oportunidades de desarrollo para todos.
Todo compromiso implica ceder algo en busca de un bien mayor.
Comprometerse con Norteamérica requiere hacerlo sin titubeos ni regresiones, pero tampoco con entreguismos y abdicaciones.
Es necesario comprar la visión y asumir lo que implica empujar un proyecto que busca dejar atrás posiciones nacionalistas y soberanistas a ultranza.
En todos los frentes, hay personas e intereses que pugnan contra la integración y están a favor de defender “lo nacional”, aunque esto muchas veces debilite y merme a sus países.
El ejemplo por excelencia de un discurso que “suena bien” pero “hace mal” es el Brexit, donde la promesa de “retomar el control” se ha traducido en un Reino Unido disminuido y achicado.
Para pugnar por una Norteamérica próspera, estable, empática, solidaria, ecológica, creativa y responsable hay que construir una coalición amplia.
Hoy la idea de Norteamérica flota en el ambiente, pero sus posibles operadores —en la economía, la política, la sociedad, la cultura— están dispersos y atomizados.
Es necesario identificar en los tres países de la región a los actores económicos, políticos, sociales y culturales interesados en la idea de Norteamérica.
Sentarse con ellos, escucharlos y discernir todas las oportunidades y los obstáculos que ven para el proceso de integración.
Impulsarlos e invitarlos a ser operadores, promotores y voceros del concepto.
Hacerlo así permitirá darle densidad conceptual y sustantiva al proyecto, creando un “portafolio de acciones” amplio y diverso que vayan sumando y construyendo en la dirección deseada.
Un ejemplo de este “portafolio de acciones” es la llegada de la megaplanta de Tesla a Monterrey. Hecho contundente que ilustra las posibilidades materiales de la integración regional. Una inversión así no surge de la nada, hay mucho trabajo detrás en la creación de las condiciones de posibilidad (tratado comercial, capital humano, infraestructura, mentalidad empresarial, etc.).
Además del impacto económico, el efecto simbólico tiene resonancia planetaria dado el altísimo perfil mediático de Elon Musk y el hecho de atraer a una compañía que crea el futuro.
Otra oportunidad que se avizora en el horizonte es la Copa del Mundo 2026. No hay evento que atraiga más miradas de todo el planeta, lo que nos da un marco perfecto para empezar desde ya a “saturarlo” con múltiples iniciativas que posicionen la marca “Norteamérica”.
Por delante tenemos muchos puentes qué construir y muchos muros qué derrumbar.
El primer puente que debemos construir es uno que conecte funcional y emocionalmente a personas y entidades mexicanas con personas y entidades mexicoamericanas. Diluir estereotipos y desdenes (lamentablemente muy presentes en las elites mexicanas al lado del sur del río Bravo) como punto de partida para pensar y hacer conjuntamente.
Además de los frutos económicos, culturales y sociales podríamos imaginar un salto cuántico en la influencia política en el país más relevante del mundo. Habría que seguir el ejemplo de organización y acción del “lobby” judío o del cubano americano que ponen en valor su capacidad para incidir en los asuntos públicos de los Estados Unidos.
Otro puente por destacar es el que ya existe en las comunidades binacionales de la frontera entre Tijuana/ San Diego, Ciudad Juárez/ El Paso o Reynosa/ McAllen, entre otras comunidades siamesas. En ellas la integración humana, económica y cultural es profunda y positiva. Muy distintas a la imagen de una frontera representada como un lugar infernal.
En cuanto a los muros a derrumbar, la clave está en trascender mentalidades tipo “yo no fui, fue Teté” o “es tu perro y tú lo sacas a pasear”, que lo único que logran es torear responsabilidades y echar culpas, mientras nada cambia y todo sigue degradándose.
La dinámica regional no solo tiene lados luminosos, también tiene lados oscuros conflictivos: tráfico de armas, drogas y personas; migración desordenada; crimen organizado; derechos humanos de los migrantes; destrucción del medio ambiente, etc.
Una integración regional profunda no puede mirar hacia el otro lado, patear la lata, esconder bajo la alfombra o contentarse al señalar con el dedo.
La clave está en dejar de asignar culpas nacionales a problemas trasnacionales y asumir que solo avanzaremos si asumimos una responsabilidad compartida. Si el problema es común, la solución tiene que ser común.
Una futura integración regional puede crear una marco de desarrollo positivo para las generaciones del presente y el futuro. Pero solo se logrará si entendemos de una vez que esto implica estar unidos “en lo próspero y en lo adverso, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad”.