Gerardo Herrera Huizar

Amor con amor se paga...

La herencia, más allá de la euforia del triunfo, involucra también una serie de antagonismos internos y externos con los que tendrá que lidiar la nueva administración.

El apabullante triunfo del oficialismo en la jornada electoral del 2 de junio, aunque no exento de cuestionamientos y sospechas que fueron rápidamente atajadas por las autoridades respectivas con el recuento de votos, deja en claro la eficacia de la maquinaria puesta en marcha prácticamente desde el inicio de la presente administración.

La respuesta tardía de la oposición, que durante todo el sexenio dio muestras de marginalidad e inacción en el escenario político, amén de los apetitos personales, contribuyó determinantemente al resultado de la elección que hoy, a pesar de la certeza, paradójicamente, introduce un alto nivel de incertidumbre sobre el devenir de la nación, que puede desembocar en la consolidación de un régimen conducido por una sola fuerza política ávida de cambios institucionales de gran calado.

Los primeros en reaccionar con nerviosismo fueron los mercados provocando una sensible caída en la bolsa de valores y en el tipo de cambio del peso frente al dólar, que obligó a la emisión de escuetos mensajes tranquilizadores por parte del secretario de Hacienda y de la virtual presidenta, que fueron rápidamente controvertidos desde Palacio Nacional, generando aún mayor nerviosismo.

El tema central de la incertidumbre, alimentado desde las propias estructuras del poder, tiene que ver con el grado de autonomía con la que se conducirá el próximo gobierno, cuyo lema de campaña fue la continuidad, el segundo piso de la transformación, que incluye reformas constitucionales sustantivas que amenazarían el equilibrio de los poderes del Estado, específicamente con relación al Poder Judicial y a los contrapesos representados por los organismos autónomos.

Desde la máxima tribuna se ha anunciado que las reformas van y serán presentadas a la próxima legislatura en el mes de septiembre, lo que otorga al líder del movimiento regenerador un mes para lograr su objetivo y legar a su sucesora una estructura institucional corregida y aumentada para la construcción de su segundo piso.

Pero la herencia, más allá de la euforia del triunfo, involucra también una serie de antagonismos internos y externos con los que tendrá que lidiar la nueva administración: una deuda externa de grandes magnitudes adquirida durante el gobierno actual; la crisis de inseguridad creciente con miles de muertos y desaparecidos por todo el país; las promesas incumplidas y los costosos proyectos inacabados, por mencionar algunos.

La primera presidenta en la historia de México no solo heredará, como ella lo señaló en su campaña, un proyecto personal, sino la responsabilidad de responder, efectivamente, a la confianza que se le depositó el 2 de junio, actuando con prudencia, mesura y patriotismo.

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