Leer es poder

El Aleph mexicano

Los criminales van ganando terreno palmo a palmo hasta tener el control de un tercio del territorio nacional.

Pude bajar, o no, de la mano de otro Carlos Argentino Daneri, al sótano de la realidad mexicana para ver todas las cosas concentradas en un punto, todos los hechos, desde todos los ángulos, como si fueran uno sólo, pero no encimados, ni traslúcidos: simultáneos; pude bajar las escaleras de ese oscuro sótano para ver, inverosímilmente, refulgir una pequeña esfera y en ella, concentradas todas las cosas y los hechos, los trabajos y los días, en esa pequeña bola luminosa, en el fondo de un sótano en la Ciudad de México; pude bajar, apoyarme en el piso, con olor a sangre, para ver contenidas en un punto todas las imágenes del México prohibido, como si se tratara de otro Aleph, para ver, para entablar un diálogo improbable con todas las imágenes públicas del presidente y ese México profundo, los saludos y las visitas, las liberaciones y las nuevas carreteras, los elecciones viciadas y los videos comprometedores, los aportaciones y los muertos, las claudicaciones y las humillaciones; claro está que ese punto brillante y único del universo pudo no aparecer porque es imposible, porque es indeseable, porque es, simplemente, otro Aleph, otro; más “mi incapacidad no invalida mi testimonio…”

Así pues, de la mano de otro Carlos Argentino Daneri bajé al sótano aquel con olor a sangre y cerré los ojos, los abrí y ahí estaba, no me quedó otro remedio que creer; ahí estaba, deslumbrante, y en esa pequeña esfera luminosa pude ver, no sin vértigo: al presidente correr presuroso y feliz al encuentro de la madre del Chapo (cuando para no ver a las feministas exigir sus derechos ha erigido enormes murallas de fierro para blindar el Palacio Nacional); pude ver en ese mismo viaje a Badiraguato convivir al presidente con los abogados del narco (en videos difundidos por los mismos narcos, no por Presidencia, para mostrar su connivencia); pude ver –en esa tierra donde hasta el Ejército tiene miedo de entrar– al convoy del presidente custodiado por narcotraficantes vestidos de militares; pude ver las declaraciones de los abogados del Chapo en las que afirman que en esa tierra, el presidente podía viajar seguro porque ellos lo custodiaban; pude ver cómo el presidente inaugura carreteras en la zona del narco –cuando en el resto del país las carreteras sufren grave deterioro– para facilitar que los muchachos bajen sus mercancías de la sierra y la lleven al gabacho; pude ver cómo –sin ninguna explicación razonable– desde Estados Unidos las remesas crecen sin freno; pude ver al presidente ordenar la liberación del hijo del más famoso narco a pesar de que esa misma tarde los narcos asesinaron por lo menos a catorce personas en Culiacán, y rodearon y amenazaron a los familiares de los militares que participaron en el operativo; pude ver al presidente en su conferencia revelar el nombre del jefe del operativo contra Ovidio, exponiendo su vida al ponerlo en la mira del narco; pude ver al presidente más interesado en justificar esa liberación que en la suerte de los militares humillados y ofendidos; pude ver cómo no se emitió ninguna orden de recaptura contra Ovidio hasta que los norteamericanos pusieron precio a su cabeza; pude leer un artículo del general en retiro Sergio Aponte Polito en el que escribió que “antes de la libertad del hijo del Chapo Guzmán se escuchó por los medios de comunicación la voz de un posible jefe de los narcotraficantes que menciona ‘si no dejan libre a Ovidio informaremos los millones de pesos que dimos a los hijos de un político para su campaña’” (“Agravio a las fuerzas armadas”, El Universal, 26.6.20); pude ver en esa esfera asombrosa cómo los criminales van ganando terreno palmo a palmo hasta tener el control de un tercio del territorio nacional; pude ver cómo el nivel de las drogas decomisadas ha disminuido hasta los niveles más bajos en varios sexenios; pude ver –con horror– cómo la política de los abrazos, no balazos, a quien beneficia es a los grupos criminales y no a los ciudadanos, de los que han asesinado a más de 130 mil; pude escuchar a Epigmenio, que se ha hecho millonario produciendo series de narcos, justificar esa política de sangre; pude ver, con azoro e indignación, cómo el crimen organizado benefició a los candidatos de Morena en las elecciones de 2021; pude ver cómo el presidente –a pesar de que candidatos y operadores políticos de oposición fueron secuestrados un día antes de las elecciones– felicitó a los delincuentes por “portarse bien”; pude ver cómo Morena en el Congreso ha puesto todas las trabas posibles para evitar la despenalización de las drogas (política que favorece el poder del narcotráfico); pude ver cómo los gobernadores de Morena asumieron el poder de sus estados gracias al apoyo del crimen organizado…

Pude ver todo eso “y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo” de nuestra espantosa y sangrienta realidad mexicana. Yo también, como Borges en su cuento, sentí horror y lástima, una infinita lástima por mi patria ensangrentada.

COLUMNAS ANTERIORES

Las virtudes de la alternancia
Popularidad espuria

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.