Leer es poder

El Generalísimo López

López Obrador ha dicho que Felipe Calderón pateó el avispero a lo tonto; él lo abrazó también a lo tonto, ya que su estrategia de paz ha resultado más letal que la guerra de su antecesor.

Todas las tardes que puede hacerlo, recorre los pasillos y los patios del Palacio Nacional. Llega al patio central. Se pone en posición de firmes y grita: “¡Buenas tardes!” El centenar de soldados que custodian el patio responde con brío: “¡Buenas tardes, señor presidente!” Un grito que retumba en los muros del Palacio. Da media vuelta y regresa a sus habitaciones, henchido de satisfacción. Él grita y le contestan con energía cien gargantas militares. La fuerza militar como eco de un hombre.

Con ánimo de concordia y conciliación, el presidente ha dicho que su antecesor, Felipe Calderón, asestó un garrotazo a lo tonto al avispero, lo que provocó más de cien mil muertos. Ahora que bajo este gobierno se han rebasado también el centenar de miles de muertos por la violencia criminal se puede decir que López Obrador le dio un abrazo a lo tonto al avispero, ya que la estrategia de paz obradorcista ha resultado más letal que la guerra de Calderón.

¿Hubiera hecho algo distinto López Obrador de lo que hicieron Calderón y Peña? Según Luis Astorga, una de las máximas autoridades en el tema del narcotráfico (¿Qué querían que hiciera?, Grijalbo, 2105), en 2006 López Obrador “prometía darle más poder y autoridad a los militares para operaciones antidrogas si llegaba a la Presidencia”.

Esto se desprende de la reunión que en enero de 2006 sostuvo López Obrador con el entonces embajador Tony Garza en la que le comentó los detalles de lo que sería su política antidrogas. Así lo deja ver la información revelada por Wikileaks “CABLE 06MEXICO505″ (se puede consultar en Google).

Además de darles más poder y autoridad a los militares, López Obrador reveló entonces al embajador Garza que lo haría con el Ejército porque “es la menos corrupta de las agencias mexicanas y puede ser más eficaz”. Para poder dar más atributos a las Fuerzas Armadas –dijo López Obrador en la embajada– se requería una enmienda constitucional; misma que ejecutó como presidente.

En reiteradas ocasiones durante las campañas de 2012 y 2018 López Obrador ofreció regresar a los militares a sus cuarteles, para distinguirse de Calderón, que los sacó a las calles. En 2019, en entrevista con La Jornada, el presidente comentó que “si por él fuera, desaparecería al Ejército” (30 de junio de 2019). Lo que vemos es otra cosa: el Ejército patrullando calles, al frente de puertos y aduanas, el Ejército constructor de grandes proyectos de infraestructura, repartidor de medicinas, sembrador de árboles, el Ejército a cargo de la vacunación. ¿Se contradicen discurso y acción? En parte. Cuando López Obrador decía que había que regresar a los militares a sus cuarteles se refería a sacarlos del combate al narcotráfico (y eso ha hecho). Cuando le dijo a La Jornada que si por él fuera desaparecería el Ejército no se refería a eliminar al Ejército sino en transformarlo en un ejército de paz (en ejército constructor). López Obrador se ve a sí mismo como un profeta de la paz. Los demás lo vemos como alguien que se cree un profeta de la paz rodeado de militares.

En un esclarecedor ensayo, Fernando Escalante Gonzalvo (’No es el pueblo’, Nexos, enero 2021) llama la atención sobre la frase “el Ejército es del pueblo”. El Ejército es un sector privilegiado del pueblo: comen bien, tienen uniforme, ganan un sueldo por encima de obreros, tienen seguridad social y pensiones, dentro del cuerpo pueden estudiar con becas, tienen escuelas, tiendas propias y lo más importante: sus propios tribunales. Todo lo que no tiene el pueblo. El Ejército es un cuerpo privilegiado de la sociedad que además tiene intereses y presiones internas de ascensos. Escalante Gonzalvo considera que la presencia del Ejército en múltiples frentes en este gobierno ha sido conducida estratégicamente, que tiene un orden y secuencia. Que más que un Ejército sometido a los caprichos del poder, hay un Ejército ambicioso, con una falsa (por desmesurada) idea de sí mismo, que confunde disciplina con saber hacer bien las cosas, que aprovechó la ineficacia y mala fama de la burocracia para presentarse como el ejecutor incondicional del presidente. Para Escalante, el Ejército está aplicando en este gobierno una estrategia que consiste en conquistar espacios reservados a los civiles.

Tal vez ocurrió que confluyeron dos necesidades. La necesidad de López Obrador de contar con una fuerza económica con la cual retar a los grandes inversionistas (el Ejército como constructor de grandes obras) y la necesidad del Ejército de ocupar más espacios civiles, como ha ocurrido en Egipto, Chile y Paquistán. Se juntó el hambre con las ganas de comer en detrimento de la sociedad. Los militares no pueden participar en política, por lo que actúan a la sombra. El presente es el gobierno con mayor presencia militar desde 1946. Pero también: en varias ocasiones López Obrador se ha referido al riesgo de un golpe de Estado, que por fuerza provendría del Ejército, como en el caso de Madero. Necesidad y riesgo. El avance militarista es un retroceso para la sociedad civil.

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