Leer es poder

La víctima

¿Cómo es posible que alguien que se humilla públicamente pueda ganar apoyo? Porque en México desde hace siglos nos identificamos con las víctimas, con los derrotados.

El todopoderoso presidente (dueño del Ejército y la Marina, de la Guardia Nacional, del Congreso, del SAT, de la Fiscalía General de la República) quiere hacerse pasar por víctima. Un pobre hombre con sólo 200 pesos en la bolsa al que todos atacan (“soy el presidente más criticado de la historia”). Pobre de nuestro presidente.

Para revertir la oleada de críticas provocadas por su desafortunada decisión de perseguir judicialmente a un grupo de 31 científicos, decidió victimizarse. Exhibió en su conferencia matutina un mensaje injurioso contra su esposa y lo atribuyó a uno de los científicos acosados. Con tal de hacerse pasar como la víctima no le importó mentir (el mensaje no provino de ningún científico) ni humillar públicamente a su esposa. Con tal de ganar el favor popular para justificar la persecución en marcha, exhibió el insulto. La víctima es él, no los científicos. Él es el agraviado.

¿Cómo es posible que alguien que se humilla públicamente pueda ganar apoyo? Porque en México desde hace siglos nos identificamos con las víctimas, con los derrotados.

No es fácil entender, afirma Gabriel Zaid en Tres poetas católicos (Debolsillo, 2021), cómo el progresismo novohispano se volvió luego de la Independencia “quejoso, resentido, nostálgico de las glorias de Anáhuac, fascinado con los atropellos”. Apoyado en Jung, Zaid aventura una hipótesis: “Quizás en el inconsciente de México hubo un contagio de la derrota indígena, por el cual hasta los universitarios, que objetivamente somos los beneficiarios de la conquista, nos identificamos con las víctimas, adoptamos la visión de los vencidos”. No es una actitud universal. En Japón, luego de la derrota y de sufrir el impacto de dos bombas atómicas, reconocieron la superioridad de los vencedores norteamericanos y optaron por emularlos.

No deja de ser ingeniosa (y políticamente muy redituable) la identificación que López Obrador ha construido en su discurso. Los derrotados (los indios en la conquista, los criollos luego de la Independencia, los mexicanos frente a la modernidad) son los pobres. Así como los indígenas fueron derrotados por los conquistadores, los pobres han sido explotados y saqueados por los ricos, por los conservadores, por los adversarios del presidente. La gran aceptación popular de López Obrador mucho tiene que ver con que se ha presentado como campeón de los vencidos, como el redentor de los desfavorecidos, de ahí su fantasiosa recuperación del pasado prehispánico, de la fecha falsa de la fundación de Tenochtitlan, de la pirámide de cartón. “Los españoles nos deben pedir perdón por la conquista”, afirma sin pudor el nieto de españoles disfrazado de indígena derrotado.

Esa identificación imaginaria con la visión de los vencidos la afianzó López Obrador luego de sus derrotas electorales de 2006 y 2012. Fingió que le robaron las elecciones para poder presentarse como víctima. Yo soy como ustedes, a mí también me robaron. Así como por siglos a los pobres les han robado los ricos, a él le robaron su triunfo en las urnas. Muchos mexicanos, sin pruebas a la vista, le compraron su discurso victimista.

Pero todo cambió en 2018. Ganaron los derrotados de siempre. Ganó el perdedor perpetuo. Ganó para vengarse y hacer justicia. Ganó López Obrador para redimir a los pobres de su dolor de siglos, para reivindicar todas las derrotas que hemos sufrido los mexicanos desde la conquista. No más ‘árbol de la noche triste’, ahora es el ‘árbol de la noche victoriosa’.

Esta vindicación de los vencidos no deja de tener ángulos problemáticos. ¿Por qué exigirle a España que nos pida perdón y no hacer lo mismo con Estados Unidos, que luego de una guerra injusta se quedó con la mitad de nuestro territorio? Mejor viajó a Washington para aplaudirle a Trump en plena campaña electoral (luego de que éste nos amenazara con aumentar los aranceles si no impedíamos el paso de inmigrantes por nuestra frontera sur), que pedirle siquiera una nota de disculpa por la invasión a Veracruz o por la expedición punitiva contra Francisco Villa. ¿Por qué no pedirle a Francia que se disculpe por la invasión francesa? ¿O a Inglaterra?

Se hace la víctima para lograr una identificación con los vencidos de siempre. No importa que para ello se tenga que humillar o humillar a su familia. Para disimular que ahora es el perseguidor se muestra como perseguido por la infamia. Él es como los aztecas, vencido pero digno. Él es como Madero, martirizado por la prensa opositora. Él es como Jesucristo, que dio su vida por los pobres. Esa es la imagen que ha proyectado con éxito a sus seguidores. Se trata de una estrategia política. Así puede disimular sus venganzas y su resentimiento. Él no es el mentiroso (pese a las más de cincuenta mil mentiras que han detectado en sus conferencias), él no es el que acosa a la prensa ni el que amenaza a la comunidad científica. Él es el que sufre como la mayoría de los mexicanos. Él se sacrifica por nosotros. Él es la víctima.

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