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Narcoestados

Los narcos controlaban ‘territorio’, ahora controlan estados y municipios. El presidente lo sabe; lo saben los militares. Parecen estar de acuerdo con tolerar narcoestados.

Las elecciones del 6 de junio no fueron limpias. Los estados del Golfo de Cortés (Colima, Nayarit, Sinaloa, Sonora, Baja California) se pintaron de Morena con ayuda del narco. En múltiples casos secuestraron a los operadores de los partidos de oposición, a sus representes de casilla, amenazaron a candidatos; a unos los obligaron a retirarse de la contienda, a otros a suspender su campaña. En ningún caso alguno de los candidatos de Morena declinó su nuevo cargo a pesar de la mancha de origen.

Los narcos controlaban ‘territorio’, ahora controlan estados y municipios. El presidente lo sabe. Lo saben los militares. Parecen estar de acuerdo con tolerar narcoestados. Los narcos no “se portaron bien” como afirmó el presidente el 7 de junio. Asesinaron a más de cuarenta candidatos durante la campaña. Los grupos criminales operaron un fraude con la anuencia del gobierno.

Lo sabe la oposición. Lo sabe también la sociedad que vive en esos estados. Lo sabe el director de la CIA, que estuvo en México poco antes de las elecciones. Y por lo tanto lo sabe Kamala Harris, que llegó a México un día después de los comicios: en una franja de estados ganó el partido del gobierno con apoyo del crimen organizado. Estados Unidos sabe que México tolera esa situación. Que tolera también que en Michoacán y Guerrero, estados productores de droga, el narco se haya involucrado en las elecciones. Saben que el gobernador de San Luis Potosí está relacionado con el narco. En los medios de comunicación esta nueva situación no ha prendido las alarmas. Finalmente, si el gobierno (Ejecutivo y Fuerzas Armadas) ya tomó la decisión de no combatir a los grupos criminales, poco o nada puede hacer la sociedad. Se trata, no hay que minimizar este hecho, de los grupos criminales más poderosos del mundo. Más sanguinarios.

Antes se decía: a los narcos no les interesa la política, son comerciantes (salvajes, pero comerciantes) de sustancias prohibidas, sólo interesados en que su mercancía llegue a puerto seguro, allende la frontera. Pensábamos que sólo les interesaban sus ‘rutas’. La estrategia ha cambiado. Tendrán diputados en los congresos locales y en la Cámara de Diputados. Tendrán alcaldes. Y gobernadores. Más o menos identificados. En un contexto en el que el gobierno decidió ser permisivo –con la anuencia de los militares– con los grupos criminales.

Antes de las elecciones de 2018, López Obrador decía que devolvería al Ejército a sus cuarteles y que pacificaría al país mediante un pacto social, que implicaba una amnistía a los criminales. Ya en el poder, militarizó la seguridad y dejó de perseguir a los criminales. Debe suponerse que su fin es la pacificación del país. Que el plan consiste en garantizar al narco su trasiego a Estados Unidos, y que el Ejército, vía la Guardia Nacional, se haga cargo de la seguridad pública. Una apuesta muy audaz. Los narcos del país han celebrado los acuerdos con varias masacres. En este país –dicen– hacemos lo que queremos.

El problema, una vez garantizado el tráfico por los estados del Golfo de Cortés, es el producto, el fentanilo, que está causando estragos en Estados Unidos. Más de 90 mil muertes anuales por sobredosis de esa droga. Un problema que tendrá que enfrentar la administración Biden tarde o temprano.

Estamos inmersos en un enorme mercado de drogas ilícitas. O mejor dicho: estamos inmersos en la dinámica del inmenso mercado norteamericano, un sistema de intercambios de productos lícitos e ilícitos, que implica miles de millones de dólares. Un mercado que lo mismo procesa aviones, carros y pantallas planas, que metales preciosos, drogas naturales y sintéticas, y un gran número de personas.

El comercio de drogas produce una interminable estela de muertes. En México, muertes relacionadas con el tráfico; en Estados Unidos, con el consumo. Se trata de una sociedad extraordinariamente hedonista, por lo que no creo que ese flujo comercial vaya a disminuir. Por el contrario. Una sociedad rica y hedonista vecina de otra pobre que abastece de drogas: no hay forma de detener ese comercio.

El sexenio de Calderón dejó como lección que la violencia produce más violencia. Sobre todo porque se ha reconocido públicamente que se trata de una guerra que no se puede ganar. El camino que ha seguido López Obrador para pacificar al país es asimismo un camino fallido. No es una buena idea tolerar los narcoestados. Tampoco lo es darles el negocio de aduanas y puertos a los militares. La violencia entre los grupos criminales ya rebasó todos los límites. Ya no se trata de la guerra de unos grupos contra otros. En Reynosa los narcos le dispararon a la población al azar. Son tantos los muertos que la sociedad ya no los puede procesar.

Nunca como ahora hay militares en las calles, nunca como ahora han aumentado los niveles de violencia. El presidente se opone a la despenalización de la mariguana, pero libera al hijo y saluda a la madre del jefe del narco. Para no hablar de esto, ahora se dedica a acosar a los periodistas en sus conferencias.

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