El mundo era muy diferente cuando sonó la campana de Dolores hace 211 años.
Pero, en realidad, los hechos no importan.
Los países se construyen a partir de los mitos, como aquel del 15 de septiembre y su Grito.
Como seres humanos, necesitamos historias que nos incluyan y que nos permitan entendernos.
El debate sobre lo que realmente ocurrió en 1810 es irrelevante, por lo menos para las implicaciones políticas, históricas y filosóficas en la construcción de nuestro país.
Lo más importante es lo que, por generaciones, hemos creído.
Por la noche, en el Zócalo de la Ciudad de México, aun cuando como hoy, esté vacío, volverá a sonar la campana de Dolores.
Y, con ella, en millones de hogares del país volverá a relatarse la historia de un cura que tomó la decisión de ir “a coger Gachupines”.
No importa que apenas dentro de una semana y media se celebren los 200 años de la consumación de un movimiento encabezado por españoles.
No importa que la formación de nuestro país haya sido producto de los conflictos internos de la Corona.
Eso no cabe en el mito.
Seguiremos pensando que fueron Hidalgo y Morelos los iniciadores y que fue Guerrero el que consumó la Independencia.
Jamás le daríamos cabida a los españoles como los constructores de la patria.
Los seres humanos, en general, no aceptamos las complejidades y azares del devenir de la historia.
Los héroes tienen que ser de mármol y los villanos deben ser quemados en la hoguera.
Los gobiernos que abrevan de esas historias de cartón y piedra, necesitan libretos bien construidos y consistentes, y se sienten violentados cuando existen espacios que homenajean a quienes no forman parte del mito.
El retiro del monumento de Cristóbal Colón de su emblemática glorieta del Paseo de la Reforma significa la resistencia a pensar en un mundo complejo, libre de héroes y villanos y pleno de seres humanos, como los que hoy vivimos, con aciertos y errores, con virtudes y defectos.
En el panteón de la patria solo caben los heroes impolutos… aunque nunca hayan existido.
La realidad es que la historia no tiene guiones escritos desde ningún Olimpo. No somos juguetes de los dioses ni tampoco de ningún destino.
No obedecemos tampoco a las determinaciones de leyes sobrehumanas como las que el llamado materialismo histórico pretendió instalar.
La vida humana está llena de posibilidades y de destinos inciertos, tal y como los que hoy vivimos.
El recuerdo del 15 de septiembre nos debiera llevar justamente a considerar que el futuro está lleno de posibilidades y no constituye un sino inamovible.
No hay una 4T en nuestro futuro, parafraseando aquel célebre anuncio de Ford en los años de la posguerra.
Sin embargo, hoy observamos visiones del mundo que son encontradas.
Hay una narrativa que imagina un destino único para México desde la existencia de los pueblos originarios.
Considera que su futuro está labrado en piedra.
Cuando se investiga un poco la historia, y sobre todo cuando se tamiza sobre la base de los hechos del presente, se entiende que esas construcciones son simplemente mitos que nos han servido para adquirir seguridad en nuestro futuro.
La realidad para el país, como para la vida de cada individuo, tiene que ver con hechos azarosos y con múltiples posibilidades, algunas que se materializaron y otras que no se realizaron.
En nuestra mente, sin embargo, necesitamos construir secuencias de acontecimientos que tengan causalidad y orden y que vayan de un origen a un destino.
Nos incomoda mucho imaginar una historia en la que los hechos ocurrieron por efecto de las voluntades y circunstancias y no por leyes que los determinaron.
Pero, solo si pensamos que hoy no hay libretos escritos y que el futuro habremos de escribirlo con nuestras decisiones, podemos imaginarnos que así fue siempre y que lo que ocurrió tras el tañer de la campana de Dolores aquel 15 de septiembre de 1810 estuvo lleno de azares que finalmente, tras 211 años nos han conducido hasta donde hoy estamos.
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