Vicerrector de la Universidad Panamericana, Campus México.
Hace unas semanas se dio el encuentro trianual de Premios Nobel de Economía en Lindau, Alemania. En una mesa más privada y, por lo tanto, de diálogo distendido, encabezada por uno de los Nobel de origen británico surgió el tema de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), institución que agrupa a 38 naciones del mundo, incluido México. Uno de los participantes quiso conocer su punto de vista sobre nuestro país, pero recibió una respuesta un poco sorpresiva: “no sé qué hace México en la OCDE si es un país con muchos rezagos”. Él atribuyó a que esto fue posible porque cuando México ingresó en 1994, el Secretario General era un mexicano y que seguramente se debió a algún acuerdo político, pues de lo contrario no encontraba otra explicación. Ese dato resultó incorrecto, ya que dicho mexicano que encabezó la OCDE fue José Ángel Gurría, pero eso sucedió hasta el año 2006, más de una década después.
Mi pensamiento inicial fue que seguramente el comentario de esta persona, Premio Nobel o no, estaba lleno de prejuicios y que quizá le faltaba conocer más a nuestro país, la 12ª economía más grande del mundo. Mi perspectiva era reconocer que, aunque efectivamente tenemos grandes rezagos, hemos evolucionado. México es parte del G20, un foro de los principales gobiernos y bancos centrales de 19 países y la Unión Europea. Somos un país en donde nuestro salario mínimo ha crecido de forma importante, más del 115% en un sexenio y 86% arriba de la inflación. Ningún otro país latinoamericano cuenta con tratados internacionales como los que tenemos. Somos una nación con exportaciones fuertes y crecientes hacia la economía más importante del mundo. Nuestros niveles inflacionarios son más o menos estables por varios años. Las finanzas públicas han sido sanas. Más aún, estos mismos días el FMI subió la estimación de crecimiento para México en 2025, como se publicó en El Financiero, y la propia OCDE también elevó la proyección de crecimiento. Ante estos datos y hechos, seguramente el homenajeado británico estaría en un error.
Sin embargo, quise observar más a fondo algunos fundamentos para una afirmación de este estilo, de un economista que seguramente sabe algo más que uno. Podría ser yo quien erróneamente analizara la situación únicamente desde una realidad nacional particular, olvidando que uno puede ser tan grande o tan competitivo de acuerdo al entorno al que se mueve. Entonces, cambié el planteamiento de un “¡qué bien lo hemos hecho!” a uno de “acorde a nuestras posibilidades entre naciones con semejanzas, ¿cuál es nuestra posición competitiva?”.
Seguía en mi cabeza que crecer al 1% en 2025 cuando al inicio del año se esperaba sólo 0.2% sonaba espectacular, pero me fue menos sorprendente cuando un año antes crecimos al 1.4%. Más aún, si nos comparamos con otros tres países de Centro y Sudamérica, también miembros de la OCDE, como Chile, Colombia y Costa Rica, la cosa no se vio tan positiva (aun cuando dejé fuera de la comparativa a naciones desarrolladas). De acuerdo al Banco Mundial, en 2024, ellos crecieron 2.6%, 1.7% y 4.3%, respectivamente, todos más que nosotros. Y ante la duda de si no estaba comparando un momento malo y que mejor sería tomar nuestro mayor crecimiento reciente del 6% en 2021, en plena recuperación del cierre por la pandemia, la realidad es que los otros tres países en comparativa también crecieron más: 11.3%, 10.8% y 7.9%.
Otra alternativa era buscar un nuevo enfoque de análisis, pues contrastar el crecimiento nacional quizá no era lo más preciso cuando la población en México es casi 7 veces más grande que la de Chile, 2.5 veces más que la de Colombia y 26 veces más grande que la de Costa Rica. Una medida interesante podría ser el salario anual promedio de los trabajadores, es decir, el número que resulta de dividir el total de todos los salarios que se pagan en un año a los empleados de un país entre el número de trabajadores. Convertidos en dólares actuales para hacerlos equivalentes, al 2023, en México, un trabajador ganó poco menos de 21 mil dólares, mientras que, en las otras naciones en el orden mencionadas, se ganaron 38 mil, casi 29 mil y 41 mil dólares. Pero esta distancia no fue siempre así. En el año 2000, en México se ganaban 20,612 dólares al año, mientras que en Chile eran 23,828. ¿Qué habrá pasado que en estos casi 25 años el gap pasó de 15% a 83%? ¿No somos nosotros el país del nearshoring y el mayor socio comercial de Estados Unidos? Hoy, de los 38 países miembros de la OCDE, el más rezagado sí es México y, para nuestro asombro, así ha sido desde el año 2006. De hecho, somos el único que prácticamente no crece. Fue en 2005 cuando Latvia estaba por debajo de nosotros. Hoy, al país que más nos acercamos es justamente Colombia en el que el promedio de salario de cada trabajador está 38% por arriba. Como dato cultural, el que más gana es Luxemburgo con más de 93 mil dólares y el promedio de toda la OCDE es de poco más de 60 mil dólares, casi tres veces más que en México.
¿Golpe de realidad? Sí, un poco; quizá el Nobel tenía razón o quizá no, pero sí tenía un punto a considerar. ¿Detenernos? No, tampoco. En el año 2000, 4 países estaban por debajo de nosotros: Hungría, Lituania, Estonia y Latvia. Al 2024, su nivel de salario promedio, respectivamente fue de 35 mil, casi 53 mil, 39 mil y 45 mil dólares anuales, respectivamente. La meta no sería copiar lo que esos países han hecho; tenemos realidades particulares. Lo que esto sí nos muestra es que no deberíamos estar destinados a ser siempre el país del crecimiento mínimo y que nos defendamos gracias a indicadores macroeconómicos. Turquía, un país de más de 85 millones de personas, estaba prácticamente igual a nosotros en el año 2000 y ahora cada trabajador recibe 226% más que un mexicano. Creo que de repente nos hace un poco de daño (o mucho) el escuchar que somos la economía número 12 del mundo y que en el 2050 seremos la economía número 7. Esa, si bien es una realidad, al ser macro, de poco o de nada nos sirve si no lo analizamos desde un nivel micro, de lo que realmente llega a los hogares mexicanos y del poder adquisitivo que vamos logrando.
Pero nuevamente, la idea no es sumirnos en la depresión, sino analizar nuevamente que uno está llamado a ser tan grande y competitivo como el entorno en el que se mueve. Las oportunidades comerciales, geográficas y empresariales marcan que México está en una posición de crecimiento mucho más relevante que otras naciones quienes sí tendrían mayores excusas de rezago que nosotros. Parecería que lo que falta son más acuerdos de largo plazo de todas las partes y más voluntad política, social y liderazgos que lo consoliden. Nuestros catalizadores (y que no son elementos menores): nuestra alegría, nuestra resiliencia, nuestro ánimo de lucha y la perspectiva de que siempre puede venir un futuro mejor. En eso, sí que nos caracterizamos como mexicanos.