Escribir a unas horas de que concluyó el escrutinio para saber quiénes ocuparán los cargos judiciales quizá sea un ejercicio arriesgado. Sin embargo —y a pesar de la recomendación de don Julio Scherer García, quien decía que no hay que escribir al calor de los acontecimientos—, trazo una breve reflexión sobre lo que México ha vivido en los últimos días en materia político-electoral, derivado de una reforma constitucional para renovar el Poder Judicial.
Se trató de un ejercicio inédito, prácticamente en todo el mundo, con algunos precedentes en países como Bolivia, ciertos cantones en Suiza y ciudades en Estados Unidos, donde se eligen personas juzgadoras y donde, por cierto, los índices de participación ciudadana suelen ser muy bajos.
Sabemos, a partir de los datos dados a conocer el domingo por la noche por la consejera presidenta del Instituto Nacional Electoral, Guadalupe Taddei Zavala, que concurrieron 13 millones de ciudadanos a sufragar. A simple vista, la cifra resulta pírrica si consideramos una lista nominal de casi cien millones. No obstante, si nos atenemos a las primeras estimaciones del año pasado, el resultado no dista mucho de lo que se preveía. Entonces, se hablaba de una participación máxima del 10 por ciento y los más optimistas apostaban por un 12 por ciento. Más adelante —ya en abril y mayo de 2025— algunos legisladores estimaron que podría alcanzarse el 20 por ciento, basándose seguramente en la movilización que tenían prevista con operadores de Morena.
Esa movilización, tan denunciada por los detractores, no se cumplió. No se vio reflejada, a pesar de las decenas de listas y acordeones que circularon. Lo que sí quedó claro —sobre todo tras el mensaje de Taddei a las once de la noche— fue la ardua labor que realiza el INE en todo el país. Vimos cómo trabajan los consejos locales, sus presidentes y todo el personal de apoyo: horas y horas de capacitación, de compromiso con la transparencia, la certeza y la máxima publicidad del proceso. El INE cumplió, y cumplió bien. A pesar de toda la adversidad vivida, demostró que este organismo, construido a lo largo de los años, sabe hacer su trabajo: organizar elecciones confiables y de cara a la ciudadanía.
Los agoreros del fracaso del INE tendrán que reconocer su error y dar crédito al profesionalismo del funcionariado, a las y los CAES y al personal de base, que una vez más demostró que la parte técnica siempre queda solventada.
No fue un asunto menor diseñar un sistema informático de alto nivel en apenas cuatro meses. Un sistema que fue probado una y otra vez en simulacros que corrigieron los errores detectados, llevando al sistema informático al límite. Hoy ha quedado claro que el sistema funcionó, y funcionó bien. Los detractores de siempre han quedado desmentidos; los exfuncionarios no pueden objetar absolutamente nada, a pesar de su pretendida intromisión en el Instituto, intentando que exsubordinados les dieran información privilegiada para influir y cuestionar constantemente la elección.
Una pena esa actitud. Porque el INE no le pertenece a nadie en lo individual. Es un baluarte de los mexicanos, que debemos cuidar, porque ha demostrado —una vez más— que sabe hacer elecciones, y que las hace bien, incluso frente a la adversidad.