En los últimos días, un grupo de estudiantes ha salido a las calles manifestando su apoyo al Poder Judicial, en medio de una creciente tensión política. A primera vista, podría parecer una iniciativa genuina, ya que los movimientos estudiantiles tienen una rica tradición de protagonismo en la vida política de las naciones. Sin embargo, cuando se escarba más a fondo, surgen dudas legítimas sobre la autenticidad de este movimiento.
Históricamente, los movimientos estudiantiles han sido orgánicos, caracterizados por su independencia, capacidad de organización autónoma y una profunda conexión con las causas sociales. Han sido motores de cambio, capaces de alterar el curso de la historia, sin más bandera que la de la justicia y los derechos civiles. En este sentido, cuando observamos los grandes movimientos estudiantiles del pasado, se destacan por su resistencia a ser cooptados o dirigidos por intereses ajenos.
Uno de los ejemplos más icónicos es el Movimiento de 1968 en México, en donde miles de estudiantes cansados de la represión autoritaria del gobierno salieron a las calles para demandar mayores libertades y la apertura democrática. Aquel movimiento brutalmente reprimido en la trágica masacre de Tlatelolco por el gobierno Priista de entonces, marcó un antes y un después en la conciencia política de México. Fue un levantamiento genuino, surgido del malestar social y la búsqueda de justicia. Tal como el que décadas después protagonizaron los alumnos universitarios con el movimiento Yo soy 132.
En otro punto del globo, el mayo del 68 en Francia fue protagonizado por estudiantes que, desafiando las estructuras sociales y políticas, se unieron con obreros en una rebelión que sacudió los cimientos del gobierno de Charles de Gaulle. Este movimiento no solo luchaba por reformas educativas, sino por una transformación profunda del sistema político y social. Fue tan imparable y auténtico que logró poner en jaque a uno de los gobiernos más fuertes de Europa.
A lo largo de la historia, los movimientos estudiantiles han mostrado que cuando nacen desde las bases son fuerzas difíciles de contener. Desde las protestas contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, hasta las movilizaciones de los estudiantes chilenos en 2011 por la reforma educativa, estos movimientos comparten la característica de ser autogenerados, con objetivos claros, y pocas veces influenciados o manipulados por actores políticos que buscan agendas propias.
Por eso, el actual movimiento estudiantil que se presenta en defensa del Poder Judicial debe ser observado con cuidado. A diferencia de los movimientos históricos, su surgimiento parece estar atado a intereses políticos específicos.
No es raro que ciertos actores políticos intenten instrumentalizar a los estudiantes para legitimar sus propias luchas, dado que la juventud organizada siempre ha tenido un halo de legitimidad moral.
El uso de estudiantes para crear una apariencia de respaldo popular a una institución que en este caso está envuelta en una crisis de confianza debería generar cautela. Los movimientos estudiantiles auténticos surgen del descontento real y no necesitan de una dirección externa para volverse imparables. Cuando el origen de las movilizaciones es cuestionable, se corre el riesgo de que la causa, en lugar de avanzar, deslegitime la lucha.
En este contexto, es crucial que la sociedad y los propios estudiantes reflexionen sobre quién está detrás de estas movilizaciones, y si realmente representan el sentir estudiantil. Un movimiento que no sea genuino es solo una herramienta más en la maquinaria política y la historia nos ha demostrado que este tipo de protestas rara vez tienen un impacto duradero. El poder del estudiante radica en su independencia y autenticidad, y cuando estas cualidades son corrompidas, el movimiento pierde su fuerza transformadora.
Si el movimiento estudiantil es verdaderamente legítimo, su voz se hará escuchar sin la necesidad de ser dirigido. Pero si este movimiento ha sido orquestado por actores externos, como todo apunta, su influencia será efímera. Como siempre, la autenticidad es lo que separa a los movimientos que cambian el mundo de aquellos que solo sirven a intereses momentáneos.