Colaborador Invitado

Una tercera vía para el desarrollo regional de México

El mundo ha cambiado, es momento de buscar otro camino para rescatar a la gente y abatir la pobreza y la desesperanza, comenta Roberto Álbores Guillen.

El mundo ya cambió. Ya no somos los mismos. La pandemia, la parálisis económica y la inseguridad son fantasmas que recorren el planeta ocasionando muerte, desesperación y angustia colectiva. Esta calamidad ha dado al traste y demolido nuestras costumbres y hábitos de convivencia social. Es tiempo de tomar conciencia y de transformarnos a nosotros mismos. El mundo de ayer ya no existe, el viento se lo llevó como hojarasca arrastrada por su fuerza destructora. Se esfumó, nos abandonó, no volverá; su búsqueda es inútil e infructuosa. Estamos ante otra realidad. Es tiempo de tomar conciencia y de reinventarnos.

Los problemas actuales son mayores y los retos y desafíos, enormes. A los fantasmas antes mencionados debemos sumar el desgaste de la globalización y del neoliberalismo económico. Existe una fuerte crítica y hasta rechazo por la falta de resultados y la operación de sus políticas públicas que no han dado respuesta a las exigencias de la gente y han ahondado la desigualdad y la pobreza. La riqueza se ha concentrado en pocas manos y la indigencia se ha generalizado. Las instituciones políticas y organismos financieros, que surgieron de la posguerra, fueron capaces de reconstruir la economía y la democracia; sin embargo, deben transformarse y buscar nuevas formas de generar desarrollo equilibrado y bienestar social.

Las economías cerradas cedieron a la apertura indiscriminada del comercio mundial, traspasaron fronteras y en cierta forma descuidaron su economía interna; se convirtieron en subsidiarias dependientes de la demanda de las grandes economías del mundo. Los consorcios de los países desarrollados expandieron su actividad, aprovechando las ventajas comparativas que otorgan otros países atrasados.

El agotamiento de las políticas públicas internacionales está a la vista. La pobreza, la desigualdad y la migración, entre otros problemas, son la resultante evidente de que algo no funciona. No hay respuesta a las crecientes necesidades de la gente. La descomposición social y la violencia van en aumento. Son expresiones humanas dolorosas que exhiben la inoperancia de los sistemas en vigor y su síndrome pernicioso: la corrupción y la impunidad como formas cotidianas de gobierno.

La privatización fue otro signo emblemático de la época, lo público se privatizó. Esta política llevada al extremo en algunos países desmanteló los aparatos gubernamentales dejándolos, en la práctica, con muy pocos instrumentos para coordinar y promover el crecimiento económico. El propio Stigler, destacado economista de reconocido prestigio internacional, admitió que se cometió un error y que los gobiernos debieron reservarse sectores estratégicos para poder operar en beneficio de los pobres.

El sustento ideológico de esta política privatizadora fue que, frente a la globalización y la apertura de los mercados y, en consecuencia, la dura competencia comercial, era necesario e indispensable crear una nueva clase de empresarios que pudiera competir en el nuevo mundo. En nuestro país un grupo de mexicanos se convirtieron, de la noche a la mañana, en los más ricos del mundo. Dramática paradoja en una nación pobre y cada vez más pobre.

Los tratados de libre comercio han sido los instrumentos de la globalización. Aquí reactivaron la economía del norte, noreste, occidente y centro de México. La creación de cadenas de valor es un hecho real y una exitosa exportación a nuestro vecino del norte. Nos hemos convertido en su principal socio comercial.

Sin embargo, se ha desatendido a los olvidados del otro México, el pobre, el de la falta de oportunidades, el de la postración y el abandono. El gobierno sigue aplicando un modelo económico que no funciona; nuestra agenda política y social debe cambiar para adelantarnos a acontecimientos funestos. Estamos apenas a tiempo para reconocernos y enfrentar con voluntad e inteligencia este grave problema del país. Es momento de buscar otro camino para rescatar a la gente y abatir la pobreza y la desesperanza. Nos urge una tercera vía para el desarrollo regional que surja de la combinación estratégica de lo mejor y probado del nacionalismo revolucionario y del neoliberalismo económico. Un gobierno fuerte que invierta y construya la infraestructura necesaria para el desarrollo, que respete la ley y fomente la inversión privada; empresarios fuertes y comprometidos a crear empleos y oportunidades para las y los mexicanos. Que ganen y reinviertan.

Convertir zonas enteras del país, en especial el sur-sureste, en enclaves de producción industrial. Es una urgencia nacional. A la propuesta del presidente López Obrador ante Biden y Trudeau de proteger el mercado instrumentando una política pública de sustitución de importaciones que favorecería el crecimiento de las economías internas habría que sumarle, para que funcione, un programa integral de desarrollo regional que concrete acciones e inversiones de los tres gobiernos, compromisos específicos en la instalación de industrias y creación de cadenas de valor ligadas a la exportación, garantizando seguridad, respeto a la ley, protección a la inversión privada y salarios justos a los obreros.

Los tres gobiernos, México, Estados Unidos y Canadá, deben comprometerse a ser los promotores de estas inversiones y, lo más importante, crear la infraestructura para hacer viables y atractivas las inversiones a través de sistemas de comunicaciones, carreteras, trenes, sistemas de riego, dotación de insumos como gas y electricidad, entre otras actividades que promueven el desarrollo.

La caída del Muro de Berlín y el colapso de las economías socialistas fueron causados por la falta de resultados económicos y políticos. La gente no encontró refugio y satisfacción de sus legítimos sueños de bienestar y libertad individual y colectiva.

Cuidemos la democracia, sería muy delicado que le endosáramos la culpa de los problemas actuales. Sería muy lamentable abrirle la puerta a la descomposición y a la molicie política, sería dramático el surgimiento de nuevos autoritarismos y dictaduras de corte moderno. Es momento de construir economía, de fortalecer el mercado interno, de sustituir importaciones y de llevar adelante un gran programa de industrialización en las zonas pobres y depauperadas del país. Esta es la propuesta que puede tener sustento y aceptación de los gobiernos de Estados Unidos y Canadá. Una tercera vía para el desarrollo.

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