Carlos Javier Gonzalez

Imbecilidades frustradas

Tal parece que en México ya no quedan muchas opciones para que uno ejecute libre y originalmente su estupidez, ya que casi todas ya han sido usadas por alguien más o expropiadas campechanamente por el gobierno.

Hay días así. Y ese día, me desperté con la intención de comportarme como un perfecto imbécil, así, lisa y llanamente.

Anduve ideando la mejor manera de hacerlo y varias ocurrencias pasaron por mi mente: Tal vez podía obligar a mis colaboradores a que hablaran bien de mí en las redes sociales, pero recordé que semejante estupidez ya se había intentado en Puebla con malos resultados.

Entonces pensé que tal vez podía comprar una mansión en un pueblo mágico, pero con la condición de que fuera irregular y en terrenos comunales para luego culpar a los que me critiquen, pero igualmente ya me habían ganado la idea.

Entonces tuve una ocurrencia genial: recordé que Lupita, la de contabilidad, me había dicho que se encontraba muy enferma de gripa, pero como era cierre de mes, tenía que acudir a la oficina a como diera lugar.

Me comentó que para no contagiar al resto de los compañeros, iría con un cubrebocas, a lo que yo simplemente le contesté: “no, Lupita, no lo haga. El cubrebocas sirve para lo que sirve y no sirve para lo que no sirve. Es mejor que digamos a sus compañeros de la oficina que lleven un escapulario o detente, con eso se protegen más”.

Me encontraba muy satisfecho, porque pensé que no podía haber cometido mayor acto de imbecilidad que ese y, cuando me disponía a prepararme un café para gozar de mi logro, alguien me hizo ver que semejante tontería también ya había sido dicha con anterioridad.

Me sentí desesperado, porque por más que quería portarme como un pelmazo, todas las ideas ya habían sido utilizadas.

Así que recurrí a las palabras mayores y hablé con el resto de los directores de la empresa, así como con los maestros de la preparatoria en que era adjunto de la clase de “valores de la democracia” e hice mi propuesta magna.

Primero, en la empresa propuse que se despidiera a todo aquel empleado que osara hacer un meme sobre cualquiera de los directores; no se iban a estar burlando de nosotros. Faltaba más, si pertenecemos a una casta divina.

He de decir que en la empresa, nadie me peló, pero en la preparatoria la cosa salió peor, porque ante la misma “brillante” propuesta —ahí proponía yo la expulsión fulminante del estudiante criticón—, resultó que los chavos se organizaron y comenzaron a hacer muchos memes con mi cara, con mis clases, con mis dichos, etcétera.

Pero eso no fue lo peor de todo, sino que esa idea para comportarme como un verdadero imbécil… ¡¡¡También ya alguien la había propuesto!!!

Me dijeron que había sido un funcionario que pertenecía a la Corona —o se apellidaba Corona—; no recuerdo bien, pero él se sentía de la realeza.

Así terminó mi día y yo al final me sentía profundamente frustrado, porque tal parece que en México ya no quedan muchas opciones para que uno ejecute libre y originalmente su estupidez, ya que casi todas ya han sido usadas por alguien más o expropiadas campechanamente por el gobierno.

Así no se puede.

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