Año Cero

Las dos Américas

La América que manda, la que domina financieramente al planeta, tiene una agenda muy complicada. La otra América, la del sur, ha vivido entre las convulsiones del populismo.

Desde el principio, siempre han existido dos Américas. Desde la época de James Monroe, la América liderada por Estados Unidos mandó, gobernó, en cierto sentido también esclavizó e intervino cada vez que sus intereses estaban en juego en las otras Américas. Durante todo el siglo 20, Estados Unidos fue el eje dominante de la América que no hablaba inglés. Desde Tierra del Fuego hasta Río Grande, la bandera que verdaderamente ondeaba por encima del resto era la de las barras y las estrellas.

La América que manda, la del norte, la de los marines, la de los Trump, la de las armas nucleares, la que se quiere conservar sin ayuda de la inmigración, pero, sobre todo, la América que domina financieramente al planeta, tiene una agenda muy complicada. En la actualidad las deudas se siguen contando en dólares, y las consecuencias del orden económico que hubo en el pasado siguen siendo las que rigen esta época.

A estas alturas, cuando ni siquiera se ha cumplido medio año de la administración de Joe Biden, resulta fácil darse cuenta de que dentro del Partido Demócrata hay un profundo debate sobre el modelo fiscal y económico a seguir. Según como los demócratas actúen a partir de aquí y si sus acciones no vienen acompañadas de otra serie de medidas políticas que, por ejemplo, limiten las responsabilidades del trumpismo, no habrá que ser un genio para augurar que el sueño demócrata puede durar menos de lo previsto. A pesar de su escuálida mayoría en el Congreso y en el Senado, si los demócratas no espabilan y si no empiezan a actuar con contundencia y eficacia política, su poder podría empezar a verse lastimado en las elecciones de medio término de 2022. Pero pensando en el peor de los escenarios, si no componen el camino, en 2024 podemos ver de vuelta al señor Trump sentado –esta vez con la razón histórica, y ya veremos quién lo baja– dentro del puente de mando del llamado mundo civilizado.

La política del gran garrote implementada por Estados Unidos en América Latina ha desaparecido. Desde el 11 de septiembre de 2001, los estadounidenses cada vez han ido perdiendo más interés en América Latina. Es imposible estar luchando en los montes de Afganistán al mismo tiempo que se busca controlar la sierra Maestra, la sierra Madre o simplemente echar un vistazo sobre lo es que está sucediendo en Brasil.


La otra América, la del sur, ha vivido entre las convulsiones del populismo, los sueños del chavismo, las apariciones del kirchnerismo y la necesidad de tener unas ideologías políticas propias. Unas ideologías que desde la época colonial han estado marcadas por el fracaso del reparto social. Hay victorias tan contundentes que ni siquiera la modificación numérica del ámbito parlamentario del cual se producen, tienen la fuerza para cambiarlas. En este sentido, estamos frente al mayor, más espontáneo y carente de dirección política de los cambios en América Latina de los últimos años. Y me temo que no es un cambio para bien. Rememorando a Eduardo Galeano, las venas de América Latina efectivamente están abiertas y, lo que es peor, siguen manando sangre. Todos estos países americanos auguran recuperar esa América que algún día representaron Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula Da Silva. Una América que se caracterizaba por un modelo populista acompañado de la búsqueda de igualdad social y de un modelo económico –salvo en el caso brasileño– que sostuviera esa situación.

En Colombia resulta evidente que siendo como es, un país con una personalidad tan definida, tan seria y peligrosa, el juego que se ha desencadenado es la suma de la crisis del Covid-19 con un intento de racionalidad del llamado modelo neoliberal. Esto ha producido una explosión que a estas alturas nadie puede asegurar cómo acabará. Da la impresión de que la llegada de Gustavo Petro a la Casa de Nariño sería lo menos mal que les podría pasar. Mientras tanto, Colombia en la actualidad se ha convertido en un país ingobernado y no sé si incluso ingobernable.

Chile es la gran sorpresa. El Chile que ocupó, ensangrentó y mató Augusto Pinochet era un Chile muy pobre, con grandes desajustes sociales, con necesidades de respetar el voto popular, pero, sobre todo, con una gran hambre popular. En esa ocasión el cuento chileno acabó en medio, no de un gran baño de sangre, pero sí de una gran demostración de vulneración de las legalidades y con la cara más fea de la vertiente de las dictaduras militares en el cono sur. A partir de ahí se han vivido unos procesos que podrían explicar cómo –pese al éxito económico innegable que alguna vez tuvo Chile– el fracaso del modelo social, la desigualdad, el racismo económico y la separación han sido los factores que hagan necesario reescribir su Constitución. Aunado a los factores anteriores, ha sido también la crisis del Covid-19 y los errores del gobierno de Sebastián Piñera los causantes de llegar a un punto en el que es sumamente necesario establecer los puntos para propiciar una sociedad más justa y equitativa. Eso sí, sin perder pie sobre lo que significan los ciclos de crecimiento económico y un ajuste social que permita ir hacia delante.

El resultado de la elección y el referéndum chileno oscurece el triste y mediocre desenrollo de la vuelta del peronismo a Argentina a cargo del presidente Alberto Fernández. Pero la verdad es que Kirchner no sigue vivo y que, así como los países del Alba fueron una circunstancia política superada, en este momento el papel de Fernández es un papel que tiene como objetivo desviar las miradas sobre el dinero que deben y sobre los problemas que tienen. Por lo demás, es evidente que desde Juan Domingo Perón hasta Néstor Kirchner, en este ir y del populismo hacia el sueño imposible, Argentina ocupa un lugar enorme.

Brasil ya sabe y ya ha experimentado el fracaso de un modelo populista de extrema derecha como es el caso de Jair Bolsonaro. Los brasileños saben lo que significa y lo que le puede ofrecer alguien a quién lo que le gustaría ser es dictador militar, como es el caso Bolsonaro. En Brasil, ni Bolsonaro ni Lula Da Silva han sido capaces de desarrollar un modelo de crecimiento propio para su país. A este respecto, no hay que ser un genio para suponer que –tal y como están las cosas– probablemente llegó la hora, no sé si para un tercer mandato de Lula, pero sí desde luego para un cambio.

El 6 de junio Perú elegirá a un nuevo presidente. Independientemente de que Keiko Fujimori termine ganando por una pequeña minoría o no, lo que parece evidente es que en la implosión del sistema político peruano –como es la prueba de la irrupción de Pedro Castillo– ha ganado una vez más el sueño irredento de Juan Velasco Alvarado. En Perú, resulta evidente que nuevamente ha triunfado el rechazo a los modelos socioeconómicos que han regido las sociedades.

En México, por donde usted lo vea, también el 6 de junio el lopezobradorismo y la 4T se juegan todo a una carta. Cuando el juego es tan extremo no basta el contar con una pequeña minoría que te dé los números para sacar las leyes. Cuando el juego es tan decisivo, necesitas contar con la capacidad y el poder no sólo para promover las leyes que quieres, sino para quitarle las ganas a las sociedades de combatirlas por tierra, por mar o por aire.

En papel y si no fuera como es, el presidente de México tendría una oportunidad histórica. López Obrador debería de ser el gran líder de esa América que emerge y que tiene una gran palabra en común con él. Y es que cuando uno escucha a los nuevos constituyentes chilenos, se da cuenta de que el gran enemigo en común es el neoliberalismo. El responsable de nuestra infelicidad, del fracaso de nuestro modelo social y de que no hayamos podido construir sociedades equitativas y con la capacidad de crecimiento es el neoliberalismo. Y en este sentido, la marca y los derechos de autor, hoy por hoy, los tiene el protagonista de las mañaneras y su manera de gobernar.

Para López Obrador no existe la tentación ni global ni regional. A diferencia de otros presidentes mexicanos, él no intentará ser el líder que canalice un momento del continente americano. Un continente que si en algo o a alguien se parece es a sí mismo. Además, existe un factor que es nuevo y es que antes la lucha era entre el comunismo y el capitalismo, teñido por la mano sangrienta de la guerrilla y los levantamientos militares en América Latina. Hoy, el juego externo de América se forja a golpe de talón y bajo el dominio de las materias primas. Y aquí entra un jugador que –a pesar de contar con él– no se caracteriza por mostrar su juego político. Un jugador que, a partir de este momento, ha adquirido un peso determinante en el futuro de las Américas. Un jugador que ha aprovechado el hecho de que Estados Unidos no esté en condiciones de ocuparse, ni de redefinir ni de entender la amplitud del cambio que están sufriendo las Américas. Ese jugador se llama China y será muy importante saber cuánto, cómo y dónde será aprovechado por los chinos para seguir debilitando el patio trasero del país que algún día fue la primera potencia del mundo.

Nunca sabremos cómo sería el mundo si la pandemia no hubiera existido. Lo que sí sabemos es que la pandemia ha sido la gran prueba de fuego y de resistencia de los Estados y de los gobiernos. Además, así como no es bueno que el hombre esté solo, el hecho de tener demasiado tiempo para reflexionar, para soñar y para ver de verdad cómo es la vida de uno, generalmente tiene consecuencias terribles. Eso es lo que me temo que está empezando a pasar con los balances individuales y colectivos que se están redefiniendo en los pueblos americanos, sobre todo tras la crisis del Covid-19.

Ya tenemos un nuevo enemigo que no es ni el capitalismo ni el comunismo ni el imperialismo. El enemigo de estos tiempos es el neoliberalismo. Ahora lo que nos falta es un nuevo héroe, uno de verdad. Un héroe que, a pesar del fracaso de los gobiernos, no se vea consumido por las palabras o por las buenas intenciones. Todo vuelve a empezar. Y es en eso en lo que ahora mismo se está enfocando la América que emerge.

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