Antonio Cuellar

Obsesiones primitivas

Desde el comienzo del sexenio, el presidente López Obrador ha dado muestras de querer revivir un sentimiento muerto de animadversión imperialista, de los mexicanos contra España.

Desde el comienzo del sexenio, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha dado muestras de querer revivir un sentimiento muerto de animadversión imperialista, de los mexicanos contra España. Como si el fulgor antigachupín que hace unas cuantas décadas pululaba entre la gente en las fiestas de Independencia del 15 de septiembre, permaneciera intacto en el ánimo nacional.

Con los cambios y la evolución cultural y social en favor de la globalización, de la integración económica del planeta, francamente ese sentimiento ha quedado gratamente superado. Los mexicanos encontramos en España no sólo un antecedente histórico, sanguíneo, que pervive en nuestra lengua, sino también a un gran aliado en las relaciones económicas con Europa.

La semana pasada escribí en este espacio un pensamiento que vine trabajando a lo largo de una semana, en torno del grave daño que le causa al país el dispendio y el desvío del Presupuesto hacia programas sociales mal planificados, del mismo modo que la contratación de trabajadores descalificados que, además, se encuentran mal pagados. En el artículo se planteó la tesis del grave daño que podría ocasionar al país el desenvolvimiento de algún accidente, quizá, en el espacio aéreo de la Ciudad de México. Es lamentable que ese vaticinio haya cobrado víctimas mortales sólo unos minutos después de que hubiera enviado mi artículo para su publicación. El colapso de la construcción que soporta un tramo de la Línea 12 del Metro es tan sólo un ejemplo de lo que puede provocar la mala administración del dinero público.

El descuido en que se encuentran las instalaciones del Metro de la Ciudad de México y, con ellas, el resto del transporte urbano y la infraestructura con que cuenta la capital del país, provoca desánimo y desconfianza entre el público usuario. El accidente, ahora, ha venido a incidir negativamente en la imagen pública del presidente López Obrador y en la percepción que los mexicanos, y muchos morenistas, tienen con relación a su gobierno. El accidente del Metro, por desatención, se ha convertido en un foco rojo que alumbra el mal estado que guarda el esmero y cuidado con el cual deben de ser administrados y gobernados muchos otros ámbitos de la vida del país, en muchos casos, ligados a nuestra seguridad.

En la víspera del proceso electoral del próximo junio, no resulta extraño que el jefe del Ejecutivo haga todo lo posible por evadir el tema del accidente de la Línea 12 y por desviar la atención hacia otros rubros que pueden ser igualmente sensibles para el elector y que no demandan atención presupuestal. La concepción misma de la idea comprueba, una vez más, los dotes electorales innegables del gran candidato que fue Andrés Manuel, ahora, encaminados a buscar la consolidación del proyecto que encabeza.

El mismo día en que el presidente sostenía una conferencia con la vicepresidenta de los Estados Unidos de América, Kamala Harris, representante del principal socio comercial y destino absolutamente mayoritario de las exportaciones de nuestro país, una conferencia en la que se atenderían temas de interés común en materia de violencia y corrupción, como preámbulo de un acuerdo migratorio que podría tener lugar en una visita personal que aquella realizará el 8 de junio próximo, el propio presidente López Obrador aprovechó su conferencia mañanera para expresar su reclamo por el financiamiento que Estados Unidos supuestamente hacen a favor de la organización Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, en lo que advirtió como una acción golpista en contra de su administración.

El reclamo presidencial puso en evidencia la vieja escuela en la que el propio presidente fue formado, en la que, como en el caso del colonialismo español, se hacía énfasis histórico en las múltiples intervenciones de las que nuestro país fue víctima frente a los Estados Unidos de América. El presidente candidato utilizó el discurso nacionalista con el ánimo de escarbar en los sentimientos más profundos de cada mexicano, un añejo enojo por los ultrajes que nuestro país resintió en el siglo XIX.

La identificación de enemigos con un propósito electoral no constituye una estrategia novedosa. Todos los gobiernos populistas latinoamericanos han acudido al mismo artilugio, empezando, desde luego, con Fidel Castro en Cuba. El resultado no ha sido halagüeño.

Sin detenernos a considerar el impacto inmediato que la estrategia distractora hubiera conseguido electoralmente con relación a la importancia del accidente que sufrió el tramo colapsado de la Línea 12, nos parece que la definición de la causa popular elegida constituye un error por partida doble, por razones tan simples como elementales:

Con más de 3 mil kilómetros de frontera y una dependencia económica absoluta del gobierno de los Estados Unidos de América, desde donde el propio presidente se ufana que el país recibe remesas extraordinarias, la estrategia de señalarlo culpable de un complot electoral, a la sazón de emprender reformas que contradicen un proceso de integración económica que él mismo ha ponderado, parece una decisión incuestionablemente suicida. El presidente pone en riesgo la estabilidad de la relación bilateral con la principal economía del mundo innecesariamente.

En abono a lo anterior, por otra parte, la estrategia desesperada acaba siendo infructuosa, porque el sentimiento nacionalista que podría perdurar en la memoria de sus contemporáneos ya no está presente en la gran masa de la población que habrá de decidir la elección del mes de junio próximo. El fenómeno de integración económica al que dio lugar la firma del TLCAN de 1994 ha gestado simultáneamente una nueva generación de mexicanos, que entienden en la relación entre México y Estados Unidos un nuevo conglomerado humano que extiende alianzas en lo cultural y en lo social, de las que dependen beneficios recíprocos tangibles, que hoy forman parte de su propia idiosincrasia.

La franja fronteriza que otrora marcó una división territorial que trascendía a los ámbitos político y social de orden nacional, hoy constituye una línea de partida desde el que se amplía paralelamente una ancha franja social y cultural, en la que valores y costumbres binacionales producen una nueva realidad social, de la que las nuevas generaciones de México-estadounidenses son parte.

Va a ser necesario echar reversa y redirigir la estrategia para construir otra narrativa más útil para fines electorales. Las obsesiones nacionalistas en torno del imperialismo extranjero, con relación a un México que hoy sigue ocupando una posición ejemplar en la escena política y económica mundial, se antojan como la reviviscencia de sentimientos terriblemente primitivos, ciertamente ya abandonados.

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