El rechazo de la presidenta Sheinbaum a acudir al partido inaugural del mundial de futbol en el estadio Azteca, Banorte, CDMX o como se llame, habla más del miedo de la mandataria por no resistir la prueba del ácido de un encuentro directo con el pueblo, quien sin tapujos expresa sus reales sentimientos ante el gobernante en turno.
Todavía se recuerdan las rechiflas y los recuerdos familiares en el pasado contra Gustavo Díaz Ordaz en la inauguración de las olimpiadas de 1968 en el estadio de CU, aplaudiendo con las manos manchadas de sangre por la matanza de estudiantes el 2 de octubre; o contra Miguel de la Madrid en 1986 (quien acudió con el señalamiento de haberse escondido luego del terremoto de 1985) en la entrega de la copa FIFA a la selección argentina con todo y Diego Maradona.
Si fueran reales los niveles de aceptación que tiene Sheinbaum entre la población, no cabría el temor por asistir al Azteca.
Si la megamanifestación de acarreados celebrada en el zócalo capitalino el pasado sábado hubiera sido espontánea, saldría la doctora en hombros del coso de Santa Úrsula, pero lamentablemente para ella no será así.
El mismo López Obrador, el prócer de la 4T, padeció en carne propia el abucheo generalizado de los asistentes en la inauguración del estadio (24/03/19) de béisbol Alfredo Harp Helú, en donde los insultos y recuerdos a su progenitora fueron de pronóstico reservado.
Entonces, que no diga la doctora que su ausencia en el partido inaugural del mundial de fut se deba a que los boletos son muy caros, inaccesibles para el pueblo, y por ello se abstiene de asistir.
El miedo no anda en burro, dicen en mi pueblo.
El argumento es pueril y absurdo como el de viajar en aviones comerciales o transportarse en Tsuru, como su mentor, quien al poco tiempo dejó ese vehículo para moverse en “camionetonas” y en aeronaves de la fuerza aérea, tal como lo hace ahora, en lugar de viajar como lo hace cualquier mortal común en Viva o Aerobus.
Ningún expresidente de México goza de los privilegios con los que dispensa la doctora al tabasqueño, desde la protección personal y a su familia, con miembros de las fuerzas armadas, hasta privilegios de transportarse en las aeronaves de la Sedena.
El populismo izquierdista se disfraza de austeridad cuando, en realidad, los cuatroteros representan a la nueva clase de millonarios con fortunas provenientes de los recursos públicos.
Nos faltaría espacio en esta columna para citar los nombres de los personajes del oficialismo que son inmensamente millonarios, ubicados en las gubernaturas, el Poder Legislativo y el círculo cercano de poder de AMLO y sus más cercanos cuates, como Adán Augusto López Hernández.
Incluso los ahora apestados como Alejandro Gertz Manero o Manuel Bartlett nadan en sus inmensas fortunas.
Ningún presidente de los países en donde se ha inaugurado el mundial de fut se ha ausentado de la ceremonia de arranque de las gestas deportivas y menos con el absurdo argumento de que los boletos son muy caros para el pueblo.
Han estado todos los mandatarios presentes de los cinco continentes y de regímenes democráticos e incluso autoritarios en la inauguración del evento deportivo más importante del orbe.
Con ese mismo argumento de austeridad, no hubiera acudido al sorteo de los partidos del mundial a desarrollarse en México, Estados Unidos y Canadá, porque los boletos de avión son muy caros.
Un presidente tiene obligaciones inherentes a su cargo como representar dignamente a su país en los grandes acontecimientos mundiales y más si existe la posibilidad de reunirse con los dirigentes políticos de otras latitudes, como ocurrió en Washington en el encuentro con Donald Trump y Mark Carney.
Las tres sedes del mundial en México trabajan a contracorriente porque el tiempo se agota. Aún hay muchos pendientes por resolver, como el terrorismo, la violencia, la inseguridad, la infraestructura urbana, la conectividad y los aeropuertos obsoletos e insuficientes, como el de la CDMX. A pesar de las mejoras que le están haciendo, este aeropuerto será insuficiente para atender a los cientos de miles de visitantes que llegarán a nuestro país el próximo año.
Dirán algunos oficialistas que para eso se construyó el AIFA; sin embargo, está demostrado que no cumple con los requisitos de conectividad entre ambas terminales aéreas y menos cuenta con el transporte terrestre suficiente para mover a los pasajeros a sus sitios de hospedaje en la capital del país.
El AIFA es un elefante blanco que, ahora que se quedó sin los escasos vuelos internacionales a Estados Unidos, representa el prototipo de la ineptitud, el capricho y el dispendio, toda vez que su operación les cuesta a los mexicanos más de dos mil millones de pesos anuales.