Después de observar el debate entre los candidatos a la gubernatura de Coahuila, me queda claro que son demasiadas las expectativas que se ponen a este ejercicio de intercambio de ideas y de contrastar los programas de gobierno, cuando en realidad, si el puntero en las encuestas, como es el caso de Manolo Jiménez en este entidad, no comete errores o más aún, resiste ataques de sus adversarios, pues al final del día no incidirán en los resultados del día de la elección.
Los formatos de los debates entre los candidatos a gobernador e incluso a la presidencia de la República son tan acartonados, que no hay forma de debatir a fondo sobre temas que le interesan a la ciudadanía, se han vuelto tan formales e insulsos por los tiempos que imponen los medios electrónicos y por las reglas de la autoridad electoral.
El INE y los institutos electorales estatales deben ser menos “ortodoxos” y pugnar porque los debates se desarrollen, sí bajo la égida de un moderador, pero que sean directos entre los debatientes.
Que puedan entre ellos cuestionarse, contrastar sus ideas e incluso contestar a los ataques personales con cierta libertad de tiempo. La única regla que debe predominar es el respeto y con base en ello deben dirimirse esos debates entre suspirantes a un cargo de representación popular.
En el ejemplo que citamos, el candidato de PRI, PAN y PRD, Manolo Jiménez, ni se despeinó en el debate, fungió tan solo como testigo de los vituperios que se indilgaron entre sí los candidatos de Morena y el PT, Armando Guadiana y Ricardo Mejía, respectivamente.
La nota del debate fue el permiso que pidió Guadiana para ir “hacer pipí” y no las propuestas o los argumentos que esgrimieron durante este ejercicio.
Es decir, los debates de Coahuila no cambiarán los resultados que se anticipan desde ahora, Manolo Jiménez será el próximo gobernador y con ello mantendrá el PRI el poder en Coahuila, y lo que sí quedo en evidencia es que Guadiana requiere de un urólogo más capaz.
Sí está bien que se definan temas generales y con base en ello, debatir, pero también no deben estar ajenos los propios cuestionamientos por acusaciones directas, verbigracia de corrupción, nepotismo o por señalamientos que han trascendido en los medios y las redes sociales.
El próximo 20 de abril se llevará a cabo el debate entre las dos únicas candidatas que aspiran a gobernar la entidad más poblada del país y por ende el mayor padrón electoral, el Estado de México: Alejandra del Moral y Delfina Gómez, que por cierto se filtró que la extitular de la SEP trataba de posponer el debate por tener en agenda “otros asuntos más relevantes”.
No sería más interesante y sobre todo, que las candidatas se enfrentaran directamente en torno a las acusaciones que prevalecen, por ejemplo, por la estela de corrupción que tiene Delfina Gómez a su paso por el ayuntamiento de Texcoco o por la Secretaría de Educación Pública.
Para bien de la propia abanderada de Morena, PT y PVEM, sería muy conveniente que se tratara en el debate el tema de la retención de 10 por ciento del salario de los trabajadores cuando ella fungía como alcaldesa de Texcoco.
O por qué decidió terminar con las escuelas de tiempo completo, que beneficiaban a más de 2 millones de alumnos con alimentos calientes.
En contraparte, cuestionar a Alejandra del Moral sobre el dispendio que se hizo en la contratación de espectaculares en donde la promovían, en tiempos en que estaban prohibidos, además de que explique la razón del porqué durante su gestión al frente de la Secretaría de Desarrollo Socia en la entidad, se hizo un uso electoral de los programas de política social.
Este tipo de cuestionamientos y las mismas respuestas ayudarían mucho a los electores en la definición de su voto, aunque, hay que decirlo, los políticos son buenos para prometer y mentir, pero cuando se sientan en la silla del poder, hacen exactamente lo contrario.
El ejemplo más claro es el caso del mismo presidente de México, quien siempre se pronunció en los debates en que participó, por combatir la corrupción, la inseguridad pública, la falta de oportunidades, el rescate a los pobres, el regreso del Ejército a los cuarteles, entre otras promesas, pero en la realidad ha hecho todo lo contrario.
Tanto las campañas políticas como los debates ya aburren hasta el hartazgo a los ciudadanos, quienes prefieren voltear la cara hacia otro lado, aunque con esa actitud no aportan absolutamente nada a la solución de los problemas que los aquejan.
Cierto, se ha avanzado en reducir los tiempos de campaña, pero, en cambio, no se han modificado los formatos de los debates y menos de ha inhibido el flujo de cash proveniente incluso del crimen organizado en apoyo a determinados candidatos.