Repensar

Encuestas torcidas

Los electores reciben mucha información contradictoria en la época electoral. Tienen que discriminar, y lo hacen principalmente por el crédito que le dan a la fuente de cada dato u opinión.

Desde la elección presidencial de 1824 los periódicos estadounidenses publican encuestas. En aquella época lo hacían de manera simple, pidiendo a los reporteros que preguntaran a cierto número de ciudadanos por quién votarían.

Más adelante, se enviaba a los suscriptores un cuestionario en tarjetas postales con porte pagado, para que las devolvieran una vez contestadas.

Con el tiempo, esos sondeos se desprestigiaron porque fallaban en sus predicciones y porque, en muchos casos, era sabido que los dueños de los diarios falseaban los resultados para favorecer a su candidato preferido.

Fue hasta la década de los cuarenta del siglo pasado que las encuestas recuperaron su prestigio. George Gallup. Elmo Roper y Archibald Crossley formaron empresas sólidas que realizaban sondeos con alcance nacional, mediante muestras científicamente calculadas y que, generalmente, resultaban atinados.

No dejó de haber intentos de difundir encuestas trucadas, pero eso sucedía sobre todo en las elecciones locales. Se utilizaban muestras cargadas con simpatizantes, cuestionarios con preguntas capciosas o interpretaciones exageradas.

Esto cambió al inicio de este siglo, cuando la polarización política se recrudeció y aparecieron las redes sociales.

Consultores políticos sin escrúpulos se sirvieron del telemarketing para simular encuestas telefónicas, en las que no hay muestra ni importa conocer la opinión de los votantes, sino trasmitirles información negativa, verdadera o falsa, sobre los contrincantes.

Lee Atwater, el estratega político de George H.W. Bush, fue el gran impulsor de esas encuestas de empujón (push polls). Antes de morir envió cartas a los que había perjudicado difundiendo rumores y conspiraciones, difamaciones y calumnias.

También se utilizan mucho las encuestas de autoselección (Facebook, X o WhatsApp), en las que siempre están sobrerrepresentados los simpatizantes de quien las organiza.

En Estados Unidos se ha desarrollado un mercado de apuestas sobre eventos políticos. Como en cualquier aventura especulativa, hay quienes buscan ventajas indebidas mediante información privilegiada. Por eso circulan informes secretos y encuestas confidenciales (mayormente apócrifas) sobre la probabilidad de que Joe Biden o Donald Trump sean o no los nominados por sus respectivos partidos.

¿Funciona la manipulación?

Los electores reciben mucha información contradictoria en la época electoral. Tienen que discriminar, y lo hacen principalmente por el crédito que le dan a la fuente de cada dato u opinión. Confían mayormente en las personas con quienes tienen un vínculo de afecto o en aquellos que reconocen por su sabiduría.

También tienden a creer más en quienes confirman sus opiniones. Por eso, leen a los mismos columnistas, escuchan a los mismos comentaristas o platican de política con los mismos contertulios.

Lo mismo sucede con las encuestas. Algunos les asignan mucho valor porque tienen nociones de estadística y suponen que están hechas correctamente. Otros piensan que no sirven porque se entrevista a muy pocos y “a mí nunca me ha tocado”. Las ven atinadas si se las pasa alguien cercano y/o si ponen adelante al candidato que favorecen.

Al proporcionar información sobre las intenciones de voto, las encuestas, ciertamente, pueden influir en el comportamiento electoral. La pregunta es cómo, cuánto y a quiénes. Se ha estudiado mucho y no parece que los electores les concedan más autoridad que a familiares y amigos; a un periódico o noticiero de radio acreditados.

Si transmiten una imagen distorsionada de la distribución real de preferencias, pueden llevar a los que no tienen una opinión articulada a adoptar la posición de una falsa mayoría, para estar con el ganador.

Ese efecto de arrastre (bandwagon) es relativo, porque también habrá un efecto compasivo (underdog), de los que quieran ayudar al que va abajo. Además, si la ventaja que se asigna a un ficticio delantero es muy grande, sus partidarios sienten que ya no es necesario ir a votar.

Lo que sí es real, es el voto útil o estratégico. En la Unión Americana es muy difícil que terceros candidatos crezcan, porque la gente no quiere desperdiciar su voto con quien tiene baja probabilidad de triunfar.

Desde luego, las encuestas hechizas, fabricadas al gusto del cliente, crean un clima de opinión en el que priva la desconfianza y la confusión. Es por eso que, todavía hoy, un tercio de los norteamericanos piensan que hubo un gigantesco fraude en la elección de 2020.

Se ha hecho frecuente que organizaciones civiles exijan mayor regulación o demanden por fraude a encuestadores mañosos. Más provechoso es que los ciudadanos aprendan a contrastar muchas informaciones al tomar sus decisiones de voto.

COLUMNAS ANTERIORES

Puertos problemáticos
¿Rey o presidente?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.