Repensar

El lío Feinstein

La prolongada ausencia de Dianne Feinstein tiene detenida la confirmación de 18 jueces federales nominados por el presidente Biden, pero no hay las condiciones para destituirla.

Desde que terminó su carrera de abogada, Dianne Feinstein se inclinó por el servicio público. En 1969 fue elegida para integrarse a la Junta de Supervisores de la ciudad de San Francisco. Su desempeño fue tan bueno que nueve años después ya era la presidenta de ese órgano. Dos veces fue candidata a alcalde y dos veces perdió. Aunque era muy reconocida su dedicación al mejoramiento de la urbe, no era tan liberal como sus electores. Se pensaba que su carrera política iba a terminar ahí.

Todo cambió el 27 de noviembre de 1978. Un supervisor descontento asesinó al alcalde George Moscone y a Harvey Milk, el primer político abiertamente homosexual electo allí (suceso que inspiró la película Milk). Como presidenta de la Junta de Supervisores, Feinstein entró como alcaldesa sustituta.

Su primer desafío fue calmar los disturbios que se desataron por el asesinato. Con sus buenas dotes de negociadora lo consiguió. Casi inmediatamente inició la crisis del sida. Ella supo enfrentar la emergencia sanitaria. Más importante, logró sacar a la ciudad de un severo estado depresivo. Ante la caída del turismo, renovó los famosos tranvías, promovió la creación de un gran centro de convenciones y consiguió que ahí se celebrara la convención demócrata de 1984.

Fue reelecta dos veces y en la década en que gobernó la ciudad se convirtió en una figura nacional de su partido. Incluso Walter Mondale la consideró como su compañera de fórmula en su lucha por llegar a la Casa Blanca. En 1990 se lanzó como candidata a gobernadora de California y perdió. Dos años después llegó al Senado y ahí sigue desde entonces.

En el Capitolio se fue reconociendo su habilidad para sacar adelante asuntos difíciles. Consiguió que Joe Biden la aceptara en el poderoso Comité Judicial. Pronto el hoy presidente se arrepintió, porque ella no congeniaba con su carácter demasiado conciliador.

En 1994 Dianne alcanzó algo que se consideraba imposible, dada la fuerza política de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), el lobby de los fabricantes de armas. Se aprobó una ley para prohibir la venta de armas de asalto.

No sólo rebasó la oposición de los republicanos, sino también la “prudencia” de Joe Biden y Bill Clinton, que no querían enfrentar a la NRA. La ley pasó dentro de un paquete de medidas contra la delincuencia que incluía la pena de muerte. Como parte del compromiso se dio vigencia de sólo 10 años a la ley. Cuando expiró en 2004, Dianne no logró su continuación.

En 2009 fue elegida presidenta del Comité de Inteligencia. Decidió investigar el programa de la CIA por el cual se detenía sin orden judicial a sospechosos de terrorismo. Descubrió que, por medio de contratistas privados, se torturaba a los detenidos para obtener confesiones muy dudosas. En todo caso, se violaba el debido proceso y no se obtenía inteligencia valiosa.

Tanto el presidente Barack Obama como el secretario de Estado, John Kerry, la presionaron para que el reporte final, de más de 6 mil páginas, no fuera publicado. Incluso la CIA dañó las computadoras del Senado. Aunque el informe fue finalmente difundido, no tuvo mayores consecuencias.

(Steven Soderbergh produjo la película The report, que cuenta toda esa odisea. Annette Bening hace el papel de Dianne).

¿Qué hacemos con ella?

En 2018 los demócratas progresistas de California decidieron no apoyar su quinta reelección. Se enojaron con ella porque no apoyó la legalización de la mariguana. La consideran excesivamente centrista. Aun así, consiguió la candidatura y obtuvo un millón de votos más que su rival.

Lo que acabó de molestarles fue que votó por confirmar a los candidatos a la Suprema Corte propuestos por Donald Trump. Ella consideró que, independientemente de su ideología conservadora, eran aptos para el cargo. No se la perdonaron. La obligaron a renunciar a la presidencia del Comité Judicial y lograron que aceptara no buscar la reelección el año próximo.

En junio cumplirá 90 años y desde febrero no ha ido a Washington porque sufre complicaciones de salud. Algunos quisieran que renunciara ya, pero eso implicaría que el gobernador nombre a su relevo. Gavin Newsom ha adelantado que designaría a una mujer negra y, dado que quien busca la reelección casi siempre gana, los otros prospectos prefieren que ella termine su periodo.

Su prolongada ausencia tiene detenida la confirmación de 18 jueces federales nominados por el presidente Biden, pero no hay las condiciones para destituirla. Es todo un lío.

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