Repensar

¿Perderán los demócratas?

Buena parte de sus candidatos está haciendo campaña con tesis centristas y promesas con mayor sentido común, más aterrizadas a la problemática de sus estados y distritos, dice Alejandro Gil Recasens.

El Partido Demócrata está en crisis desde hace años. Luego de que el huracán Reagan los barrió en 1980, tardaron 12 años en recuperarse y lo hicieron con dos políticos pragmáticos (Bill Clinton y Barak Obama), que triunfaron porque abandonaron muchos de sus postulados y se enfocaron en clientelas políticas diferentes a las tradicionales.

Para 2020, ya había perdido a la mayor parte de los integrantes de la gran coalición de obreros y minorías, que lo favoreció desde la época de Roosevelt.

Lo peor es que estaban muy confundidos sobre el derrotero de su organización. Unos veían mucho rechazo del electorado y querían mantenerse en el centro o incluso ir más a la derecha. Otros proponían un giro brusco hacia la izquierda.

A la hora de seleccionar candidato presidencial se presentaron 16 aspirantes. Con excepción de dos radicales (Bernie Sanders y Elizabeth Warren), sostenían plataformas moderadas. Algunos, como Kamala Harris, fueron descartados desde el principio de las primarias. Los que llegaron al final tenían posiciones muy similares y ninguno había conseguido hacerse de una mayoría clara.

Acabaron inclinándose por Joe Biden porque fue el único que se comprometió a incluir las demandas de los progresistas. Demandas que todos sabían que eran incumplibles sin una clara mayoría en ambas cámaras. El resultado fue que se creó la expectativa de un segundo New Deal, cuando no había ni el dinero ni la fuerza política para impulsarlo. Por eso los ciudadanos se empezaron a decepcionar de Biden desde sus primeros meses en la Casa Blanca.

Desesperado por no haber gozado de la acostumbrada luna de miel de las nuevas administraciones, Biden lanzó un programa de estímulo económico (America Rescue Plan) superior al de su antecesor. Como ya no era necesario, porque la recesión se estaba terminando, esa iniciativa contribuyó a aumentar la inflación y pocos se la agradecieron.

Vino después la lucha por tratar de que los legisladores pasaran un paquete económico super ambicioso (Build Back Better), que ni siquiera convenció a sus correligionarios. Luego de un año de desgaste se aprobó con otro nombre (Inflation Reduction Act) y con un octavo del monto original. Eso abatió la popularidad del presidente y atizó las pugnas intrapartidistas.

En dos años el partido ha visto que se reduce su respaldo entre los jóvenes, los negros y los hispanos. Biden ha intentado recuperarse con medidas llamativas, como nominar a la primera mujer de color en la Suprema Corte, elevar los sueldos de los contratistas del gobierno federal, eliminar la obligación de usar cubrebocas en los aviones, liberar a los presos por posesión de mariguana o cancelar las deudas de los universitarios.

Ha sido inútil. La gente ve al país en declive y a un gobierno inefectivo y sin liderazgo, indiferente a sus intereses.

ESTRATEGIAS

En la actual elección, sabiendo sus limitaciones en el Capitolio, los líderes del partido llaman a sus candidatos a enfrentar a las grandes corporaciones, exigiendo que paguen más impuestos y culpándolas de los bajos sueldos y la inflación. Sugieren continuar con las desprestigiadas políticas de identidad, que ya no les dan rendimientos electorales.

Insisten en que apoyen propuestas muy impopulares, como incorporar a las mujeres al servicio militar, aumentar el número de inspectores fiscales, reducir el presupuesto de la policía o mantener abierta la frontera, en un momento en que la inmigración ilegal está a tope.

En contraposición, buena parte de sus candidatos está haciendo campaña con tesis centristas y promesas con mayor sentido común, más aterrizadas a la problemática de sus estados y distritos.

Entienden que, otra vez, como en 1992, lo importante “es la economía, estúpido”. James Carville (el autor de esa recomendación a Bill Clinton) ahora les dice: abandonen las discusiones metafísicas (la definición de mujer) y los temas divisivos de las guerras culturales (regular estrictamente la posesión de armas, extender el aborto hasta poco antes del nacimiento, imponer planes de estudio federales en las escuelas) y otras tontas propuestas de salón de maestros (faculty lounge) que sólo resuenan en las élites y nada tienen que ver con las preocupaciones cotidianas de los electores.

Muchos no se dan cuenta de que hay que ganar contienda por contienda. En 2018 los demócratas tuvieron nacionalmente 18 millones más de votos que los republicanos y, aun así, acabaron con dos escaños menos en el Senado. Si ahora consiguen dos más, sería un gran éxito.

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