Repensar

Divi/sión

En su mandato, a Donald Trump los demócratas no le aprobaron casi nada; a Biden, los republicanos lo han cercado y le congelan hasta las piezas legislativas más inocuas.

Se intensifican las campañas electorales en Estados Unidos. El 8 de noviembre se elegirán 435 diputados, 35 (de 100) senadores y, en 39 estados y territorios, habrá cambio de gobernadores y de otros funcionarios.

Lo que más llama la atención es el enfrentamiento verbal entre los contendientes. Sus discursos maniqueos alcanzan el grado de apocalípticos: si gana el rival el mundo se acaba. Es una continuación de lo sucedido en la pasada contienda presidencial y es un reflejo de lo que pasa cada día en el Capitolio.

Donald Trump no aceptó su derrota y, contra la tradición, no asistió a la toma de posesión de su sucesor. Algo que no pasó, por ejemplo, con Richard Nixon, que tenía una enemistad de toda la vida con Lyndon Johnson. Habían entablado debates legendarios en el Senado y Johnson, como compañero de fórmula de John Kennedy, lo había derrotado en las presidenciales. Aun así Nixon estuvo presente en la toma de posesión de Kennedy y de Johnson y éste en la de Nixon.

Hasta hace dos décadas, era posible conseguir acuerdos bipartidarios en el Congreso. Aunque proponían soluciones distintas, los legisladores demócratas y republicanos identificaban los mismos problemas y tenían diagnósticos compartidos. Discutían inteligentemente y aceptaban compromisos para hacer avanzar el proceso legislativo. En cambio, ahora difieren en sus enfoques, se bloquean mutuamente y hay un montón de iniciativas de ley atascadas.

Cada partido tenía sus temas prioritarios: los republicanos, la restricción fiscal, la seguridad nacional, el imperio de la ley y los valores morales; los demócratas, la seguridad social, los derechos laborales, las libertades civiles y la amnistía a los inmigrantes ilegales. Pero eso no impedía que abordaran los del otro partido cuando era necesario.

Bill Clinton, que no tuvo mayoría de su partido en las cámaras, durante seis de sus ocho años en la Casa Blanca, planteó una reinvención del gobierno, lanzó iniciativas para reducir la criminalidad y postuló una reforma de la seguridad social para acabar con los abusos. George W. Bush (aconsejado por Karl Rove) empujó programas para otorgar medicinas a los derechohabientes del Medicare y para mejorar la educación preescolar, además de intentar una reforma migratoria. A ambos sus copartidarios los tacharon de traidores y sus opositores los acusaron de robarles las banderas, pero los dos fueron exitosos.

A Donald Trump los demócratas casi no le aprobaron nada y a Joe Biden, los republicanos lo han cercado y le congelan hasta las piezas legislativas más inocuas.

Sentido común

Lamentablemente los grandes medios de comunicación, en su intento de competir con el protagonismo de las redes sociales, le han entrado a espolear los escándalos y a alimentar las desavenencias. Dejaron de lado sus estándares profesionales de objetividad, precisión e imparcialidad.

Lo interesante es que esta polarización absurda se observa sobre todo en la clase política. Por eso el creciente desprestigio de la Presidencia, el Congreso y los partidos.

La población es alérgica a esas pugnas y se orienta a la moderación. Es cierto que hay sectores extremistas, sumamente activos y belicosos, pero son la minoría.

El 40 por ciento de los electores está registrado como independiente y el grueso de los que se afilian, muestra poca adherencia a las plataformas partidarias. No son rebaño. Los republicanos son conservadores en algunas cosas y en otras no; los demócratas no son liberales en todo. No están en los extremos del espectro político, sino en el centro. Rechazan las ideologías, que exigen ortodoxia e incondicionalidad.

Además, no tienen ideas fijas. Como muestran las encuestas anuales, sus opiniones y actitudes van variando y no tienen inhibiciones para votar por un partido diferente al que anteriormente favorecían.

También es muy claro que el sexo, la edad, la clase social, la raza o la religión cada vez son menos útiles para predecir el voto. Al decidirlo, cada ciudadano hace juicios elaborados, que toman en consideración variables múltiples y no sólo las de su categoría de adscripción. Presentarse como el candidato de las mujeres o de los jóvenes, de los pobres, los negros o los evangélicos, es menos redituable que en otras épocas.

Al final, los electores sufragarán por quien los convenza de que se esforzará más para que tengan: empleos y salarios dignos, vivienda asequible, servicios educativos y de salud de calidad y la seguridad de salir a la calle sin miedo.

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