Repensar

Lejano ‘nearshoring’

En los años 70 del siglo pasado el comercio creció exponencialmente. Los consumidores recibieron bienes de mejor calidad, más variados y baratos.

En los años 70 del siglo pasado muchas corporaciones de países industrializados empezaron a trasladar sus plantas de manufactura fuera de sus fronteras (lo que se conoce como offshoring). Lo hicieron para aprovechar los menores costos laborales y fiscales que se podían conseguir en naciones de menor desarrollo. Así mejoraban su competitividad y abrían nuevos mercados para sus productos.

Al negociar menores aranceles e introducir barcos y aviones más grandes, se abarató también el transporte y se hizo posible repartir el proceso productivo en diferentes lugares.

El comercio creció exponencialmente. Los consumidores recibieron bienes de mejor calidad, más variados y baratos. Muchos países, incluyendo al nuestro, aceleraron su industrialización.

Sin duda, la más beneficiada fue China, que se convirtió en “la fábrica del mundo” y penetró rápidamente los mercados occidentales.

Alarmado por el déficit comercial y por el desplazamiento de las mercancías estadounidenses, Donald Trump impuso (y Joe Biden mantiene) tarifas elevadas a las importaciones chinas.

La pandemia de Covid obligó a la suspensión de actividades económicas. Durante meses, las cadenas de suministro y distribución se interrumpieron y muchos pedidos no pudieron gestionarse. El flete y los combustibles se encarecieron; los puertos, carentes de personal, se congestionaron.

Eso ha llevado a revisar esas cadenas. Unas se acortan y otras se están diversificando para no depender de un solo proveedor.

Desde que empezó la disputa comercial han salido de China cientos de compañías europeas, japonesas y americanas. Algunas regresaron a sus países de origen (reshoring): Adidas (zapatos deportivos) volvió a Alemania, Mitsubishi (electrónicos) está de nuevo en Japón y Apple (teléfonos inteligentes), en Estados Unidos.

La mayoría se ha trasladado a tres naciones cercanas (nearshoring): a Indonesia (computadoras Apple), a Tailandia (cámaras Ricoh, teléfonos inteligentes Sony) y a Vietnam (juguetes Hasbro, pantallas LCD Sharp, cámaras Olympus, copiadoras e impresoras Kyocera).

Hoy 60 por ciento de los teléfonos inteligentes Samsung y la mitad de la producción mundial de zapatos deportivos Nike, Puma y Foot Locker salen de factorías vietnamitas.

¿Qué tienen en común esos tres países y qué les permite atraer las nuevas inversiones? Desde luego, los bajos salarios (la mitad que los de China), la mano de obra abundante y calificada, que son grandes mercados por sí mismos.

Sin embargo, lo que convence a las grandes corporaciones para instalarse ahí es la preocupación que han tenido por abrir su economía (Vietnam ya firmó un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea), por mejorar su ambiente de negocios y su capital humano, por forjar cadenas de valor domésticas y nichos en diferentes sectores, por digitalizarse aceleradamente y por completar su infraestructura.

Yakarta, Bangkok, Yala, Ho Chi Minh y Hanoi tienen aeropuertos nuevos de clase mundial. El que construyen los indonesios en Kualanamu será mayor que el de Singapur.

Otros países de la región están imitándolos. India ya se abrió totalmente a la inversión extranjera directa en manufactura. Nadie se quiere quedar atrás.

¿Y nosotros?

Se ha creado la expectativa de que esa tendencia puede favorecer también a México. Sólo una empresa importante (Nidec) se ha movido de China para acá. En realidad, únicamente tendremos oportunidad en temas muy concretos.

En el sector automotor tenemos capacidad de producir más piezas de plástico, metal y vidrio. Las plantas tuvieron que pararse por falta de arneses de cableado y semiconductores. En ambos casos podemos proporcionarlos. Intel ya tiene plantas aquí y tenemos potencial para fabricar semiconductores más sofisticados.

La inteligencia artificial va a hacer económica la automatización a gran escala de la manufactura de vestido y calzado. Ya no será tan importante el costo laboral.

En los 70, 40 por ciento de la ropa que se vendía en la Unión Americana provenía de México. Los asiáticos nos fueron restando participación hasta dejarnos en 4 por ciento. Con los estímulos adecuados sería posible recuperar ese mercado.

Se requiere un esfuerzo coordinado del gobierno y la industria. La ventaja que tenemos de estar tan cerca, física y culturalmente, se anula por la insuficiencia en infraestructura y transporte o por la provisión insegura de electricidad. Se requiere un entorno regulatorio y fiscal más amigable, facilidades comerciales, aduanas eficientes y sin corrupción, combate continuo a la piratería.

La industria tiene que hacer su parte. Innovar, adoptar estándares internacionales y asegurar calidad. El Salvador ha mantenido su liderazgo en toallas gracias a que respeta escrupulosamente las reglas de etiquetado.

Las oportunidades se alejan.

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