Repensar

Manipulación

Para evitar preferencias políticas, la asignación de los sitios no la hace el gobierno, sino la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, comenta Alejandro Gil Recasens.

Cuando Richard Nixon inició su administración, a los periodistas se les permitía entrar al vestíbulo del lado oeste de la Casa Blanca, donde esperaban parados a los visitantes para entrevistarlos. Por la tarde salía el secretario de prensa, les daba alguna información y contestaba una o dos preguntas. Las televisoras tenían muchas dificultades para trabajar. Nadie estaba a gusto.

Como al presidente no le gustaba nadar, decidió techar la alberca en la terraza oeste y convertirla en un pequeño auditorio para que se pudieran dar sesiones de información (briefings) diariamente. Donde antes había salones de vapor y de masaje, pusieron escritorios y cabinas de radio, edición y fotografía. (La alberca no se destruyó y, aunque no se usa, se puede acceder a ella desde una escotilla que está en el suelo del podio).

En el auditorio sólo hay 49 butacas, acomodadas en siete filas. En las dos de adelante se colocan los representantes de los diarios más leídos (The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal y USA Today), de las principales agencias de noticias (Associated Press, Bloomberg y Reuters), cadenas de televisión (NBC, CBS, Fox News y CNN) y de radio (NPR y CBS Radio).

Los medios digitales (Político, The Hill y Real Clear Politics) han ido avanzando hacia adelante del salón, mientras que las revistas (Newsweek o Time) cada vez se van más atrás. De los medios extranjeros sólo alcanzan lugar France Press, BBC, Financial Times y The Guardian. El resto de los asientos son compartidos. Como están acreditados más de 100 reporteros, cada día hay como 40 o 50 que se quedan parados.

Para evitar preferencias políticas, la asignación de los sitios no la hace el gobierno, sino la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca. Además de la importancia del medio, se toma en consideración la asiduidad con la que asisten.

Resulta extremadamente difícil obtener una acreditación que permita el ingreso a esas instalaciones o acompañar al presidente en sus giras. Además de laborar para un medio reconocido y demostrar que se ha tenido una carrera exitosa (un premio Pulitzer, por ejemplo), hay que someterse a una verificación de antecedentes por el Servicio Secreto.

IMPLANTE

Por eso, resultó extraño cuando, en febrero de 2003, apareció por primera vez ahí Jeff Gannon, que decía laborar para un blog conservador del que nadie había oído hablar. Todos asumieron que se le estaba dando oportunidad a los nuevos medios y que se buscaba equilibrar la presencia de muchos comunicadores liberales.

Normalmente las sesiones informativas diarias duran menos de una hora y rara vez dejan preguntar a los de las filas de atrás o a los que están de pie. Por eso se les hizo raro que, frecuentemente, el jefe de prensa le diera la palabra a Gannon y que éste interrogara al vocero sobre temas banales o sin actualidad, que utilizara mucho tiempo para ello y que no mostrara la agresividad que es común en esa fuente.

Algunos pensaron que era un despistado y le sugerían que formulara con más garra sus intervenciones. Otros se dieron cuenta de que Ari Fleischer, o su sucesor Scott McClellan, los voceros en esa época, le decían “Go ahead, Jeff”, cuando esperaban preguntas incómodas o las cosas se les ponían difíciles.

El colmo fue cuando en una conferencia de prensa le hizo una pregunta softball (fácil y cargada) a George W. Bush: “¿Cómo va a trabajar con los líderes demócratas del Senado (Harry Reid y Hillary Clinton), si parecen haberse divorciado de la realidad?”.

Todos se indignaron. Se pusieron a investigarlo e indagaron que cuando empezó a ‘reportear’ en la Casa Blanca ni siquiera existía Talon News, el blog para el que decía trabajar. Que no tenía estudios de periodismo ni había publicado nada antes, que sus despachos eran copias literales de los boletines de prensa, que nunca fue investigado por el Servicio Secreto, que no estaba acreditado y que lograba entrar con pases por un día, algo sumamente irregular.

Descubrieron que era mentira que hubiera sido marine o amigo del senador Joe Biden, que en algún tiempo se dedicó a la prostitución masculina y que su verdadero nombre era James Guckert.

Se dieron cuenta también de que había sido utilizado por Karl Rove, estratega del presidente, para filtrar documentos que perjudicaban a sus enemigos.

El supuesto periodista fue sacado a patadas y empellones y Rove renunció “por motivos personales”.

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