Repensar

Horario de verano

Resurgió entonces la idea de aprovechar mejor la iluminación natural, adelantando una hora el inicio de las actividades durante la primavera y el verano.

En abril de 1784, Benjamin Franklin tenía 78 años y sufría de gota y cálculos biliares. Estaba en París como delegado de los independentistas americanos. Se acababa de firmar el tratado en que Gran Bretaña reconocía a la nueva nación y se negociaba la reanudación del comercio de algodón. Dedicaba las tardes a imaginar soluciones a pequeños problemas. Cansado de quitarse y ponerse los anteojos, para ver de cerca o de lejos, inventó los lentes bifocales. Se quedaba jugando ajedrez hasta altas horas de la noche y se levantaba al mediodía, como todos los habitantes de la Ciudad Luz.

Uno de esos días, un ruido repentino (probablemente un gato buscando qué desayunar) lo despertó a las seis de la mañana. Se sorprendió al ver la habitación llena de luz proveniente del exterior. El Sol se elevaba sobre el horizonte y sus potentes rayos entraban por las ventanas. Su primera reacción fue regañar al criado, que había olvidado extender las contraventanas. Comprobó la hora mirando un reloj y luego otro, y otro y otro (tenía muchos porque también ideaba nuevos mecanismos). Pensó luego que se trataba de algún fenómeno extraordinario, así que corrió a ver la sección astronómica del almanaque y constató que era la hora prevista para el amanecer de esa fecha. Es más, el Sol iba a seguir saliendo así de temprano hasta fines de julio.

Se quedó pensando: de no haberse despertado hubiera perdido seis horas de luz natural y hubiera tenido que usar seis horas más su lámpara de noche. Hábil para los números, calculó el costo. Por esos días los precios de las velas se habían elevado mucho y a la gente le convenía más quemar madera, a pesar de la humareda. Los señores Quinquet y Lange habían presentado su lámpara de aceite, con mejor luminosidad, pero no más barata.

Con la conciencia cívica que lo caracterizaba, decidió enviar una carta titulada “Un proyecto para economizar” al Journal de Paris. En ella hacia la siguiente cuenta: si 100 mil familias queman media libra de bujías o velas por hora, durante siete horas en las 183 noches entre el 20 de marzo y el 20 de septiembre, habrán obtenido un poco más de 128 millones de horas de luz artificial. Costando 30 soles cada libra de sebo y cera, se podía obtener un inmenso ahorro si todos se despiertan más temprano.

Les decía a los parisinos “juiciosos, sensatos y prudentes”: dejen de depender de las velas, insanas y caras; para acostumbrarse, sólo se requiere que durante tres días despierten a las cuatro de la mañana y se vayan a dormir a las ocho de la noche. Como era escéptico de que eso sucediera fácilmente, proponía a las autoridades crear un impuesto a las contraventanas, racionar las velas (una libra a la semana a cada familia) y repicar campanas o disparar cañones a la salida del astro rey.

Otras publicaciones reimprimieron el artículo y la idea se popularizó. Sin embargo, en todas partes se opusieron los campesinos, alegando que es mejor cosechar los granos después de que el rocío se evapora.

Coordinación

Desde la época de los ptolomeos se mide el tiempo con base en la sombra que proyecta el Sol sobre una superficie u objeto estacionario. Apenas en el siglo 15 se empezaron a emplazar relojes mecánicos en torres y campanarios, con la idea de que todos los habitantes de una población tuvieran la misma hora.

A medida en que se desarrolló el transporte, sobre todo el ferroviario, se hizo más confuso que cada localidad tuviera su propia hora. Era muy complicado establecer horarios o hacer citas. En 1884 se llevó a cabo una conferencia internacional para resolver la cuestión. Tomando como referencia el meridiano de Greenwich (GMT) se estableció una hora “estándar” para todos los poblados comprendidos entre pares de meridianos.

Resurgió entonces la idea de aprovechar mejor la iluminación natural, adelantando una hora el inicio de las actividades durante la primavera y el verano. Ya no se requería convencer a todo el mundo, sino sólo a los que compartían el mismo huso horario. Se hizo el experimento en varias partes, pero la oposición provino de los que salían perjudicados, como las compañías de electricidad, que venderían menos kilowatts. Y claro, de los trasnochados y de los flojos.

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