Repensar

Nos echan la sal

Es urgente que nuestra diplomacia se espabile porque en los próximos meses se estará negociando el futuro del Colorado, que es, también, el futuro de toda la región del mar de Cortés, dice Alejandro Gil Recasens.

En los inicios del siglo pasado se discutía en Estados Unidos el destino de las corrientes fluviales. Los preservacionistas, que querían que se mantuvieran intactas, eran vistos como enemigos del progreso. Los conservacionistas, en cambio, eran muy populares.

Ellos sostenían que esas corrientes debían ser controladas para evitar crecidas e inundaciones. Como lo expresó el secretario del Interior Hubert Work, había que “convertir una amenaza natural en un recurso nacional”. Pensaban que ese recurso debía ser aprovechado para producir alimentos y generar electricidad; argumentaban que era absurdo desperdiciarlo, dejando que se fuera al mar.

En ese ambiente se dieron las reuniones que llevaron al Pacto de Santa Fe (1922), por el cual los estados ribereños del norte y del sur de la cuenca del Colorado se repartieron por mitades el volumen anual del agua. Aunque México no participó en ese arreglo y no existía un tratado que lo formalizara, estuvieron de acuerdo en dejarnos un 10 por ciento del líquido.

En ese acuerdo se cometieron tres graves errores: se sobreestimó el volumen anual promedio del torrente; no se consideró su gran variación (que los lugareños calificaban como “relampagueante” desde el siglo 19); el reparto se hizo sobre la base de acres-pie (cantidad de agua a la altura de un pie durante un año, adecuada para la mayoría de los cultivos), lo que estimuló a los estados a abrir tierras a la agricultura para reclamar su cuota.

Además, no se tomó en cuenta la calidad del agua, que corre por los suelos de tierra roja que dan su nombre al río. Tampoco se hizo la cuenta de las pérdidas por la evaporación que se produciría en las presas, ni se prohibió hacer derivaciones cada vez más alejadas del curso del río (incluso fuera de la cuenca), que no permiten el retorno del agua.

¡SECO!

Firmado el pacto se desató una fiebre de construcción de canales y embalses. La gigantesca presa Hoover, entre Arizona y Nevada, redujo significativamente el caudal que llegaba al delta, en territorio mexicano.

Siguieron la presa Parker (150 millas al sur), de la que sale un acueducto hacia Los Ángeles, y la presa Imperial (300 millas al sur), de la que parte el canal Todo-americano (132 kilómetros de largo; 50-60 metros de ancho y 2-6 metros de profundidad) hacia el valle Imperial. Antes de que existiera ese canal, el riego de aquel valle californiano dependía del agua que pasaba por nuestro territorio y eso nos daba una ventaja en las negociaciones.

En 1944 se firmó con Estados Unidos el Tratado de Aguas, que ratificó la cuota que se nos había asignado y estableció ciertos criterios de racionalización. De entonces para acá ha habido negociaciones para mejorar la cantidad y calidad del agua que llega a México, pero poco se ha conseguido por los conflictos de interés de las autoridades americanas y la indiferencia de las nuestras.

En 1950 México construyó la presa Morelos (en Algodones, BC) y el canal Central para irrigar el valle de Mexicali. Posteriormente se hicieron acueductos hacia Tecate, Tijuana y (próximamente) Ensenada. Como consecuencia, desde los 60 la parte final del río se secó.

Hasta hace ocho décadas, el delta del Colorado fue un área verde con grandes humedales y depósitos de limo. Había marsopas, lagartos y una gran variedad de aves. Era navegable. Hoy todo el ecosistema del estuario está afectado. El nivel de salinidad es altísimo y avanza hacia el norte.

Un sismo, en 2010, dañó los canales de riego del valle de Mexicali, por lo que México solicitó a Estados Unidos un ajuste en el calendario de entregas. Eso llevó a la aprobación de la Minuta 319, que, en los hechos, modificó el tratado de 1944. Como “medida interina” (que se prolonga hasta nuestros días) aceptamos que se redujera lo que nos corresponde cuando hubiera escasez. A cambio, los estadounidenses nos guardarían en el lago Mead los volúmenes que temporalmente no pudiéramos utilizar. Fue una “solución creativa” que les vino como anillo al dedo, porque les urgía elevar el nivel de ese lago para no dejar sin líquido a Las Vegas.

Es urgente que nuestra diplomacia se espabile porque en los próximos meses se estará negociando el futuro del Colorado, que es, también, el futuro de toda la región del mar de Cortés.

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