Repensar

Segunda generación

Migrantes de segunda generación son los descendientes de aquéllos que entraron a Estados Unidos con intención de quedarse a vivir allá, comenta Alejandro Gil Recasens.

Migrantes de segunda generación son los descendientes de aquéllos que entraron a Estados Unidos con intención de quedarse a vivir allá. Desde luego, los vástagos de los que ingresaron legalmente sólo tienen el reto de adaptarse a otra cultura. También es diferente la situación de los hijos de migrantes indocumentados que nacieron en territorio americano de los que llegaron en la infancia –en algunas familias hay de ambos–. Los primeros obtienen automáticamente la ciudadanía, con los derechos y deberes correspondientes.

Los otros viven en un limbo. Son y no son. Gozan de algunas oportunidades y tienen innumerables limitaciones. Muchos no recuerdan el país que dejaron y lo que oyen de sus progenitores es que escaparon de un infierno. Ni siquiera les interesa visitar a sus abuelos o ir como turistas; prefieren conocer Europa. Se sienten estadounidenses y les gusta el american way of life. Encuentran al mismo tiempo ayuda y discriminación; acogida sincera y rechazo sin disimulo.

A su favor cuentan con el sistema educativo, el sentido de comunidad y la integración familiar.

Con algunas excepciones, tienen acceso a la educación básica. Los institutos religiosos son, mayormente, para pobres. Tienen colegiaturas reducidas y cuentan con profesorado competente e instalaciones decentes.

Generalmente, las escuelas públicas funcionan bien y cuidan que los alumnos no se rezaguen. Los maestros tratan de estar en contacto con los padres de familia y de evitar las deserciones. Se convierten en mentores, más allá del aula. Abundan las actividades extraescolares que facilitan la adquisición de habilidades sociales.

En las comunidades hay una genuina preocupación por los grupos minoritarios y, particularmente, por los jóvenes. Organizaciones de todo tipo brindan ayuda y facilitan la integración. Ante cualquier problema casi siempre hay quien les dé una mano. Eso influye para que los jóvenes también hagan trabajo voluntario y, eventualmente, cursen carreras de ciencias sociales, como derecho migratorio.

Las situaciones familiares varían considerablemente: papás que migraron primero y luego llamaron a esposa y prole; madres solteras que no encontraron mejor opción que abandonar su país para darle un mejor futuro a sus niños; papás divorciados y vueltos a casar allá. En todo caso, los migrantes latinoamericanos mantienen más la unidad familiar que los de otras nacionalidades.

Porque no acabaron ni la primaria o porque papá y mamá trabajan, raramente pueden ayudar a sus hijos con sus tareas escolares. Sin embargo, les infunden el deseo de seguir educándose hasta ser los primeros entre su parentela en obtener un diploma universitario. Y los hijos, viendo los sacrificios que hacen, no sólo aspiran a terminar una carrera, sino también a financiar el retiro de sus padres.

OBSTÁCULOS

A diferencia de los migrantes asiáticos o europeos, los provenientes de América Latina no tienden a crear sus propios enclaves urbanos. Hay muchos Chinatown o Little Italy; pocas y pequeñas “villitas”. Eso significa que habitan en barrios pobres en los que conviven con otras minorías y pululan las pandillas. Los muchachos sufren acoso y están fuertemente presionados para probar sustancias nocivas o para involucrarse en actividades delictivas.

Lo más frustrante es cuando terminan el high school. A pesar de haber obtenido buenas calificaciones, la educación superior les resulta, por su alto costo, prohibitiva. Logran ser admitidos a universidades de gran prestigio que, lamentablemente, no les pueden ofrecer becas. Algunos las obtienen de asociaciones civiles y salen adelante. Los colleges vocacionales y las universidades públicas les cobran las mismas colegiaturas –más altas– que a los no residentes en el estado.

Trabajar se convierte en un reto formidable. Si compran documentos falsos viven con miedo de ser descubiertos. Si no lo hacen, sólo pueden aspirar a empleos temporales y mal pagados, en donde se abusa de su condición. Por ejemplo, en lugares de comida rápida les pagan menos y les tocan los horarios nocturnos. De nada les sirve graduarse con honores como abogados o médicos si no van a tener la licencia para ejercer.

Existe ahora la posibilidad de que todo eso cambie. Republicanos y demócratas parecen estar de acuerdo en facilitar el camino a la ciudadanía para los que llegaron al país antes de los 16 años. Entienden que, a pesar de su situación, han buscado superarse, respetan las leyes y son leales al país que los acogió. Saben que es justo que dejen de ser dreamers y por fin consigan lo que tanto han anhelado. Ojalá suceda.

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