Alberto Muñoz

Code Breakers, descubrimientos científicos y emprendimiento tecnológico para la salud

CRISPR, una familia de secuencias genéticas, permite ir al centro del RNA e intercambiar pedazos de información genética para aliviar algún padecimiento.

Mientras una parte del mundo asimila los requerimientos propuestos por Europa a las tecnologías de inteligencia artificial, en otra, se puede alterar la herencia futura de la humanidad. CRISPR, una familia de secuencias genéticas, permite ir al centro del RNA e intercambiar pedazos de información genética para aliviar algún padecimiento - genético - o propiciar alguna mejora funcional, abriendo así, el debate sobre el uso ético de las aplicaciones de las ciencias genómicas. De manera particular, el CRISPR-Cas9, es un sistema natural de defensa bacteriana que se puede programar para ir a estacionarse en alguna posición particular del código genético (ADN) de interés, cortar y si es necesario re-insertar una secuencia correctiva. Con esto se pueden modificar los genes de células - y seres vivos - permitiendo corregir mutaciones genéticas que pueden generar enfermedades y evitarlas. En la naturaleza, los CRISPR son parte del sistema inmunológico de las bacterias que sirven para defenderse de los virus. CRISPR permite grabar y recordar pedazos del código genético de virus invasores. En su libro “Code Breakers”,  Walter Issacson se puede entender el enjambre de pasiones intelectuales y financieras que implicó el poderío y el influyentismo desproporcionado que alimenta la naturaleza de la investigación científica y el desarrollo tecnológico. Algunas décadas antes Watson y Crick aprovecharon las sugerencias tácitas de los trabajos de Rosalyn Franklin para dilucidar y proponer la estructura 3D del ADN, cuya sombra solo se podía ver en las placas de Franklin.  Años después, en la costa oeste de los USA, gracias a la curiosidad científica de Jennifer Doundan y Emanuel Charpentier (ganadoras del Premio Nobel de Química en 2020) y sus colaboradores lograban explicar los pormenores de la edición genética con CRISPR.  Charpentier demostró que el ARNtracres parte del antiguo sistema inmunológico de las bacterias, CRISPR-Cas, que desarma los virus al introducirse en su ADN. Junto con Jennifer Doudna, una bioquímica experimentada con un vasto conocimiento del ARN, lograron recrear las tijeras genéticas de las bacterias en un tubo de ensayo y simplificaron los componentes moleculares para que fueran más fáciles de usar.  Entre tanto, en la costa este, otros caballeros, Eric Lander y Feng Zhang, impulsaban una competencia por ganar su apresurado lugar en las canchas donde cuyas damas habían ahondado ya por varios años. Entre tanto, el mal afortunado y desequilibrado He Jiankui se las vería mal con sus colegas al aventurarse a hacer modificaciones genéticas en humanos, aun antes de que Doudna, Carpentier, los mismos Lander y Zhang, se hubiesen atrevido. Al final de cuentas, al pobre He Jiankui le fue peor en su país, China, donde un juicio lo encarceló por andar haciendo experimentos fuera de la ley y del consentimiento del establishment.  La lucha de pasiones que describe el autor en el libro tiene un final feliz, aun con las terribles circunstancias de la pandemia COVID-19, pues fue justamente la conjunción de voluntades, la que permitió que los otrora antagonistas sumaran esfuerzos para apoyar la creación, tanto de pruebas rápidas para detectar el Covid, así como dar soporte para acelerar los procesos de concepción de las vacunas de RNA. (Agradezco a mi adorada hija Jania las precisiones).

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