Financial Times

La alternativa de Obama entre la guerra y las palabras

La política exterior del presidente de Estados Unidos ha provocado que las percepciones mundiales sobre la disminución del poder estadounidense estén alejadas de las realidades económicas y militares.

La respuesta de George W. Bush a sus adversarios revoltosos era bombardearlos, y si no prestaban atención, bombardearlos otra vez. Barack Obama ha decidido que EU debe hablar con sus enemigos; y, si no prestan atención, pues, hablar con ellos otra vez.

Algunos pensarán que esta caracterización es injusta. Y hasta cierto punto tendrían razón. Pero sólo hasta cierto punto. Si el Sr. Bush comprobó hasta la destrucción la idea de que la guerra era la forma de arreglar el mundo, el Sr. Obama debió haber aprendido que las palabras tienen sus propias limitaciones. Si bien de diferentes maneras, los dos líderes han gobernado durante periodos de importante disminución del poder estadounidense.

Es mucho más fácil estar de acuerdo con la fe de Obama en la diplomacia. Después de los sangrientos estragos causados por personas como los secuaces del Sr. Bush, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, EU necesitaba seriamente un presidente listo para admitir las realidades de un mundo más multipolar y darle una oportunidad a la diplomacia.

Afganistán e Irak representan dolorosos testimonios del daño que pueden causar las guerras optativas. Estas costosas derrotas han hecho que los estadounidenses miren más hacia su país y rechacen cualquier responsabilidad de mantener un orden internacional basado en reglas. EU aún puede darle la espalda al mundo, como lo hizo durante los años 1920 y 1930.

Del otro lado del Atlántico, las guerras del Sr. Bush reforzaron la inocente convicción de los europeos de que la conciliación y la concesión son siempre mejores que cualquier cosa que provoque el riesgo de un conflicto. Esta forma de pensar tiene sus propios ecos en las políticas de pacificación de los años entre las guerras.

Siria, y más recientemente, la anexión rusa de Crimea y sus esfuerzos por convertir el resto de Ucrania en un estado fallido, testifican lo que puede suceder cuando una administración estadounidense exagera al anteponer la moderación a la determinación.

Yo siempre he pensado que las menciones de la inexorable decadencia de EU son ampliamente exageradas. Lo cierto es que la política exterior del Sr. Obama ha provocado que las percepciones mundiales acerca de la disminución del poder estadounidense estén alejadas de las realidades económicas y militares.

Estas percepciones son importantes. Definen el comportamiento del resto del mundo. Yo pasé los primeros días de esta semana en el foro anual del Asan Institute de Corea del Sur, en Seúl. En esta reunión de expertos en política exterior hubo gran cantidad de vigorosas discusiones acerca de quién tiene la culpa de un repunte del nacionalismo y las crecientes tensiones en los Mares del Sur y del Este de China. De algo todos estaban de acuerdo: el Sr. Obama, en gira por cuatro naciones de la región, se tendrá que esforzar para revivir la reputación de Washington entre sus aliados.

El avance del Sr. Putin hacia Ucrania tuvo dos explicaciones. La primera, consecuencia del fracaso de Moscú en obligar a Kiev a unirse a una unión euroasiática, se basó en el concepto del siglo 19 de que la seguridad rusa depende del control que ejerza sobre sus alrededores inmediatos. La segunda fue el cálculo de que la desunión europea y la aversión del Sr. Obama a la confrontación aplacaría la respuesta internacional.

Nadie debería reprender a la Casa Blanca por enviar a John Kerry, secretario de Estado estadounidense, a sucesivas rondas de conversaciones con su contraparte ruso, Sergei Lavrov. Sin embargo, la diplomacia no funciona en el vacío. Lo que ha faltado ha sido una señal persuasiva de la determinación estadounidense a imponerle a Moscú costos más severos.

No estoy sugiriendo que EU y sus aliados europeos deberían desenfundar sus armas. Pero Washington pudo haber reunido (y todavía debería hacerlo) un conjunto de medidas económicas más severas, incluyendo sanciones financieras, como demostración de su determinación de defender las normas básicas internacionales de comportamiento.

Por supuesto, algunos europeos refunfuñarían. Sin embargo, yo creo que muchos aplaudirían secretamente un plan estadounidense que los obligara a reconsiderar seriamente su dependencia de la energía rusa y a rechazar los negocios europeos que insisten en que las ganancias corporativas van primero que las leyes internacionales. Después de todo, la alternativa es que Europa abandone toda pretensión de internacionalismo cooperativo y acepte el regreso de los días en que las fronteras del continente dependían del equilibrio de fuerzas.

El Sr. Obama y sus colegas líderes de la OTAN deben fijar un nuevo rumbo este verano, después del retiro de la alianza de Afganistán. Algunos creen que el Sr. Putin les ha hecho el trabajo. Sugieren que la organización puede retomar su antiguo trabajo donde lo dejó y volver a jugar su papel de guardián de la defensa de Europa.

Lo cierto es que los gobiernos tienen una tarea mayor. Enviar unas cuantas tropas a Polonia y a los Países Bálticos no tendría sentido si la alianza no restablece su argumento político de defensa colectiva. La misión de la OTAN es evitar guerras al fungir como una fuerza disuasiva creíble. Pero la disuasión solamente será creíble si los gobiernos restauran su legitimidad ante los votantes que se han vuelto muy incrédulos acerca de la eficacia del gasto para la defensa.

Escuché muchas veces en Seúl que Asia Oriental necesita que EU sea fuerte.

Europa también, aunque no quiera admitirlo.

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