Financial Times

Banquetes competitivos revelan división de género

Durante los últimos diez años, he asistido a muchas cenas que se han vuelto seminarios de competencia, y aún las detesto. Pero ya no me lo tomo personalmente — la mayoría de las mujeres presentes también parecen detestarlas.

Hace casi una década, el editor del Financial Times me invitó a un banquete en su casa junto con una docena de personas importantes. De cierta forma me daba temor la llegada de ese momento, pero en cuanto me senté, comencé a disfrutarlo — la conversación fluyó agradablemente con los hombres sentados a mi lado.

Pero entonces mi jefe lo echó todo a perder. Golpeó su vaso con un cuchillo y declaró que como había tanta sabiduría reunida en la mesa, lo mejor sería unirla toda en una sola conversación.

No recuerdo qué tema escogió — posiblemente algo que tenía que ver con la Unión Europea — pero sí recuerdo cómo me hizo sentir. Me quedé sentada allí sin decir nada mientras un invitado tras otro echaba su perorata, a menudo en contra de lo que había dicho la persona anterior. En menor escala me sentía aburrida, pero principalmente me sentía humillada por mi propio silencio.

¿No te pareció divertido?, dijo mi marido de regreso a casa.

No, contesté. Me pareció horrible.

En aquel momento, me sentía culpable. Era culpa mía porque no tenía nada inteligente que decir, y por tener miedo a hablar en público.

Durante los últimos diez años, he asistido a muchas cenas que se han vuelto seminarios de competencia, y aún las detesto. Pero ya no me lo tomo personalmente — la mayoría de las mujeres presentes también parecen detestarlas. Cada vez que algún cubierto toca un vaso, la representación masculina en el lugar se anima, mientras la femenina se calla.

Mis preferencias conversacionales se guían por dos principios. En primer lugar, sólo hablo en público cuando sé de lo que hablo. Al parecer los hombres no tienen esas inhibiciones. En segundo lugar, el placer de una conversación es inversamente proporcional al número de personas que participan en ella. Lo ideal es dos, una conversación entre doce personas no es una conversación en lo absoluto. Pero para muchos hombres, mientras más, mejor.

Yo solía pensar que estas diferencias entre hombres y mujeres eran menores, y que desaparecerían conforme las mujeres se volvieran más poderosas. O que las mujeres cambiarían. O que estos eventos cambiarían. Pero al parecer nada de esto está sucediendo. Esta forma de lucirse es una parte tan vital del éxito como siempre lo ha sido y a las mujeres aún no desean competir.

En el pasado existía una solución genial al problema de los banquetes: las mujeres se retiraban después del postre, y dejaban a los hombres discutiendo competitivamente acerca de la Unión Europea mientras bebían y se liberaban para poder tener conversaciones más íntimas e interesantes en la sala de estar. Aunque este remedio ya no es socialmente aceptable, lo deseamos como nunca. Y el extraño éxito de los clubes de lectores de un sólo sexo lo prueba.

Típicamente estos clubes era cosa sólo de mujeres, pero la semana pasada hablé con un director ejecutivo quien recientemente había fundado uno sólo para hombres. Durante algún tiempo había observado el club de su esposa, y envidiaba cómo hablaban de literatura, pero no le gustaba la forma en que lo hacían.

Orgullosamente, me explicó que no les preocupaba el servicio gastronómico: su club se reunía en un comedor privado de un restaurante. La tarde comenzaba con una presentación (usualmente de manera competitiva) dada por el miembro que había escogido el libro. A los miembros se les invitaba entonces a cuestionar firmemente lo presentado; aunque admitió que algunos de ellos eran mejores en hablar que en escuchar, me aseguró que siempre sobrevenía una animada discusión (presidida por él mismo). Dijo que se permitían las conversaciones triviales durante los primeros cinco minutos, y quedaban prohibidas el resto del tiempo.

Inconscientemente, este director ejecutivo ha diseñado una actividad de esparcimiento que es igual a una típica reunión de una junta directiva. Alguien ajeno brinda el servicio de gastronomía. Las sesiones son presididas y competitivas. Las reglas son establecidas por un hombre, para los otros hombres.

En el grupo de lectores, la falta de diversidad no importa — pero en una junta directiva sí. Ahora que las mujeres, gracias a las cuotas, han entrado a las juntas directivas en números importantes, se podría esperar que el estilo de discusión comenzaría a alejarse del estilo del club de lectores de machos alfa. Pero no hay muchas señales de ello. En su lugar, hay muchas señales de que los nuevos miembros femeninos del club simplemente han aprendido a jugar un juego cuyas reglas ellas nunca hubieran inventado por sí mismas.

Hace poco tiempo fui a una cena para directoras de compañías del FTSE 100. El único hombre en el lugar era el anfitrión — dirige un fondo de cobertura — y corría con todos los gastos de la noche para demostrar su entusiasmo por la diversidad. A mitad de la cena, ya no se pudo contener. Tocó su vaso con el cuchillo y las veinte mujeres se vieron forzadas a una inconexa discusión grupal acerca de la economía. Como de costumbre, permanecí en silencio. Pero entonces noté algo interesante. Las mujeres de mayor experiencia eran las más dispuestas a hablar con confianza — y monotonía — acerca de las tasas de interés.

Más tarde, cuando fui a recoger mi abrigo, me encontré con la directora ejecutiva que más había hablado.

¿Disfrutó eso?, le pregunté.

Me sonrió enigmáticamente y no dijo nada.


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